El poder destructor de la verdad según Farhadi
En 'Un héroe', Asghar Farhadi aborda la historia de un hombre al que un acto altruista solo le trae un sinfín de problemas. El protagonista del filme recuerda tanto a 'El idiota' de Dostoievski como al 'Juan Nadie' de Frank Capra
4 marzo, 2022 04:54Después de su fallida incursión en el cine español con Todos lo saben (2018), filme en el que el buen desempeño de los actores (Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Eduard Fernández…) no lograba salvar una historia de secuestro demasiado convencional que en sus peores momentos bordeaba el culebrón, Asghar Farhadi (Khomeyni Shahr, 1972) regresa a su zona de confort con Un héroe, Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes.
Farhadi es un maestro a la hora de levantar magnéticas intrigas morales y de mostrar que la verdad es un concepto ambiguo
Como ya hiciera en la magistral Nader y Simin. Una separación (2011) o en El viajante (2016), ambas galardonadas con el Óscar a la mejor película extranjera, el director se afana en pulir una radiografía cultural de su Irán natal que tiene mucho más de neorrealismo italiano y cine social europeo que del habitual lirismo y de la poesía a la que suelen recurrir sus compatriotas, con Abbas Kiarostami como gran referencia en el mundo del cine.
Con estructura de pesadilla kafkiana y un protagonista que recuerda tanto a El idiota de Dostoievski y como al Juan Nadie (1941) de Frank Capra, Un héroe sigue los pasos de Rahim (Amir Jadidi), un hombre que sale de la cárcel con un permiso de dos días. En su cara se dibuja una sonrisa radiante ya que un golpe de suerte puede ayudarle a saldar la deuda contraída con un prestamista que dio con sus huesos tras los barrotes: su novia ha encontrado un bolso repleto de monedas de oro.
Rahim, en un primer momento, intenta venderlas, pero finalmente decide buscar a la persona que ha perdido el bolso para devolvérselo, con la esperanza de recuperar al menos el honor perdido. Esto lo convertirá en un héroe para la comunidad tras publicarse su historia en los medios de comunicación. Será agasajado (y también manipulado) por los vecinos, por la dirección de la cárcel y por una asociación benéfica, mientras las redes sociales enloquecen con este acto de altruismo.
Farhadi, sin embargo, se mueve en un terreno de grises en el que es difícil responder a la principal pregunta que plantea la historia: ¿existe la bondad pura y dura, sin dobleces? Sabiamente, el director mantiene un halo de duda sobre las intenciones y la personalidad de Rahim, que tendrá que demostrar la veracidad de su historia para conseguir un trabajo que le permita afrontar definitivamente el pago de su deuda y empezar una nueva vida.
Un toque de sadismo
Hay cierto sadismo en el guion de Farhadi, que con una sucesión de giros y golpes de efecto lleva a Rahim a tomar una serie de malas decisiones que irán socavando su fama. Si esta estructura acumulativa de penurias provoca que la tensión esté siempre a flor de piel –la película puede ser entendida en clave de thriller–, es cierto que también resulta un corsé demasiado estrecho, que termina por asfixiar cualquier contenido crítico sobre la justicia social en Irán.
Hay apuntes interesantes, eso sí, sobre la manipulación de las redes sociales, sobre la burocracia desmedida, sobre la discriminación de las mujeres o sobre la justicia. En cualquier caso, Farhadi, el más europeo de los directores iraníes, sigue siendo un maestro a la hora de levantar magnéticas intrigas sobre dilemas morales y de mostrar que la verdad, en el mundo actual, es un concepto absolutamente ambiguo.