Se ha hablado mucho de la ausencia de Espíritu Sagrado (Chema García Ibarra), Destello bravío (Ainhoa Rodríguez) y Karen (María Pérez Sanz) en los premios Goya, tres óperas primas que han sido bendecidas por la crítica y han aparecido en la lista de lo mejor del año 2021 en varias publicaciones. La Academía de Cine continúa dejando de lado a estas apuestas realizadas en los márgenes de la industria, pero que revitalizan con miradas muy personales y radicalmente contemporáneas nuestro cine. Y ya no hablamos de que aparezcan en categorías como mejor película o dirección, pero bien podrían haber estado entre las cuatro elegidas a optar al Goya a mejor dirección novel.
¿Significa esto que las comparecientes en este apartado no lo merecen? Quizá Chavalas, de Carol Rodríguez Colas, siendo una película apreciable por la frescura de sus intérpretes —Ángela Cervantes opta al Goya a mejor actriz revelación— y por la reconfortante ligereza de su desarrollo, no alcanza a ser una película redonda. El problema es que la dicotomía entre barrio-ciudad que se le presenta a la protagonista, que debe volver a casa de sus padres tras perder su empleo como fotógrafa en una revista, resulta forzada y algo manida, y que el tono general no acaba de abrazar esa comedia en la que tan bien funciona en algunos momentos. Eso sí, su retrato generacional está perfectamente contorneado y se agradece que Rodríguez Colas no se haya sentido obligada a incorporar al relato la típica historia de amor chico-chica que parece obligatoria en este tipo de producciones. En cualquier caso, un debut muy prometedor, como demuestra el hecho de que la película ganara el Premio del Público en Málaga.
Pocas pegas se le pueden poner a las otras tres nominadas a mejor dirección novel: Libertad, de Clara Roquet; Josefina, de Javier Marco, y La vida era eso, de David Martín de los Santos. Clara Roquet parte como favorita, al haber conseguido que Libertad aparezca en otras cinco categorías —película, guion original, actriz de reparto para Nora Navas, actriz revelación para Nicolle García y fotografía—. La película aborda con delicadeza la historia de Nora (María Morera), una joven de familia burguesa que afronta el tránsito entre la niñez y la adolescencia durante las vacaciones veraniegas en la casa familiar de la Costa Brava. Allí llega Libertad (Nicolle García), la hija también adolescente de la cuidadora de su abuela Ángela (Vicky Peña), enferma de Alzheimer, y Nora inicia de su mano el camino hacia la pérdida de la inocencia. Una película en la que fondo y forma van absolutamente de la mano, con ecos a Carlos Saura, Víctor Erice o Lucrecia Martel. Roquet consigue atrapar el verano y situar al espectador en un tiempo que parece suspendido, como marca ese reloj de cuco que se avería en el arranque del filme. Uno de los pequeños detalles simbólicos que hacen del filme de Roquet una gozada a la que volver en repetidas ocasiones.
Y de la infancia a la vejez. La vida era eso, de David Martín de los Santos, es un filme tan emotivo como atrevido, que hace una necesaria reivindicación de la sexualidad en la tercera edad, como remarcó Petra Martínez en su hilarante discurso al recoger el Premio Feroz a mejor actriz. De hecho, uno de los grandes interrogantes de los Goya es si Martínez, espléndida en la película, será capaz de arrebatarle el cabezón a Penélope Cruz, que también brilla en Madres paralelas. En cualquier caso, Martín de los Santos, con sobriedad y sin aspavientos innecesarios, se las ingenia en todo momento para tocar temas íntimos sin caer en la sensiblería barata. La vida era eso cuenta el encuentro de una mujer anciana y una veinteañera (Anna Castillo) en un hospital de Bélgica, unidas ambas por la procedencia española y los problemas de corazón, y poco a poco da paso a uno de los viajes más emotivos del cine español reciente.
Y, por último, Josefina, la rara avis de la categoría, un filme magnético y de una narrativa sinuosa que nos habla de la incomunicación y la soledad. Dirigido por Javier Marco, que ganó el año pasado el Goya al mejor cortometraje por A la cara, aborda con la frialdad del primer Jaime Rosales o del Martín Cuenca de Caníbal, la historia de Juan (Roberto Álamo), un funcionario de prisiones apocado y tímido que se hace pasar por el padre de una reclusa para entablar una relación con Berta (Emma Suárez, nominada a mejor actriz), la madre de otro de los presos. La película, con una tensión in crescendo, es uno de esos filmes en el que es casi más importante lo que no se cuenta que lo que aparece en pantalla, dejando volar la imaginación una vez que todo funde a negro.
En definitiva, las películas nominadas a mejor dirección novel muestran el gran talento que está sin explotar en nuestra industria porque ninguno de estos cineastas es precisamente un veinteañero ni es nuevo en el oficio. Curtidos en el cortometraje o en el guion, llevan años esperando su momento y bien merecen el éxito logrado. Veremos si con el tiempo pueden protagonizar el relevo generacional que tanto se está haciendo esperar.