Todas las cosas ocurren por algo. Que uno de los más memorables orgasmos de la historia del cine exista se debe, en parte, a una mera casualidad. En 1987, Nora Ephron se encontraba escribiendo un guion que había aceptado solo para poder pagar sus facturas, cuando se enteró de la muerte de su tío materno Hal. El hermano de su madre era el hombre del que, según le había repetido su padre en infinidad de ocasiones, heredaría toda una fortuna. Por suerte, no ocurrió así.
“Terminé el guion y la película se hizo. Aprendo enseguida de la experiencia, y la lección que aprendí en este caso fue que había tenido muchísima suerte de no heredar una suma importante de dinero, porque no habría terminado de escribir Cuando Harry encontró a Sally, una película que cambió mi vida”, reconocía la guionista y directora en No me acuerdo de nada poco antes de morir en el verano de 2012.
Escrito en 2011, ahora que se cumplen diez años de su fallecimiento Libros del Asteroide publica este volumen de ensayos, con traducción de Catalina Martínez Muñoz, donde Ephron se sincera sin abandonar nunca su particular sentido del humor ni su tono incisivo, descubre sus problemas de memoria y sus inseguridades, al tiempo que rememora su carrera como periodista, reflexiona sobre sus fracasos y nos habla hasta de sus recetas de cocina favoritas.
El humor y la cáscara de plátano
Hija de destacados dramaturgos y guionistas, tanto a Ephron (Nueva York, 1941), la mayor de cuatro niñas, como a sus hermanas la profesión les venía de casa. Su madre era una excepción en el sector. Por supuesto, había otras mujeres, “pero no tenían hijos además de una carrera”, sostiene la guionista en uno de los textos que integran su libro. “Esto era antes de que existiera el concepto de tenerlo todo –continúa–, pero mi madre lo tenía todo. Hasta que destrozó esta historia volviéndose una loca alcohólica –moriría de cirrosis años más tarde–. Pero eso fue después”.
De su madre, una mujer poco cariñosa y algo fría, aprendió una de sus más importantes lecciones vitales. Todo era una copia de algo. Cualquier tragedia, cualquier pequeña desgracia cotidiana, le había pasado ya a alguien antes. “Ahora creo que lo que mi madre quería decir es, que cuando resbalas con una cáscara de plátano, la gente se ríe. Pero cuando se lo cuentas tú a la gente, eres tú quién se ríe. Te conviertes en el héroe en vez de en la víctima de la broma”, analizaba Ephron en el documental que su hijo estrenó en 2016, precisamente bajo el título Todo es una copia, disponible en Movistar.
Icono feminista, pronto ella misma tuvo que romper sus propios techos de cristal. Su primer trabajo fue en la revista neoyorkina Newsweek, donde la contrataron para repartir la correspondencia por 55 dólares a la semana, un empleo solo desempeñado por mujeres –a los chicos recién licenciados como ella les enviaban como reporteros a alguna delegación de Estados Unidos–, donde ascendió hasta documentalista. “Ahora, con perspectiva, veo con cuánta inteligencia se había institucionalizado el sexismo allí –llegaría a opinar–. Por cada hombre, una mujer inferior”.
Sin embargo, fue una parodia suya sobre un periodista del New York Post, publicada en la revista satírica Monocle, lo que hizo que finalmente llamara la atención de la directora del periódico y consiguiera un contrato como redactora. “Me encantaba el Post. Era un zoo, naturalmente –recordaría–. El editor era un depredador sexual. El jefe de redacción era un pirado. A veces parecía que la mitad de la plantilla estaba borracha. Pero me encantaba mi trabajo. El primer año aprendí a escribir, porque cuando empecé apenas sabía”.
El orgasmo, una idea de Meg Ryan
Fue en la década de los 80 cuando su carrera dio su giro más importante. Embarazada, con un niño pequeño, recién divorciada de su segundo marido, el periodista Carl Bernstein –quien junto a Bob Woodward había destapado en 1970 el caso Watergate–, escribió la novela semiautobiográfica, Heartburn, que más tarde interpretarían en el cine Meryl Streep y Jack Nicholson. Traducida al español como Se acabó el pastel, Ephron que ya había trabajado en 1983 como guionista en Silkwood bajo la dirección de Mike Nichols, fue la encargada de adaptar aquel guion donde narraba el affaire de su marido con otra joven mientras ella estaba encinta. Más tarde recordaría: “Lo transformé en una historia divertida –su propia cáscara de plátano–. Escribí una novela. Con el dinero que gané con la novela me compré una casa”.
Tras un divorcio complicado y extremadamente mediático al tratarse los dos de personajes públicos, solo con los años las aguas se apaciguaron. “Dicen que con el tiempo el dolor se olvida. Es el cliché del parto: el dolor se olvida. No comparto esa opinión. Me acuerdo del dolor. Lo que se olvida en realidad es el amor”, sentenciaba, no obstante, entre las páginas de No me acuerdo de nada sobre aquel periodo de su vida.
