Carlos Saura (Huesca, 1932) cumplió en enero 90 años. Avanza pues con terquedad aragonesa hacia el siglo, que, a tenor del vigoroso porte que conserva, puede alcanzar factiblemente. Aunque, eso sí, se le resiste un poco bajar y subir la cuesta que va de su casa al portalón de acceso a la finca que la acoge. Es lo que tiene instalarse en las faldas de la sierra de Guadarrama (vive en Collado Mediano desde principios de los 80). Por eso deja a Celia, la asistenta, que reciba a los invitados y los encamine hasta su sanctasanctórum, una amplísima habitación donde el espacio es una entelequia.
Lo colman varias mesas y bancos de trabajo sobre los que se desparrama un maremágnum de flexos, botes de pinceles y lápices, cajas de pintura, atriles… Su disposición en la estancia crea un laberinto de mínimos corredores más aptos para sus gatos que para personas.
En las estanterías, por otra parte, rebosan las cámaras fotográficas que colecciona, de todos los tipos imaginables. Aunque la verdad es que la mayoría no se ven, tapadas como están por sus dibujos y fotografías. Lugar preferente –el envés de la puerta de acceso– tiene un poster a tamaño natural en versión francesa de Deprisa, deprisa (Vivre vite), la joya más valiosa del cine quinqui ochentero, que estrenó en 1981 y le valió el Oso de Oro de Berlín. La estatuilla, por cierto, la utiliza para calzar las ventanas del salón, junto con los otros dos Osos de Plata que ganó por La caza y Peppermint Frappé.
En ese hábitat promiscuo para la creación artística, donde ultima el guion de una serie de Lorca, hace tanteos para una autobiografía y vislumbra una puesta al día del universo flamenco en la que trata de implicar a Rosalía, saluda echando la mano abierta adelante como siempre. Ni codos ni puños ni otros melindres pandémicos. Saura por derecho. Misma actitud que sostiene durante las dos próximas horas de ‘conversación’.
Pregunta. ¿Cómo se encuentra? Aparentemente, muy bien.
Respuesta. Sí, lo estoy, gracias; muy liado, como siempre.
P. Está en pleno montaje de una película, ¿no?
R. Bueno, ya estamos terminando. Se titulará Orígenes del arte, es sobre la pintura paleolítica.
P. ¿Y cómo ha reparado en esto?
R. Es un encargo pero me ha parecido estupendo. Siempre he estado muy interesado en la evolución del hombre. No sé si lo sabe pero yo he sido darwinista desde muy joven. Los curas en el colegio me preguntaban: “¿Pero de verdad cree que el hombre viene del mono?”. “Y de mucho más allá”, les respondía yo, y me ponían un cero en religión.
P. Severa represalia.
R. Sí, era el único cero que sacaba, en todo lo demás iba bien.
P. Es acuarelista, dibujante, fotógrafo… Ha dirigido ópera y teatro. ¿No le da pena que su entrega tan extrema al cine le haya quitado tiempo a estos ‘otros oficios’ suyos?
R. A mí me hubiera gustado nacer en el Renacimiento y ser colega de
Leonardo y Miguel Ángel. No, no me arrepiento porque el cine reúne todo eso que me gusta. Es un arte muy superior al teatro y a la ópera, es realmente el arte total. Mi única gran frustración es no tocar un instrumento musical, porque mi madre tocaba de maravilla el piano. Yo me levantaba cada mañana con el sonido de ella haciendo escalas. Lo he intentado alguna vez con el solfeo pero me ha parecido una cosa imposible de aprender. También me hubiera gustado ser bailaor flamenco.
“En España se fragua una nueva guerra. Y lo de Ucrania me tiene muy preocupado. La humanidad no aprende nunca”
P. Su trabajo ha sido su vocación, su pasión. ¿Hasta qué punto esto ayuda a llegar a los 90 en tan buen estado?
R. Los chinos dicen que si trabajas en algo que te gusta no es trabajo. He hecho pocas cosas que no me gustaran, quizá al principio algún reportaje fotográfico. Trabajar es estar poniendo ladrillos o estar en una mina, donde he estado y es terrible, como esos trabajos repetitivos en fábricas que retrataba Chaplin en Tiempos modernos. Aunque hay mucho burócrata al que le gusta su aburrimiento. Mi padre era director de los inspectores de Hacienda y quería que sus hijos fuéramos como él. Yo me negué a hacer oposiciones. Tenía otro camino. Por otro lado, para envejecer bien aconsejo hacer cosas con las manos, no solo con la cabeza. Los pintores, por ejemplo, viven más de la media. Todo el mundo debería dibujar.
