Albert Serra y Rodrigo Sorogoyen, 'thrillers' patrios atípicos en Cannes
El director catalán presenta en la sección oficial 'Pacifiction', una intriga política 'slowmo' estimulante y rompedora. Sorogoyen, por su parte, va de Sam Peckinpah al empoderamiento femenino en 'As Bestas'
27 mayo, 2022 09:01Ayer por la mañana, un usuario de Twitter recopiló en un hilo las salidas de tiesto del único participante español a concurso en la Sección Oficial de Cannes, Albert Serra. Entre las perlas, destacaba una pronunciada en 2014: "No es improbable que de aquí a 100 años se reconozca que yo soy más importante que Scorsese, Coppola y Spielberg para la historia del cine". En caso de que su décimo largometraje se vaya de vacío en el palmarés, no creemos que el ego del autoproclamado mejor director español de cine de autor se vea afectado lo más mínimo. Pero tampoco es descabellada su opción a la Palma de Oro por una propuesta estimulante y rompedora que ha entusiasmado a la crítica.
A estas alturas del festival, el catalán ha tomado a la prensa por (grata) sorpresa. Los titulares franceses hablan de sobresalto en la competición.
Pacifiction es un thriller político slowmo, una intriga al ritmo a cámara lenta de la exuberante selva tropical en la que se ambienta. Si les parece chocante que Serra haya localizado la acción en los Mares del Sur, reflexionen sobre la pervivencia de colonias francesas en las antípodas. Tan bizarra es la ficción como la realidad que recrea.
La extravaganza audiovisual del más francófono de nuestros cineastas, ganador de la sección Una cierta mirada en 2019 con su película Liberté, está protagonizada por un perfecto Benoît Magimel que apunta maneras para el premio a la mejor interpretación masculina. Su personaje es un alto funcionario impecable en el trato y sibilino, invariablemente vestido con un traje de lino blanco. En el ejercicio de su puesto de Alto Comisionado de la República en la Polinesia Francesa se codea con políticos y líderes de la comunidad local, marinos de la Armada, empleados del hotel y del club que frecuenta. Se intuye que ese ir y venir entre la clase trabajadora y las altas esferas es una dinámica habitual en el mantenimiento de su red de clientelismo. En su periplo asistimos al erotismo lánguido de las barras de bar, a bailes tradicionales y a peleas de gallos, todo atendido desde el exotismo condescendiente de la metrópoli.
En la recta final de Pacifiction, hay un soliloquio del protagonista que de inmediato se advierte como la médula espinal de la película. El representante del Estado francés compara la política con una discoteca donde sus oficiantes, cegados por las luces, no aciertan a verse entre ellos y pierden el contacto con la realidad. Pagados de sí mismos, ignoran la voz del pueblo mientras se y nos dirigen al abismo. Ese salto al vacío se concreta en la trama con los rumores de una reanudación de las pruebas nucleares en los Territorios de Ultramar, que entre 1966 y 1996 ya sufrieron en torno a 200 ensayos con sus posteriores efectos secundarios para la salud de sus habitantes que tacharon los experimentos de racistas.
El punto de partida del realizador fueron los diarios íntimos de la actriz Tatarita Teriipaia, esposa de Marlon Brando, pero en su habitual aproximación iconoclasta, Serra articula un relato de extrañeza enfatizado con una dirección de arte que revela un paisaje tan suntuoso como amenazante, donde hay profusión de amaneceres en lila, atardeceres anaranjados y noches iluminadas con luces de neón.
Para elevar unos tonos la paranoia, la banda sonora abunda en una reverberación ominosa que en ciertos pasajes evoca el sonido amortiguado de un submarino. El infierno nuclear hostiga al paraíso en la Tierra. Y dada la escalada de tensión geopolítica actual, la audiencia no puede sino entrar al juego dramático. Eso sí, con altas dosis de paciencia, porque el maestro de la boutade ha extendido el metraje a 183 minutos.
El thriller rural de Sorogoyen
En el día que precisamente se ha aprobado una ley del cine que pone la puntilla al audiovisual del que Serra se ha autoerigido en paladín, la sección Cannes Première acogió el estreno de otra propuesta española, As bestas, de Rodrigo Sorogoyen.
El thriller rural, coescrito junto a Isabel Peña, está trazado en dos tonos, una primera parte de tensión in crescendo a lo Sam Peckinpah y una segunda de drama, empoderamiento femenino y asunción de duelo. Llámenlo zeitgeist o desazón compartida, pero el caso es que la película comparte el trasfondo de denuncia del último largometraje español ganador del Oso de Oro en Berlín, Alcarràs, de Carla Simón. Ambas se duelen de la España abandonada, del desapego al campo y de la especulación en las energías renovables. Pero si la amenaza en la Lleida de los melocotones son las placas solares, en este Ourense de tomates, lechugas, vacas y ovejas lo son las turbinas eólicas.
La apuesta del director madrileño, rodada en gallego, castellano y francés, enfrenta la visión del habitante del terruño, hastiado de miseria y de un horizonte de penuria, con el optimismo del forastero idealista, que se resiste al pan para hoy hambre para mañana de los molinos de viento. El pulso está protagonizado por el siempre infalible Luis Zahera y el actor galo Dénis Menochet, apodado el Robert Mitchum francés.
A la vera de la trama y de Sorogoyen, su fiel escudero musical, Olivier Arson, Goya 2019 por El reino, puntúa las fricciones entre los protagonistas con una banda sonora grave y rústica, la primera en la que no tira de electrónica. A pesar del uso de violas, contrabajos y chelos, la composición evita ahondar en la belleza del entorno para retratar el barro y la furia de este drama que convierte el juego del dominó en escenario de las tensiones masculinas y resume la violencia en las luces largas de un todoterreno atravesado en una carretera comarcal.