El establishment europeo contuvo la respiración el pasado fin de semana ante la posibilidad de que Marine Le Pen, candidata del partido extremista Reagrupamiento Nacional, le ganara la partida a Macron. Los resultados del país vecino parecen plantear un nuevo escenario en el que ya no se dirime la eterna lucha entre izquierda y derecha sino entre otros dos polos opuestos, la defensa del sistema o su destrucción, culminando la percepción de que la diferencia entre socialistas y conservadores es mínima y el descontento de una parte importante de la población con las democracias liberales.
El mundo de ayer, dirigida por Diastème, tiene como tema central ese ascenso ultra, cosa que el director galo considera “el mayor problema de nuestro tiempo”, estableciendo un paralelismo entre lo que sucede en su país y en otros como Hungría, Brasil o la América de Trump. Está protagonizada por Isabelle de Rancy (Léa Drucker), presidenta de la República Francesa en sus últimos días en el cargo. Conocemos a una política recta, buena madre, preocupada de manera sincera por el futuro de su país, empeñada en reducir las emisiones contaminantes y en pie de guerra contra el cinismo que considera la política un mero juego de poder.
El legado de “madame la présidente” se complica cuando su jefe de gabinete, Franck (Denis Podalydès) se entera de que los rusos tienen un vídeo comprometedor del hombre que ha designado como su sucesor. En plenas elecciones, con las encuestas pronosticando un empate entre ese candidato y el ultraderechista, el Kremlin piensa hacerlo público a pocos días de que se celebre la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, con la intención evidente de favorecer a su rival y proseguir con su estrategia de desestabilizar a Occidente. Sin duda, la película no podría tener mayor actualidad, el problema es que esta fábula sobre la dignidad de la política no convencerá a ningún convencido ni mucho menos seducirá a ningún rebelde.
Utilizando el título de la autobiografía de Stefan Zweig, en la que realiza una elegía a ese “mundo de ayer” previo a la llegada de los nazis, Diastème quiere establecer un paralelismo entre esa tragedia y el mundo actual. Estamos ante una película totalmente maniqueísta, frente a la virtud de esa presidenta casi intachable, la maldad de un demagogo populista utiliza un atentado yihadista para acusarla de “tener las manos manchadas de sangre”. Todo resulta demasiado didáctico, poco complejo y en último término, incluso contraproducente para la propia causa que quiere defender.