Hay una secuencia en la nueva película de Emmanuel Carrère (París, 1957), el prestigioso escritor francés que ya había dirigido dos filmes a principios de los 2000, el documental Retour à Kotelnitch (2003) y el thriller psicológico Le moustache (2005), que es tan trepidante como cualquier set-piece de Hollywood, aunque el contenido poco tenga que ver con mamporros, persecuciones y explosiones. Aquí se trata del primer día que Marianne Winckler (Juliette Binoche) se une a la cuadrilla que limpia los camarotes y las zonas comunes de un ferry en la hora y media que atraca en el puerto de Caen, un servicio infernal que la encargada define como “operación comando”.
La protagonista tiene que hacer 60 camas, a un minuto y medio por cama, por el salario mínimo. Si acepta el trabajo no podrá llegar tarde ni faltar a cada uno de los tres turnos diarios. El director consigue trasladar al espectador la tensión que atraviesa el personaje en ese momento y eso hace que al adentrarnos en el ferry vibremos con la odisea diaria de estos trabajadores, principalmente mujeres maduras, jóvenes sin estudios e inmigrantes.
Hay una voluntad de realismo en el filme desde la crudeza de la puesta en escena y al optar Carrère por rodear a Binoche de actores no profesionales
Hemos conocido a Marianne al principio del filme como una mujer que intenta reincorporarse al mercado laboral después de 20 años sin trabajar y tras la ruptura de su relación con un marido que la engañaba. En su primera visita al asesor laboral ya queda claro que el único campo al que podrá acceder es el de la limpieza. Y la seguimos en los cursos de formación, en el incómodo trago de mover el currículum o en su torpe desempeño en su primer empleo, del que es despedida. A partir de aquí se destapa la realidad: Marianne es una escritora de éxito que pretende enseñar el drama de la precariedad viviéndola en primera persona, aunque para ello tenga que recurrir a los embustes clásicos de cualquier infiltrado, traicionando la confianza de las personas que se crucen en su periplo por un supuesto bien superior: abrir los ojos de la burguesía a la que pertenece.
Hay una voluntad de realismo desde la crudeza de la puesta en escena y al optar el director por rodear a Binoche –fantástica como siempre– de actores no profesionales que se desempeñan con gran naturalidad ante la cámara. Y Carrère logra momentos muy emotivos de solidaridad femenina entre Marianne y Chrystèle (Hélène Lambert), una madre soltera que se mata a trabajar, y Marilou (Léa Carne), una joven delicada y agradable.
La película, que abrió la sección oficial de la Quincena de Realizadores de Cannes y recibió el Premio del Público al mejor filme europeo en San Sebastián, sin embargo peca de endulzar demasiado la vida de los más desfavorecidos y resulta un poco maniquea al presentar el mundo en el que se introduce la protagonista como un dechado de bondad y resiliencia en el que no hay cabida para los malos sentimientos. Su pretendido humanismo no alcanza el vitalismo y la profundidad del mejor Robert Guédiguian, pero al menos no se despeña por los caminos de la explotación de la miserabilidad de las películas de Ken Loach. Por último, su incapacidad para decir algo interesante sobre la impostura de Marianne acaba por restar interés a un filme que, eso sí, sigue dejando grandes momentos.