P. ¿Cuál diría que es la principal ventaja de la senectud?
R. Nada, ninguna. Con los años no te haces más inteligente sino más torpe. Tampoco eres más sabio, en absoluto. No se es sabio nunca, en realidad. Tienes más experiencia pero olvidas muchas cosas. Buñuel siempre lamentaba eso que nos pasa a tantos: que pierdes la memoria inmediata aunque retengas la memoria pasada. Acabas así refugiándote en el recuerdo pero yo quiero estar en el presente y proyectado hacia el futuro. Esa es mi obligación.
P. ¿Pero no se apacigua la mente al suavizarse las pasiones? Su amigo Buñuel, por ejemplo, sintió una verdadera liberación cuando se le apagó la libido.
R. [Risas] Sí, sí, es verdad. Él decía que los hombres perdíamos más de media vida pensando en el sexo. Yo me he liberado a medias solamente. Mi atracción por las mujeres es algo endémico. Me parecen seres maravillosos. Siempre las he defendido. Son mucho más inteligentes que los hombres, y más prácticas en todos los sentidos.
P. Siempre le ha resultado más estimulante crear personajes femeninos, ¿no?
R. Sí, porque me fascinan. En principio, me interesa mucho más el trabajo interpretativo de una mujer que el de un hombre.
“Buñuel decía que los hombres perdemos media vida pensando en el sexo. Yo me he liberado a medias"
P. ¿Porque son más misteriosas a sus ojos?
R. Así es. Yo tengo una educación que es imposible de extirpar ya. Lo hablé muchas veces con Buñuel: las veo como seres superiores, como unas hadas, muy por encima de nosotros.
P. ¿Y cómo convive con la eclosión del feminismo de estos últimos años?
R. Verá, en un premio que di yo estaba Penélope Cruz. Le dije que estaba muy guapa y me empezaron a tildar de machista en muchos medios. Penélope me llamó indignada, y también Bardem. Yo digo algo así con cariño, sin ninguna connotación antifeminista. A mí me parece que la gran revolución, después de la industrial, es la femenina. Y me parece muy justa y necesaria. Mi mujer, Lali Ramón, es muy feminista, por otra parte. Ahora, esto llevado al extremo es muy peligroso, como el fundamentalismo en las religiones.
P. Hablaba antes de la “memoria pasada”, por contraposición a la inmediata. Usted tiene un recuerdo directo de la guerra civil, que vivió en Madrid, Valencia y Barcelona. De hecho, algunas imágenes de las que fue testigo las ha filtrado en su reciente corto Rosa, rosae, como las de los niños hambrientos y ateridos durante la desbandada republicana. ¿Son las más antiguas que conserva su memoria?
R. Tengo otras anteriores, pero mucho más vagas. Las de la guerra son las primeras nítidas y me han marcado toda mi vida. Los bombardeos, los muertos, las represalias, las injusticias… Todo eso yo lo he vivido, no me lo tienen que contar.
P. Y una persona como usted, de las pocas que van quedando con memoria propia del trauma, ¿cómo ve la España actual, tan polarizada, con el nacionalismo en fase expansiva y el guirigay constante en las Cortes…?
R. Pues me da miedo. Se está fraguando una nueva guerra civil, de otra forma, más suave pero vamos a ver… Y estoy muy preocupado también con lo de Ucrania. Las guerras en Europa han sido devastadoras. Pero es que el hombre nunca aprende, desde el paleolítico hasta hoy no han cesado de pelearse. Parece mentira que sigamos con el mismo problema: la falta de voluntad de entendimiento. Yo soy de izquierdas pero me puedo entender perfectamente con una persona de derechas sensata. En el fondo, soy muy pesimista con la humanidad, al borde siempre de la guerra, y optimista conmigo mismo.
