No suele ser habitual que una primera película destile el rigor, la economía narrativa y la sabiduría que caracteriza a Vasil, primer largometraje de Avelina Prat (Valencia,1972), que tuvo su puesta de largo en la sección oficial de Seminci, donde Karra Elejalde e Ivan Barnev recibieron ex aequo el premio al mejor actor, y que llega este viernes a las salas.
El tema del filme no es demasiado original –de hecho, hemos visto propuestas con puntos de partida parecidos, como The Visitor (Tom McCarthy, 2007) o Un cuento chino (Sebastián Borensztein, 2011)–, aunque surge de una experiencia real de la directora: una amiga de su padre le pidió a este que acogiera un par de días a un inmigrante búlgaro sin papeles que había aparecido en su club de bridge y que estaba viviendo en la calle y, al final, la convivencia se alargó casi un par de meses.
Por tanto, estamos ante el ya algo manido relato del extranjero que irrumpe en las monótonas vidas de un grupo de personas para enseñarles algún tipo de lección, fórmula sospechosa de caer en la comedia fácil, el sentimentalismo ramplón o la explotación de la miserabilidad tan propia de cierto cine social.
Sin embargo, Avelina Prat –que, tras trabajar como script para Jonás Trueba, José Luis Cuerda, Manuel Martín Cuenca o Cesc Gay, ha desarrollado el guion de Vasil bajo la tutela de Isabel Coixet– consigue realizar un trabajo contenido y sugerente, que no necesita ningún tipo de manipulación para emocionar al espectador.
La clave del filme está en lo bien escritos e interpretados que están los personajes, tanto los principales como los secundarios. Karra Elejalde da vida a Alfredo, ese huraño, apático y cabezón viudo jubilado que ha construido una barrera invisible para que nadie se entrometa en su vida; el actor búlgaro Ivan Barnev brilla como Vasil, un hombre culto, extrovertido y empático, genio del ajedrez y del bridge, que busca empleo como cocinero para poder regularizar su situación en España y traer a su hija a vivir con él, y Alexandra Jiménez es Luisa, la hija de Alfredo, una traductora que mantiene una relación estrecha pero algo fría con su padre.
Evitando los géneros
Con una puesta en escena elegante y funcional, una enigmática y juguetona música de cuerda y unos diálogos naturalistas y precisos, que no renuncian al humor, Avelina Prat se distancia de cualquier género para simplemente seguir los comportamientos de sus personajes, tan erráticos y contradictorios como los de cualquier ser humano, sin la necesidad de forzar su guion hacia los grandes acontecimientos o catarsis.
Eso sí, no se priva la directora de lanzar dardos contra la kafkiana burocracia que impide a Vasil acceder a cualquier tipo de ayuda o en mostrar la impúdica xenofobia de esas casposas burguesas que juegan al bridge con malsana rivalidad.
En ese camino contra la soledad y la incomunicación que han emprendido sus dos protagonistas masculinos, quizá sin saberlo, los cambios se producen sin estridencias y a nivel casi subatómico. Pero se producen, y es un gustazo ver como el personaje de Karra Elejalde, al final, le cuenta a su hija que Vasil toca el clarinete.