Han pasado cinco años desde que Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964) ganara el Óscar a la mejor película por La forma del agua, un cuento de terror sobre un monstruo mucho más “humano” que los propios humanos. “En realidad, los verdaderos monstruos siempre serán las personas porque tienen la opción de elegir”, afirma el director. Más aún en tiempos como los que nos han tocado vivir de pandemia e incertidumbre, cuando las búsquedas en Google de tarotistas y horóscopos se han multiplicado. Por eso compara el director el contexto actual con la década de los 40 en la que trascurre su nueva película, El callejón de las almas perdidas, años de ansiedad y miedo por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Una época de congoja en la que prospera un mentalista como Stanton Carlisle (Bradley Cooper), capaz de “adivinar” los secretos más profundos de incautos que quieren creer en un poder “sobrenatural”. Se trata de una adaptaciónde una novela de William Lindsay Graham que ya tuvo una versión cinematográfica en 1947 dirigida por Edmund Goulding con Tyrone Power como protagonista.
“En el 'noir' tienes que ver al personaje elegir las cosas equivocadas. Eso es lo que hace la tragedia inexorable. Es la naturaleza humana”
Dividida en dos partes muy diferenciadas, primero vemos en clave barroca las peripecias de este arribista en una feria ambulante a la vieja usanza, en la que se ofrecen todo tipo de espectáculos hoy prohibidos, desde una joven que se electrocuta a sí misma en una silla eléctrica (Rooney Mara) a un inquietante “salvaje” que come animales vivos. En la segunda parte, Stanton logra triunfar en la gran ciudad con su espectáculo. Movido por la codicia, formará una peligrosa y perversa alianza con una sofisticada psicóloga, la doctora Ritter (Cate Blanchett).
Un destino propio
En definitiva, El callejón de las almas perdidas es una brutal ración de cine noir americano, puro y duro, en el que el elemento fantástico no está al servició de la redención de los personajes, como suele ser habitual en su filmografía, sino que es un instrumento de manipulación. “Aquí está ausente la magia y son los seres humanos quienes construyen su propio destino”, precisa.
Pregunta. ¿Era su propósito hacer un homenaje al cine negro del Hollywood clásico?
Respuesta. Lo hermoso del noir es que la tragedia surge de las decisiones que toman las personas, no hay unos dioses tratando de destruirlos, ellos son los responsables de su destino. Es la propia naturaleza humana lo que hace que la tragedia sea inexorable. La literatura noir mediterránea, en Italia o España, con autores como Andreu Martín o Massimo Carlotto, es frontalmente más brutal y descarnada. En la americana, que me gusta mucho, con escritores como James M. Cain, Cornell Woolrich, Dashiel Hammet o Raymond Chandler, el destino viene de la mano de nuestras decisiones.
P. La película está muy relacionada con el subconsciente. ¿La figura del “salvaje” apela a nuestros miedos?
R. El “salvaje” está en el subconsciente de todos los que existimos en la época moderna, es el reflejo oscuro de esta idea actual de que tenemos que ser perfectos. Estamos en un momento de paroxismo cultural que es el que hace que la película resulte muy contemporánea. El noir siempre refleja muy bien el momento en el que surge. Nosotros decíamos medio en broma que es un noir “jungiano”. Jung liga muy bien con todo lo que cuenta esta película. Ahí está su interés, por ejemplo, en el Tarot como un elemento de diálogo con el subconsciente. Hay una cita suya que utilizábamos con frecuencia: “Mientras no hagamos lo subconsciente consciente, repetiremos nuestras acciones y las llamaremos destino”.
P. El protagonista es un gran manipulador que recuerda a ciertos personajes de la actualidad mediática y política...
R. En todos los países hay un político como Carlisle. La manipulación en ese ámbito es muy evidente. Estamos en un momento en el que el universo constantemente reafirma lo que ya creemos. Vivimos en una especie de universos cerrados y cifrados, propiciados por las redes sociales, que solo sirven para confirmar nuestros prejuicios y nuestra ideología. Yo los llamo “sistemas cerrados de verificación”.
