La ceremonia de los Premios Goya 2022 juega este año con las cartas marcadas. Pase lo que pase en el reparto de premios, será la noche de El buen patrón. Porque arrase y termine llevándose la mayoría de sus veinte nominaciones: un récord absoluto en la historia de la Academia, por encima de las diecinueve que obtuvo en 1994 Días contados, de Imanol Uribe. Porque salte la sorpresa y sea derrotada en la mayoría de las categorías (de esto también hay antecedentes, por poco probable que parezca) o porque se quede a medio camino y se reparta los ‘cabezones’ con el resto de las películas nominadas. Al final, todos los balances empezarán hablando de la película con la que Fernando León de Aranoa ha regresado a la primera línea de la industria cinematográfica nacional.
La fábula del patrón paternalista, pero capaz de todas las maldades imaginables (algo de lo que estamos ya seguros desde que Javier Bardem aparece por primera vez en la pantalla) ha cautivado a los profesionales del cine español, que son –conviene recordarlo– los que votan en estos premios. Los Goya, como los César en Francia, los BAFTA en Reino Unido, los David De Donatello en Italia, y por supuesto los Óscar en Hollywood, son unos premios corporativos, cuyo palmarés anual no refleja otra cosa que los gustos de quienes hacen el cine en cada uno de estos países. No son unos galardones otorgados por un jurado de notables (como sucede en los festivales) o en función de la exigencia estética y artística de la crítica. Son los premios que se otorgan a sí mismos los compañeros de trabajo de quienes han hecho las películas.
Quizá esta perspectiva ayude a entender mejor por qué en esta edición (y no es la primera vez que esto ocurre) se han quedado fuera de las nominaciones algunas de las películas mejor valoradas por las más dispares instancias críticas del país (desde Caimán Cuadernos de Cine hasta Cinemanía y Fotogramas, pasando por revistas culturales como la presente).
Y es que la lista de los títulos completamente olvidados resulta casi lacerante: Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez (Biznaga de Plata en Málaga), Seis días corrientes, de Neus Ballús (premiada en Locarno y en Valladolid), Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra (galardonada en Locarno y en Mar del Plata), o Karen, de María Pérez Sanz.
Candidaturas testimoniales
Y casi otro tanto, y en algunos casos con mayor dolor todavía, podría decirse de las películas que han sido relegadas a una presencia meramente marginal en el reparto, como si se hubieran acordado de ellas casi por casualidad. Así aparecen, reducidas sus opciones a una única y meramente testimonial candidatura, un filme tan importante como Quién lo impide, de Jonás Trueba (confinado en la categoría de documental) y una ejemplar película de aventuras como es Libertad, de Enrique Urbizu (ninguneada y humillada con una nominación para maquillaje y peluquería).
Con solo dos nominaciones comparecen también La vida era eso, de David Martín de los Santos; Tres, de Juanjo Giménez; y La hija, de Manuel Martín Cuenca, la obra que para este firmante es, con mucha diferencia, la gran película española de 2021. Y solo con tres llega al cónclave la muy humilde, pero inteligente y hermosa película de Javier Marco: Josefina.
La lista es grande, llamativa y elocuente, está llena de películas muy relevantes y deja en las nominaciones de esta 36 edición agujeros como socavones. En abierto contraste, los votantes se han volcado con otras opciones, concentrando en un pequeño ramillete de producciones –las cuatro de mayor éxito comercial entre las agraciadas– el grueso de las candidaturas y también la mayoría de las nominaciones a los premios más destacados.
Basta comprobar que solo cinco películas (el 16,1 % de las 31 nominadas) concentran 55 candidaturas (el 59,1 % de las 93 dedicadas a los largometrajes españoles), a las que se llega sumando las veinte de El buen patrón, las catorce de Maixabel (Icíar Bollaín), las ocho de Madres paralelas (Pedro Almodóvar), las siete de Mediterráneo (Marcel Barrena) y las seis de la pequeña, pero espléndida película de Clara Roquet (Libertad).
La película de Fernando León de Aranoa vuelve su mirada hacia las relaciones de clase en el mundo de trabajo, aunque aquí el retrato se mueve entre la comedia costumbrista y el azufre propio del esperpento. La de Icíar Bollaín se atreve a ficcionalizar un suceso real (el diálogo entre Maixabel Lasa y los asesinos de su marido) que no tiene solo explicaciones racionales, ideológicas o sociales, pues su admirable impulso es mucho más íntimo y se sitúa fuera del alcance de los códigos morales consolidados.
Almodóvar regresa a sus confortables códigos del melodrama hiperestilizado, pero lo hace con una sobrecarga de diálogos explicativos y mezclando, de manera impostada, una denuncia sociopolítica de actualidad, mientras que el filme de Barrena nos devuelve al terrible drama de los emigrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo. Y en contraste con los ‘grandes temas’ de estas cuatro cintas, la magnífica ópera prima de Clara Roquet vuelve su mirada al territorio íntimo de la adolescencia que se abre camino entre el mundo adulto.
Por otra parte, la radiografía de estas preferencias arroja al menos tres consideraciones de interés. La primera tiene que ver con la velocidad a la que las instituciones del cine español (la industria y sus profesionales, que a fin de cuentas son los votantes de los Goya) consumen y queman generaciones de cineastas: solo Pedro Almodóvar sobrevive –para el criterio de los académicos– entre los creadores de los años ochenta, y únicamente Icíar Bollaín y Fernando León de Aranoa entre los directores de los noventa.
Todos los demás realizadores del siglo pasado han sido borrados del mapa en esta edición. La segunda es el perfil ideológico y temático de las ficciones con más probabilidades de salir triunfadoras: una fábula de tintes sociales y laborales con pedigrí progresista (El buen patrón), un doloroso testimonio de una tragedia individual que resuena sobre la colectiva de todo un país (Maixabel), un melodrama posmoderno con incrustaciones de denuncia social y política (Madres paralelas) y un testimonio de la tragedia humanitaria de la emigración (Mediterráneo).
Los taquillazos
Un manto de buena conciencia social recubre los Goya de este año, pero lo hace en sintonía con la franja media de las preferencias de los espectadores, pues estas cuatro películas han sido vistas (hasta diciembre de 2021) por un total de 1.543.126 espectadores (el 22 % de los que han visto cine español), un dato que deja también al descubierto la tercera faceta interesante.
Y esta no es otra que el segundo de los olvidos, en realidad antagónico del primero, pues los académicos han dejado también fuera de su canon a las tres películas españolas más comerciales y populares del año (A todo tren: Destino Asturias, Way Down y Operación Camarón), capaces de convocar a 2.976.928 espectadores (el 42 % de los que vieron cine español). Santiago Segura, Jaume Balagueró (con una única nominación, para los efectos especiales de su película) y Carlos Therón tampoco están invitados a la fiesta. A la Academia no le basta con una buena taquilla; también exige conciencia social y un acabado pulido, sin aristas, ajeno a todo radicalismo o búsqueda estética. Son sus gustos.