En 1986, la carrera de Ephron como guionista dio el salto definitivo con Cuando Harry encontró a Sally. Estrenada en 1989, bajo la dirección de Rob Reiner, esta historia protagonizada por Billy Crystal y Meg Ryan que planteaba la eterna cuestión sobre si un hombre y una mujer podían ser simplemente amigos, se convirtió en una de las comedias románticas más memorables de la historia del cine. El orgasmo, por cierto, no fue cosa de Ephron que sí había planteado cómo las mujeres solían fingir su placer, sino de la intérprete protagonista que, al leer la escena dijo: “Lo haré”. Y propuso simularlo en medio de una cafetería.
“Cuando Harry encontró a Sally fue un exitazo y hasta dio beneficios –contaba la autora–. Compramos un cerezo silvestre. Es una preciosidad. Florece a finales de junio y me recuerda a mi querido tío Hal”.
El amor en el cine según Nora Ephron
Entre 1992 y 1993, Ephron debutó como directora con dos películas dispares: This is my life, con un guion coescrito junto a su hermana Delia, y Algo para recordar. Protagonizada esta última de nuevo por Meg Ryan, ahora junto a Tom Hanks, con quien ya había coincidido en Joe contra el volcán, aquella comedia romántica contaba la historia de un niño que llamaba a un programa de radio para encontrar una novia para su padre viudo. Versión y homenaje de Tú y yo, título dirigido en dos ocasiones por Leo McCarey, en 1957 y 1939, Ephron había señalado a sus actores un interesante matiz: “No era sobre el amor, era sobre el amor en las películas”. Como curiosidad, la pareja protagonista no coincidió más que dos minutos en todo su metraje.
Tuvieron que pasar algunos años, y algún fracaso –“la verdad es que creo que no aprendes nada de los errores", dijo en una ocasión. "Todo lo que aprendes, honestamente, es que es muy posible que cometas otro”–, hasta que en 1998 se aventuró con otro de sus grandes títulos por el que también sería recordada. En Tienes un email volvía a reunir a la dupla de oro de los 90, Meg Ryan y Tom Hanks. Remake de la película El bazar de las sorpresas, dirigida por Ernst Lubitsch en 1940, con los años, curiosamente, Ephron llegaría a expresar su rechazo hacia el correo electrónico, a pesar de que en sus inicios le había parecido algo romántico y novedoso. Su aberración por él era tal que, en una enumeración de cosas que no echaría de menos al morir, lo nombraba hasta en dos ocasiones. “Sé que ya lo he dicho –bromeaba– pero quiero subrayarlo”.
En sus últimos años escribió algún guion –Colgadas– y dirigió varias películas –Combinación ganadora y Embrujada–, además de realizar alguna obra de teatro y continuar con sus ensayos y artículos. La última película que rodó fue Julie & Julia (2009), interpretada por Meryl Streep y Amy Adams. En ella reunía dos de sus grandes pasiones: la cocina y Nueva York. “Trata realmente sobre el amor y el matrimonio –dijo en una entrevista–, sobre un tipo de matrimonio que de verdad existe. Hay hombres que se alegran mucho del crecimiento de sus mujeres”. Casada hasta en tres ocasiones, la última con el también guionista Nicholas Pileggi, para algunos fue este su film más emotivo, aquel que en cierto modo homenajeaba su relación con su último esposo.
Los últimos años buenos
Diagnosticada en 2006 con leucemia, Ephron decidió no revelar su enfermedad y pasó los últimos años de su vida sin comentarles nada a sus amigos y compañeros. “Nunca se sentaba. Tenía mucha energía. Ella era realmente feliz cuando rodaba”, decía Meryl Streep cuando le preguntaron si no había notado nada durante la grabación de Julie & Julia. Conocida por su honestidad mordaz y directa, Ephron nunca había creído en la necesidad de guardarse las cosas y había hurgado en su propia vida como material para sus escritos, sin embargo en sus últimos años, se guardó para sí la única cosa sobre la que sabía no tenía control alguno. “Mi religión es: supéralo”, escribió en una ocasión. Pero, ¿qué pasaba si no podía superarlo?
Con retrospectiva, al leer algunos de sus ensayos, uno observa que la guionista ya empezó a despedirse. “Darme cuenta de que me quedan solo unos años buenos –escribió en 2010– me ha impactado sinceramente y me ha dado mucho que pensar. Me gustaría haber encontrado alguna revelación profunda, pero no. Intento descubrir cada día qué me apetece hacer en realidad. Me digo: Si este es uno de los últimos días de mi vida, ¿estoy haciendo exactamente lo que quiero? No tengo grandes aspiraciones. Mi idea de un día perfecto es tomar unas natillas heladas en Shake Shack y dar un paseo por el parque. Mi idea de una noche perfecta es ver una buena obra de teatro y cenar en Orso”.
Nora Ephron murió en el verano de 2012 a los 71 años. Con una gran entereza, sin abandonar su magnífico sentido del humor, en una de las últimas entrevistas que concedió había contestado: “Lo que voy a echar de menos, después de morir, es el beicon”.