El tempo de la distribución española es inescrutable y a veces la demora con la que algunos títulos europeos llegan a España provoca que el presente incida directamente en ellos. Es lo que ocurre con Compartimento nº 6, del finlandés Juho Kuosmanen (Kokkola,1979), que podríamos interpretar como una intencionada alegoría humanista y antibelicista de las tensas relaciones entre Rusia y Europa, si no fuera porque la película se presentó en Cannes el pasado mes de julio –ganó el Gran Premio del Jurado–, cuando nadie preveía una guerra en Ucrania.
“La situación actual añade nuevos colores al filme”, explica Kuosmanen a El Cultural. “Rusia nunca ha sido un país europeo normal, y ahora lo vemos de una manera más clara y potente. Existe un estereotipo sobre cómo son los rusos, pero quería mirar más allá. La razón por la que me gusta ese país terrible es por la enorme cantidad de luz y oscuridad que tiene en su interior. Quizá ahora sea más complicado aceptar que la película trata de empatizar con lo que significa ser ruso, porque hay mucho odio alrededor. Pero quiero creer, incluso ahora que esta guerra nos fuerza a ver las cosas desde la estrecha óptica del blanco y negro, que todavía podemos tratar de ver al otro como un ser humano”.
“La razón por la que me gusta ese país terrible es por la enorme cantidad de luz y oscuridad que tiene”
El filme, que se estrena el día 13, nos habla del encuentro en un largo viaje en tren de Moscú a Murmansk (1.936 kilómetros) entre una chica finlandesa que pretende ser más intelectual de lo que en realidad es –va en busca de unos petroglifos porque alguien le ha dicho que es fácil entender el presente si conoces el pasado– y un joven e intenso minero ruso que a simple vista parece salido de uno de esos vídeos de internet de salvajadas etílicas por la que el país de Putin es tan célebre. Obligados a compartir un minúsculo vagón-cama, pronto surge la empatía y acabarán reconociendo en el otro sus propias identidades, al tiempo que establecen una entrañable relación.
Pregunta. La película adapta la novela de Rosa Liksom, publicada en España por la editorial Alianza. ¿Qué fue lo que le atrajo?
Respuesta. Me sentía atraído por tres elementos: el tren, el paisaje ruso y el espíritu, la atmósfera, esa manera de capturar las sensaciones de vivir un largo viaje. Y también por esa idea tan humana del poder transformador que tiene el encuentro con el otro. Todo ello lo hemos mantenido en la película, que sin embargo introduce bastantes modificaciones. Dejamos muchas cosas fuera y cambiamos la época, pasando de los años 80 a finales de los 90. Además, en la novela el destino es Mongolia y en la película es Múrmansk.
P. ¿Y los personajes?
R. En la novela ella es más joven y él más viejo. Queríamos equilibrar las relaciones de poder que se establecen entre ellos. Pero, aunque tratamos de definirlos durante la escritura, el momento clave para el desarrollo de los personajes fue el casting. Empecé a trabajar con Seidi Haarla un año y medio antes del rodaje y contribuyó mucho con sus opiniones en la elaboración de la historia y en cómo iba a ser Laura. Por su parte, Yuriy Borisov no se parecía en nada a Lhoja, pero su prueba fue tan intensa que no me quedó otra que adaptarle el personaje.
¿Amor romántico?
P. ¿Cómo definiría la conexión que se establece entre Laura y Lhoja?
R. Es algo que va más allá del amor romántico. No se enamoran realmente el uno del otro, no creo que quieran pasar el resto de sus vidas juntos. Tiene más que ver con conocer a alguien que te ve de una manera diferente a cómo te ve el resto de la gente. Existen lazos secretos entre ambos personajes porque están tratando de ocultarse detrás de una máscara, no se gustan a ellos mismos. Al principio Lhoja no es más que un estereotipo del típico descerebrado, pero solo es el rol que intenta desempeñar, aunque no se le da demasiado bien. Trata de comportarse como un chico peligroso, pero realmente parece bastante torpe. La manera en la que abre el vaso de plástico al principio es muy infantil, como si se tratase de un juguete. Por otro lado, ella no es tan intelectual como pretende ser, simplemente repite las palabras que ha escuchado en una fiesta acerca de la necesidad de ver los petroglifos. Al final se da cuenta de que se parece más a Lhoja que a Irina, esa académica moscovita de aires cool. El viaje que realizan al final consiste en aceptar cómo son realmente.
P. ¿Fue difícil rodar en el tren?
R. Sí y no. Rodar una película nunca es fácil, da igual de qué tipo sea, y además no debe serlo. Me resulta muy irritante que me digan que debe haber una manera más sencilla de hacerlo. Desde mi punto de vista, eso no tiene nada que ver con nuestro trabajo. Creo que en el cine importa el compromiso y el sufrimiento. Esta película no han sido unas agradables vacaciones.
P. ¿Le influyó alguna película de trenes?
R. Vi muchas antes de rodar y me di cuenta de que la mayoría simplemente sitúan una historia en un tren. Lo que yo buscaba era que se experimentara de manera auténtica la sensación de estar viajando en un vagón durante varios días. Hubiese sido más fácil rodar en un estudio, pero prefiero la aventura.