La abogada progresista e idealista frente al delincuente conservador que no ve en su causa mayor simbolismo que el de su propio disfrute amoral. Pájaros enjaulados (hasta que estemos muertos o libres) cuenta la peculiar relación entre Barbara Hüg (Marie Marie Leuenberger) y Walter Stürm (Joel Basman) en la Suiza de los años 80, violentada por las masivas protestas juveniles y los aires más radicales que llegaban de Alemania, donde la banda terrorista Baader-Meinhof estaba en pleno auge. Stürm adquirió celebridad por sus ocho fugas de la cárcel, convirtiéndose en un símbolo antisistema, ídolo pop de la rebelión ante un sistema policial represivo y una sociedad ultraconservadora y machista.
Frente a frente, dos concepciones muy distintas de la libertad: el idealismo de la abogada contra la amoralidad del delincuente, para quien libertad significa la ausencia de reglas morales de ningún tipo. “¡Abajo los Alpes, queremos ver el Mediterráneo!”, gritaban los jóvenes suizos en esas protestas. Según el director, Oliver Rish (Zúrich, 1971): “Fue una frase muy famosa en los 80, no sé muy bien de dónde salió, pero era un símbolo de liberación. El Mediterráneo significaba esa idea de libertad”. En tiempos de cultura 'woke', Rihs cree que tras treinta años de consumismo y frivolidad la juventud de hoy vuelve a estar politizada aunque hoy existe un rechazo frontal de la violencia que antes no había.
Pregunta. Muestra una Suiza ultraconservadora en los 80 que parece más bien de los 50. ¿Era un país muy reaccionario?
Respuesta. En Suiza no hubo una revolución hippie en el 68 como en otros países, llegó un poco más tarde, en los 80. Es algo que surge con una necesidad de libertad de la juventud. El gobierno era muy represivo y fueron los tiempos de las protestas con la gente desnuda para luchar por los derechos de los jóvenes. Eso se acabó imbricando con el consumo de drogas, que fue muy fuerte sobre todo en Zúrich, y generó una respuesta muy violenta por parte de la policía. Fue una época muy dura en la que había una atmósfera de gran agresividad. Al mismo tiempo, fue una época en la que se produjeron muchos cambios sociales. Zúrich hoy es una ciudad muy liberal como resultado de todo aquello. Suiza en general ha cambiado extremadamente en los últimos veinte o treinta años. Las mujeres solo pueden votar desde los 70. Hablamos de un país en el que había democracia y era normal que las mujeres no votaran. La policía de entonces no estaba muy lejos de la Stasi de los países comunistas.
P. ¿Puede un delincuente ser un símbolo antisistema?
R. Stürm era un tipo que se tomaba su carrera criminal muy en serio, no bebía alcohol ni perdía el control, estaba todo el día bebiendo Coca-Cola. Y en su forma de pensar era extremadamente conservador. Los hippies y los antisistema lo convirtieron en un símbolo, en una especie de Che Guevara, pero él nunca tuvo nada que ver con ellos en su forma de pensar. Era un tipo con ambiciones burguesas. Al final, sus constantes fugas de la cárcel le hicieron también popular entre las clases acomodadas porque hay algo fantástico en toda su peripecia. Nunca fue un rebelde pero al mismo tiempo era muy listo. Él sabía que esta glorificación por parte de los jóvenes, las manifestaciones a su favor cuando lo metían en una celda de aislamiento etc. le beneficiaban. Era muy manipulador y sabía jugar con los medios, utilizaba su popularidad para conseguir mejores condiciones en prisión, por ejemplo.
P. ¿Por qué una mujer con tantas virtudes intelectuales y morales como esa abogada se enamora de un tipo como ese?
R. Supongo que por el mismo motivo por el cual de vez en cuando aceleramos con el coche y conducimos a gran velocidad. Existe una necesidad de sentir la “emoción” de la vida jugando con el riesgo. Todos hemos cometido actos imprudentes para sentirnos vivos. Hay un sentimiento de romanticismo en enamorarse de un personaje así. Al mismo tiempo, ella es una mujer con muchos problemas físicos, para ella el cuerpo es su prisión y él siempre está luchando por salir de la cárcel. Creo que esa conexión entre dos personas que se sienten aprisionadas por motivos distintos es lo que me interesaba de esta historia. La cuestión de la libertad va más allá de la política. Muestro lo difícil que es el propio concepto. Como se dice al final, incluso el suicidio puede ser una muestra de libertad. Cuando hablamos de este tema es importante desprendernos de las convenciones morales y la ideología. Lo que trato de mostrar es esa complejidad con sus distintas visiones aunque al final creo que él era un sociópata.
P. ¿Los activistas de Greta Thunberg se parecen a los radicales de aquellos años?
R. Creo que estamos volviendo a tiempos más politizados, vemos en la juventud que vuelven a ser progresistas. Hay un movimiento que puede estar cerca del que hubo entonces, los últimos treinta años han tratado sobre entretenimiento y el auge de la tecnología. Ahora estamos en un momento en el que se despierta de nuevo esa conciencia, ya sea por los derechos medioambientales o nuevos objetivos. Lo que sí ha cambiado mucho es la aceptación de la violencia, es muy difícil que estos movimientos se vuelvan violentos. Al retratar a esa generación no he querido ocultar que algunos de esos tipos eran totalmente idiotas, estaban locos, no hay manera de volver a ese terror.
P. También vemos actualmente un auge de la ultraderecha, ¿hay una reacción a los avances sociales conseguidos en esos años?
R. Creo que lo que pasa es que todo se ha vuelto más complicado. En esa época reconocer al enemigo era más fácil que hoy. No había tampoco una cantidad tan enorme de noticias falsas y hoy tenemos una sobrecarga informativa. La gente se siente abrumada. En esos años era más fácil decir esto es “negro” o esto es “blanco”. Quizá la lucha contra el cambio climático es la única que está clara pero en todo lo demás, hay mucha confusión. El capitalismo se lo come todo, el capitalismo necesita rebeldes y tipos de extrema izquierda. ¿Dónde está la línea roja?