"En todas mis películas acabo diciendo lo mismo: el verdadero monstruo no es el monstruo que lo parece sino el mismo ser humano”
P. ¿Es el crimen la única manera que ofrece el sistema a los pobres de hacerse ricos?
R. Yo no juzgo a Stan, lo entiendo. Es un personaje que se encuentra profundamente solo y que, como él mismo dice, vive en el miedo: “cada día de mi vida estoy temiendo”, dice. Ese orden social opresivo se remonta a los orígenes del noir. El sistema de clases inglés, que es de casta, produjo el sistema económico inflexible de Estados Unidos. La literatura noir surge de esta confirmación de que la división entre los poderosos y los que no tienen nada solo se puede zanjar a través de la transgresión. Y eso es lo interesante, ese momento en el que una clase económica comprende que el sueño americano es una falacia. Además, coincide con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de Polonia por las tropas de Hitler. De manera que tenemos las pequeñas mentiras y las pequeñas brutalidades en un mundo que es globalmente brutal. Hay un momento en el que el protagonista visita por primera vez a la psicóloga y le dice que el edificio está vacío, y ella contesta: “estamos en guerra, ¿no lo sabía?”. Y sí, están en guerra entre ellos, pero también globalmente.
P. Stan es un héroe trágico, pero también un villano. ¿Podemos compadecerlo sin justificar sus actos?
R. A veces no vemos una línea hasta que la cruzamos, y es muy interesante ver cruzar esa línea al protagonista. Cuando esa violencia explota, es bastante descarnada y brutal y marca un punto desde el que no hay regreso. Poco a poco, le quitamos las máscaras al personaje. En este sentido, toda la película es como un viaje a través del espejo. El reto es que el público siga al personaje hasta el momento en el que la tragedia se convierte en catarsis.
“Cuando secuestraron a mi padre en 1998 inmediatamente se presentaron en mi casa médiums para decir que podían sentirlo en el aire"
Guillermo del Toro ha construido su filmografía en torno a lo fantástico, vehículo del que se ha servido para crear películas donde el género se cruza con lo autoral en un todo indisoluble. Su debut, Cronos (1993), trataba sobre vampirismo y el sueño de la inmortalidad. En nuestro país, rodó dos de sus mejores filmes, El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), ambas brutales acercamientos en clave fantástica a la Guerra Civil. En Hollywood, donde está afincado desde hace veinte años, ha triunfado con su saga Hellboy (2004 y 2008) y con grandes superproducciones de ciencia ficción como Pacific Rim (2013). El callejón de las almas perdidas, oscura, tenebrosa y con un final descarnado que deja el alma congelada, es sin duda la película “más difícil” de su carrera, un viaje sin antorchas al corazón de las tinieblas del ser humano y de la propia sociedad americana. Pronto veremos su siguiente título: un Pinocho con stop motion que estrenará Netflix.
Mentalismo y conocimiento
P. Si el protagonista logra convencer a tantos es porque la gente necesita ser escuchada.¿Reside ahí el verdadero éxito de ese tipo de personas?
R. Se dice en la película que “todo el mundo está desesperado por ser visto”. La gente está desesperada por decirte quiénes son. Es algo conmovedor. Una de las disciplinas que siempre me ha interesado mucho es el mentalismo. Cuando alguien se te presenta, el 80 % de la información que recibes es no verbal y si te fijas en los detalles y en los gestos puedes conocer su historia, puedes saber quién es. La descomposición de esa lectura era muy importante en el guion. El afrodisíaco más grande que existe es ser escuchado.
P. ¿Los seres humanos podemos acabar devorados por nuestro monstruo interior?
R. Al final, en todas mis películas acabo diciendo lo mismo: el verdadero monstruo no es el que lo parece sino el mismo ser humano. La maldad procede de la capacidad de elección. Un león que se come a una persona no reflexiona si lo que hace está mal o está bien, no hay una elección, está en su naturaleza. La magia no existe, el destino lo escribimos nosotros mismos.
P. El protagonista convencea muchas personas de que puede comunicarse con el espectro de sus seres queridos. ¿Todos sentimos a nuestros fantasmas?
R. Llevamos a nuestros muertos a cuestas todos los días y para el resto de la vida. Los actos de mentalismo de la película están perfectamente investigados. Es trágico porque hay quienes utilizan estos trucos para engañar a alguien desesperado. Cuando mi padre fue secuestrado en 1998, inmediatamente se presentaron médiums en mi casa para de-cirle a mi madre que ellos podían localizarlo, que lo “sentían en el aire”. Era aterrador.