Tras ser premiada en la sección Un certain regard de Cannes, ser seleccionada por Bélgica para los Óscar y recibir siete premios Magritte de la Academia de Cine belga, se estrena en España Un pequeño mundo, la impactante ópera prima de Laura Wandel (Bruselas, 1984). El filme narra la historia de Nora (la pequeña Maya Vanderbeque, que realiza una de esas interpretaciones infantiles que se quedan marcadas a fuego en la memoria), que en su primer día en primaria descubre el acoso que sufre su hermano mayor y se verá atrapada entre la decisión de alertar a su padre, la necesidad de integrarse y la lealtad a su hermano, que le pide que guarde silencio. Sin abandonar en ningún momento el espacio del colegio y adoptando de manera férrea el punto de vista de la niña, Laura Wandel nos sumerge de manera incisiva en el patio de recreo, un espacio donde la crueldad de los niños es tan manifiesta como la incapacidad de los mayores para afrontarla. A su paso por Madrid para presentar el filme, la directora atiende a El Cultural.
Pregunta. ¿De dónde surgió la inspiración para hacer esta película?
Respuesta. Tenía ganas de enfocar con la cámara el mundo del colegio y, más concretamente, el patio de recreo. Ahí hay mucho en juego a nivel de la construcción de la identidad de una persona y en cuanto al aprendizaje de las relaciones con los demás. Observé patios y hablé con profesores, con directores de colegio y con niños para alimentar el relato y nutrirlo y, poco a poco, se fue construyendo. Después apareció la relación de los hermanos, pero me interesaba ese momento de enfrentamiento en el que te das cuenta que quieres ser reconocido y que quieres integrarte a una microsociedad, que ya no eres un niño aislado en el mundo familiar. Al fin y al cabo, es algo que experimentamos durante toda la vida. Para mi los patios de recreo son el cimiento de la humanidad. Pero, ¿hasta qué punto estás dispuesto a dejar de lado algo tuyo o a perder tu propia identidad para que te acepten los demás? Esa pregunta es, a grandes rasgos, en donde quería profundizar.
P. ¿Qué aprendió observando esos patios de recreo?
R. Me sorprendió que los juegos fueran muy parecidos a los de mi época en el colegio, muy enfocados a favorecer a las aptitudes sociales. También me sorprendió la violencia y el hecho de que es casi imposible seguir su proceso a largo plazo. Solo ves actos o situaciones parceladas, pero es muy difícil detectar el origen y hacer algo para parar la violencia.
P. ¿Hubo alguna película que le sirviera de referencia?
R. Sí, hubo varias. Por ejemplo, el documental Récréations, de Claire Simon, que trata sobre niños de parvulario, de entre tres y seis años. O Ponnet, de Jacques Doillon, que sigue de manera estricta el punto de vista de una niña. A nivel formal, diría que el filme que más me sirvió de referencia fue El hijo de Saúl, de László Nemes.
P. Como en El hijo de Saúl, mucho de lo que hay alrededor de la protagonista queda fuera de campo. ¿Por qué decidió utilizar ese recurso?
R. Quería dejar sitio al espectador para que pudiera imaginar, y así proyectara su propia violencia en ese fuera de campo. Para mí es muy importante que el espectador participe de la narración en vez de darle todo mascado.
P. ¿La alegría y la diversión propia de la infancia también quedan fuera de campo?
R. De alguna manera también la muestro, aunque la intención no era centrarse en eso, es verdad. Pero no he querido mostrar un relato sobre la infancia basado únicamente en el sufrimiento y el dolor, también hay momentos de alegría. En cualquier caso, todo forma parte del aprendizaje humano.
P. ¿Por qué decidió situar la cámara tan cerca de tu protagonista y adoptar su punto de vista de una manera tan férrea, tan fuerte?
R. Para empezar, me parecía interesante mostrar el punto de vista de un testigo porque no es el habitual. Ser testigo de acoso escolar es algo muy difícil de gestionar para un niño porque se ve dividido entre la voluntad de ayudar y la necesidad de protegerse a sí mismo y de ser aceptado por el grupo. Después, quería que el espectador creara un vínculo con Nora, que fuera empático con lo que ella ve. Por eso, he intentado que la experiencia fuera totalmente sensorial, que el público lo viviera física y emocionalmente y no solo de una manera intelectual. Es importante que nos acordemos de cómo éramos cuando teníamos la edad de Nora.
P. ¿Los adultos del filme parecen incapaces de abordar la situación?
R. No quería enjuiciarlos sino mostrar que carecen de herramientas para hacer frente al acoso escolar. La maestra dice en un momento que no siempre saben qué hacer. Y es importante que los niños comprendan que los adultos no siempre tienen respuestas para todo.
P. ¿Cómo preparó el trabajo con los niños protagonistas?
R. Maya apareció en un casting. Tenía siete años y lo primero que me dijo es que quería aportar toda su fuerza a la película. Me dio la impresión de que tenía ganas de lanzar un mensaje, de decir algo, y creo que se dio cuenta de que yo estaba dispuesta a darle un lugar en la historia. Los niños nunca leyeron el guion, solo tenían una sinopsis de la historia. Durante tres meses los preparamos con una ortopedagoga que tenía un método especial. En primer lugar, crearon una marioneta de su personaje para que supieran bien la distinción entre ficción y realidad. También hablamos de sus experiencias en el colegio, de lo que habían vivido y observado. Luego, les dábamos pistas sobre el principio de una escena y les preguntábamos qué pensaban que haría su personaje, qué iba a ocurrir y cómo creían que sería la interacción entre todos. Y les pedíamos que improvisaran esa escena para que trabajaran el cuerpo y propusieran diálogos, que a veces eran mucho más interesantes que los que yo había escrito. El intercambio era constante. Por último, dibujaban la escena y crearon una especie de storyboard del filme.
P. ¿Qué significó para usted estar en Cannes con su primera película y haber sido seleccionada por Bélgica para los Óscar?
R. Es un reconocimiento enorme a siete años de trabajo. El proyecto al principio no era nada obvio. A la gente que iba a poner dinero le daba miedo rodar a la altura de los niños, no mostrar nada de lo que ocurre fuera del colegio y que solo salgan adultos cuando se agachan. Pero tenía que ser así o no se hacía. Estoy muy orgullosa de no haber dado mi brazo a torcer.