Cuenta Joachim Lafosse (Uccle, Bélgica, 1975) que al terminar la escuela de cine ya quería rodar una película sobre su propia experiencia como hijo de un hombre con trastorno bipolar. Después de filmes como Los caballeros blancos (2015), sobre las dificultades de los cooperantes en Africa, Después de nosotros (2016), en la que trata la separación de un matrimonio o Continuar (2018), sobre el reencuentro entre una madre y un hijo distanciados, por fin lo ha conseguido y en Un amor intranquilo narra el divorcio de sus padres cuando su madre decide que, en sus propias palabras, está cansada de ejercer como “enfermera” de un pintor con buen corazón pero cuyos ataques de locura convierten su vida en un caos.
Dice Lafosse que ha queridoquitar toda la parte “romántica” de la condición maníaco depresiva, más cuando está asociada a un artista, para retratar el drama brutal que supone para una familia convivir con el sobresalto y el miedo constantes. Leïla Bekhti y Damien Bonnard interpretan a la pareja protagonista, una fabricante de muebles y un pintor abstracto, que alcanzan la gloria en sus breves momentos de paz que nunca duran mucho por los constantes brotes psicóticos de él, que con frecuencia lo conducen al hospital. En medio de ese padre enfermo y esa madre harta, un niño de unos seis años, Amin (Gabriel Merz) que lógicamente sufre por la situación y se enfrenta a la vergüenza que le producen los “escándalos” paternos.
P. ¿Necesitaba confrontar el doloroso período de su infancia en el que sus padres se divorciaron?
R. Es una película por supuesto muy personal. Hay una frase que me dijo mi madre cuando yo tenía la edad de Amin, fue “Joachim, yo amo a tu padre pero la enfermedad es demasiado dura y me voy a divorciar de él”. Me ha costado cuarenta años entenderlo. Cuando era un niño no pude aceptarlo por mucho que viera las dificultades de mi padre y los sacrificios de mi madre. Me ha costado mucho tiempo poder rodar la película tratando de comprender las razones y los sentimientos de cada uno de los personajes. No quiero juzgar ni al uno ni al otro. Por eso estoy contento, es la historia de una mujer que no quiere ser solo una enfermera porque también es una mujer, madre, una amante, una amiga, una profesional… y un padre que dice “no soy solo un maniacodepresivo”. Y es también una gran historia de amor.
P. En Después de nosotros ya narraba un divorcio. ¿Le interesa qué pasa cuando el amor se acaba?
R. El enamoramiento, el flechazo, no es un verdadero encuentro. Cuando aceptamos al otro como es hay un contacto real. En un momento dado, todos estamos confrontados a esta cuestión de la fragilidad, de la imperfección. Las relaciones comienzan a ser interesantes en el momento en el que mostramos alguna fragilidad y surge la dificultad. Allí es cuando se plantea la cuestión crucial: ¿me quedo o me voy? Todo el mundo conoce eso. Cuando uno decide continuar con una relación hay un momento en el que ya no se pueden ocultar las cosas.
P. ¿Ha sido totalmente fiel a su historia personal?
R. Mi padre era fotógrafo y fue Damian Bonnard (actor protagonista) quien me convenció de que fuera pintor. Estoy muy contento de esta decisión porque esto me permitió filmar la obra de Piet Ramendonck, por el que tengo mucha admiración, y alejarme un poco de mi historia personal. Además, es muy agradable filmar a un pintor trabajando. Todo lo demás es bastante fiel. Mi padre fue hospitalizado muchas veces y era algo que estaba en casa. Lo que yo quería mostrar es que la enfermedad lo afecta todo, no es solo mi padre el que vive intranquilo por la psicosis, todo el mundo está intranquilo. Cada vez que tenía un proyecto, un nuevo trabajo o quería organizar una fiesta, la gente entraba en pánico y le preguntaba si estaba bien y estaba seguro. Eso para él resultaba insoportable. Esta especie de crisis constante era muy difícil para todos.
P. La idea del exceso y el descontrol está muy asociada al mito romántico de la creación y el protagonista cree en ello. ¿Quería mostrar que en realidad es mucho más oscuro?
R. Espero que se vea bien en la película que no es sexi, quiero quitar a la enfermedad mental toda su carga de romanticismo. He conocido a muchos alcohólicos, nos desinhibimos, por un tiempo es maravilloso, pero al final es destructivo. Ahora pienso que mis padres me han transmitido cosas magníficas por la forma en que han gestionado la enfermedad. Es cierto que hay una gran verdad y humanidad en las crisis de los maniacos pero mi padre sobre todo me hizo comprender que no hace falta la locura y el exceso para crear. Podemos escoger la calma y la disciplina y tener una vida normal y feliz sin dejar de ser un autor de calidad. Se puede llevar a los hijos al colegio y tener una vida familiar feliz y ser un gran artista. La gran lección de mi padre es que no puedo seguir su camino. No puedo hacerlo por mi hijo, tengo una responsabilidad. Si Van Gogh hubiera sido acompañado y amado ahora tendríamos más obras suyas. Mi padre hace más de veinte años que no es hospitalizado y ha seguido haciendo fotos. Hay una idea romántica detrás que hace mucho daño.
P. ¿Qué consecuencias ha tenido en su vida adulta su infancia?
R. Yo he ido muchos años a psicoanálisis tres veces a la semana. Mi primer gran miedo era ser maniacodepresivo. Mi abuela lo era y mi padre también. Pero me he interrogado mucho sobre ello en mi trabajo terapéutico. Y ahora he podido hacer esta película de la que estoy muy orgulloso. También creo que ha sido esto lo que me ha convertido en un artista. Cuando creas te expones y corres el riesgo de hacer una película que puede ser ridícula, la gente puede reírse de ella. El tenia una actitud totalmente desinhibida, no tenía ningún miedo de lo que pudieran decir los demás, era excesivo pero también había alguna verdad en ello. Lo que es magnífico es que los artistas, dentro de su trabajo, en su disciplina, puedan volverse locos. Pero cuando se acaba el trabajo puedan volver a ser normales, buscar a los niños al colegio y prepararles la comida. Un rodaje es un momento excesivo, más grande que la vida, pero eso acaba. Creo que me he acabado dedicando al cine y al arte por mi situación familiar.
P. La película está ambientada durante la pandemia. ¿Ha empeorado la Covid y los confinamientos la situación de los enfermos mentales?
R. Hablando con psiquiatras para preparar la película me han dicho que no hubo más crisis por los confinamientos pero que cuando sucedían eran terribles. Eso es algo que está presente en la película. Creo que con la Covid todas las familias han pasado por una situación similar a la que se vivió en la mía. De repente se cuela el virus y todo se observa bajo el prisma de esa situación que lo trastoca todo. La Covid existe y su presencia nos ha obligado a cambiar toda nuestra vida y que gire en torno de eso. Ese miedo se convierte en el centro. La misma lógica se aplica a Damian, todo se observa a través del prisma de la enfermedad, eso es peligroso porque crea una intranquilidad constante.
P. ¿Existe cura para los bipolares?
R. Es un asunto muy interesante porque cuando tienen una crisis es muy difícil hacerles entender la gravedad de lo que les pasa y la necesidad de que sean hospitalizados. No creo que haya que crear una oposición entre la medicación y la terapia, las dos son necesarias.
P. Sigue fiel al formato película para salas de cine. ¿Se pasará algún día a las plataformas?
R. Yo no hago cine para que se vea en un móvil. Quizá el futuro del cine está asegurado porque será uno de los pocos lugares en los que la gente podrá desconectar del todo.