“Faltan todavía muchas películas de la guerra civil. Es un tema tabú en la política actual que nadie quiere abordar”
P. ¿Sigue yendo a votar cuando toca o es otro ciudadano desencantando con la clase política que nos representa?
R. Sí, voy siempre. Donde no voto es en los Goya y en los Óscar, aunque soy miembro de las dos academias. No tengo conocimiento de causa porque carezco de tiempo para ver los centenares de películas que participan y no me voy a guiar por la amistad, como hace la mayoría de académicos. Pero después de haber vivido la guerra y el franquismo no puedo dejar de ir a votar en las elecciones.
P. Hizo cine con la intención de agrietar el franquismo, fintando a la censura como buenamente pudo (¡un censor le llegó a enseñar su pistola una vez!). ¿Quedó satisfecho con la Constitución que nos otorgamos para dejar atrás aquel régimen dictatorial? ¿Sigue siendo el pilar esencial de la convivencia pacífica hoy en España?
R. Es un tema muy delicado este. No se puede hablar con frivolidad. Pero creo que las constituciones se hacen para renovarlas continuamente. Se puede mejorar en muchos aspectos. No soy un politólogo para decir aquí qué cambiaría pero no me parece que una constitución deba ser definitiva. Nada es definitivo en la vida. Conocerá la maravillosa canción de Mercedes Sosa: cambia, todo cambia…
P. Existe el tópico de que el cine español se ocupa en exceso de nuestra guerra. ¿Cree que nuestros cineastas han cumplido ya con ese capítulo? ¿A usted se le ha quedado algo en el tintero?
R. Yo creo que la mejor película de la guerra es ¡Ay, Carmela!, porque están retratados los dos bandos. Y no lo digo porque sea mía, que no lo es porque la escribió Sanchis Sinisterra. Yo escribí ¡Esa luz!, finalmente en forma de novela porque ninguna televisión ni nadie ha querido hacer la película. Ahí está lo que quería reflejar: los dos lados, de nuevo. Pero la guerra está en toda mi obra, en La caza quizá de manera más clara. Creo que todavía faltan muchas películas sobre ella para explicar las cosas, porque a la gente joven le parece prehistoria. Y sigue siendo un tema tabú en la política actual, en la que nadie quiere abordarla de verdad.
P. En Rosa, rosae, decíamos, rescata su mirada infantil. La perspectiva de los niños es clave en su filmografía (inolvidables los inmensos y escrutadores ojos de Ana Torrent en Cría cuervos). ¿Por qué?
R. Porque los adultos no comprenden a los niños, es imposible. Ni siquiera lo intentan porque están en su mundo. Pero su mentalidad es muy superior a lo que pensamos, son muy listos y sensibles. Para nada seres elementales. Solo hay que ver cómo dibujan.
“Hemos cambiado una censura política por otra económica. Hoy no podría hacer 'Peppermint Frappé' o 'La caza'”
P. ¿Y al envejecer se cierra de alguna manera el círculo? ¿Volvemos a la niñez?
R. Es una idea bonita esa. Yo no lo he notado, la verdad, pero me gustaría. Yo lo que he aprendido, cuando me ingresaron en la UCI por una neumonía hace cinco o seis años y vi a la gente morir a mi alrededor, es que cada día es un regalo. Y que es fundamental estar bien con los amigos, la familia, los compañeros…
P. ¿Y la educación de los críos va a peor o a mejor? Ahora imperan criterios mucho más laxos que los de su infancia pero siempre hay quien aboga por aplicarles más mano dura.
R. Eso es una cantinela militar. Yo he llevado a mis hijos a colegios muy avanzados, como el Estilo de Josefina Aldecoa, y han salido estupendos. El látigo ha sido nefasto para la educación siempre. Un padre no tiene que estar encima constantemente de sus hijos, diciéndoles no hagas esto o lo otro. Hay que flotar sobre ellos, e intervenir si demandan tu ayuda.
