A finales del siglo XIX, el sexólogo Magnus Hierschfield y el jurista Max Spoht, entre otros, fundaron en Berlín la primera organización de defensa de los derechos LGTB en el mundo. El Berlín de entreguerras, inmortalizado por la pluma de Christopher Isherwood, inspirador de la película Cabaret (Bob Fosse, 1972), sigue siendo un icono de la cultura gay, aunque también tuvo una parte sórdida debido a la altísima prostitución masculina provocada por las crisis económica. Después, como es sabido, llegaron los nazis llevando la ley 175, la que prohibía la homosexualidad, hasta sus más espantosas consecuencias. Como es sabido, muchos gays compartieron el ominoso destino de los judíos y se calcula que entre 5.000 y 15.000 personas fueron encerradas en campos de concentración. Muchos de ellos, claro murieron.
Great Freedom, producción dirigida por el austríaco Sebastian Meise (Kitsbuhel, 1976), nos traslada a un tiempo posterior como los años 60 en el que los homosexuales seguían siendo encerrados en la cárcel como criminales. El protagonista es Hans (Franz Rogowski), un tipo carismático de treintaymuchos que es apresado después de mantener relaciones sexuales con desconocidos en un baño público.
Carismático y con espíritu rebelde, la película nos cuenta a modo de flash back su primer internamiento, cuando es más joven y su relación con su compañero de celda, un tipo mayor que él con aspecto peligroso, Viktor (Georg Friedrich). En el presente del filme vemos su noviazgo clandestino con otro recluso mucho más joven, Oskar (Thomas Prenn) con una actitud mucho menos contestaria que la suya, mientra retoma su vieja amistad.
Dos asuntos paralelos se cruzan en esta película sólida y punzante en la que Meise muestra los desgarros interiores de unos seres que no tienen mas remedio que situarse al margen de la sociedad por una discriminación criminal. Mientras el protagonista se niega a esconderse y prefiere correr el riesgo de entrar en la cárcel una y otra vez a vivir oculto, su amante prefiere la clandestinidad, o la represión, a apartarse de una “buena sociedad” en la que quiere integrarse. La ley crea realidades y si Hans casi parece reivindicar su condición de antisistema, Oskar aspira a que lo dejen en paz.
El amor en el infierno
Por una parte, por tanto, las dramáticas consecuencias de la criminalización, por la otra, un tema que trataba una película tan importante en la historia del cine como Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994), en la que veíamos las dificultades de presos de larga duración para enfrentarse al mundo cuando la cárcel, con sus horrores, se ha convertido en su hogar y único medio conocido.
Sin apretar las tuercas, Meise describe las humillaciones que deben padecer los homosexuales para contarnos, al final, una historia inesperada como la del milagro del amor en el contexto del infierno. Poco a poco, la relación entre el viejo Viktor, heterosexual, y el joven Hans va tomando protagonismo. Frente a la injusticia elemental de un sistema que quita a las personas su dignidad por su orientación sexual, Meise contrapone la dignidad de los afectos y la lealtad.
Humillados y ofendidos llamó Dostoievski a su novela inspirada en su amarga experiencia en un penal de Siberia. El espíritu del escritor, que encuentra en los márgenes de la sociedad y en aquellos más machacados la belleza de la humanidad en su estado más puro, late en esta película meticulosamente construida cuyo final resulta conmovedor y sobrecogedor al mismo tiempo.