P. Usted ha tenido siete y cuatro mujeres. ¿En familia se vive mejor?
R. Tengo opiniones divergentes sobre esto. Por un lado, pienso que está muy bien pero, por otra parte, la familia es la tribu, que es lo que fomenta muchos errores humanos, como la red de favores que conduce a la mafia, sobre todo en el Mediterráneo. Es, por otro lado, un entorno de protección magnífico. Personas que te rodean y te quieren, o no… [Ríe]
P. Lleva cuatro décadas acantonado en Collado Mediano y ha pateado mucho con sus cámaras en ristre la España rural, que ahora se encuentra en un estado casi fantasmal por la despoblación. ¿Cómo ve esta ‘mutación antropológica’, que diría Pasolini?
R. Es una tragedia pero es inevitable que los jóvenes quieran ir a las ciudades. Ahí están los cines, los teatros, las tiendas… ¿Cómo puedes hacer que la gente regrese a los pueblos? Internet y los ordenadores pueden ayudar. Pero si vas a un pueblo de Castilla, por ejemplo, no vas a estar encerrado con el ordenador todo el día, hay que implicarse en las tareas del campo. Yo lo haría si fuese joven.
“La Academia de Cine ha sido conmigo un poco injusta. Hay una especie de problema ahí que no sé cuál es”
P. ¿Aquí se vino porque quería huir de la gran ciudad?
R. No, yo siempre he ido donde me han dicho mis mujeres, que a su vez han sido también los motores de mis películas: he reflejado los distintos universos que vivía con ellas. Esta casa fue una propuesta de mi mujer anterior. Y me he quedado aquí porque estoy de maravilla. Ahora no me iría a Madrid, menos con la pandemia.
P. Pasolini, por cierto, era presidente del jurado que le otorgó el Oso de Plata en Berlín al mejor director por La caza. En breve, conmemoraremos el centenario de su nacimiento. ¿Qué destacaría de él?
R. Él me dijo que hizo todo lo posible por darme el de oro, pero, cuidao, la película de Polanski [Cul de sac] también era muy interesante. A Pasolini le gustaba el peligro. Una vez le vi ligando con los negros de Times Square. Me recuerda a Lorca. Era estupendo, un tipo muy valiente e incómodo. Su cine está en sintonía con esto: es atrevido y muy avanzado para su época. Hoy se aceptaría mejor.
P. Bueno… Su memorial en Ostia lo pintarrajean con insultos cada cierto tiempo. ¿No cree que en realidad vivimos un estrechamiento de la libertad de expresión?
R. Hemos cambiado una censura política por otra económica, que se mezcla con la corrección política. Los cineastas por ejemplo dependemos mucho de las plataformas y las televisiones, que quieren productos entendibles para sus audiencias. A mí me han rechazado varios proyectos, cuidao, eh. La gente piensa que yo puedo hacer lo que me dé la gana pero no. ¡Esa luz!, la película de la guerra, yo creo que dio miedo. También tengo un guion sobre Felipe II que ha sido rechazado por todo el mundo, porque parece inconveniente mi retrato de él. Hoy no podría hacer algunas de mis mejores películas: La caza, Peppermint Frappé… No interesa el cine de autor, el que contiene una visión muy personal sobre la condición humana. Creo que volverá, cuando el público se canse de los subproductos, que también los hay con calidad.
P. Ahora vienen los Goya, que este año no han reparado en usted [aparte del corto Rosa, rosae, en 2021 estrenó El rey de todo el mundo]. ¿Cómo se toma estas cosas a su edad?
R. La Academia ha sido conmigo un poco injusta en general. Con ¡Ay, Carmela! me dieron 12 o 13 Goyas. Luego han premiado alguna interpretación de Paco Rabal o Fernando Rey pero a mí ya no me han vuelto a nominar como director. No me haga caso pero creo que tampoco me han homenajeado nunca. Hay una especie de problema ahí que no sé cuál es.
P. Pues el homenaje parece de rigor.
R. No, no, tengo todos los premios que quería y muchos más. A mí ya me da igual. De verdad.
Basta ver Libertad, la magnífica película de Clara Roquet, para constatar la fecunda huella de Carlos Saura, autor de casi 50 títulos y uno de los pocos cineastas españoles que ha campeado en festivales como Cannes y Berlín. Además, la Academia de Hollywood ha nominado tres obras suyas: Mamá cumple 100 años (1979), Carmen (1983) y Tango (1999).