En 2021, el cineasta donostiarra Mikel Gurrea presentó en la Sección Oficial del Festival de Venecia su cortometraje de ficción Heltzear, en el que las tensiones del conflicto vasco se abordaban a partir de la figura de una joven escaladora, hermana de un preso de ETA. Desmarcándose de todo didactismo, Gurrea auscultaba la España del 2000 poniendo el foco en las agitadas vivencias de una chica de 15 años. Así, atendiendo a los esfuerzos musculares y a la respiración agitada de su protagonista, el cortometraje construía una mirada política sin maniqueísmo.
Ese interés por la dimensión física de lo cinematográfico vuelve a aflorar en Suro, el primer largometraje de Gurrea, estrenado en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián y por el que acaba de ser nominado al Goya al mejor director novel. En esta ocasión, la materia de estudio es el regreso a lo rural de una juventud que no encuentra su lugar en la gran ciudad.
Cuando un viejo campesino advierte a la pareja protagonista de que quizá echarán de menos vivir en Barcelona, recibe una respuesta tajante: “Que se la queden los turistas”. Sin embargo, decididos a emprender un proyecto vital al margen de la muchedumbre y el estrés urbano, Iván (Pol López) y Helena (Vicky Luengo) acabarán descubriendo en la vida rural un nuevo receptáculo para viejas neurosis.
Interesado por el potencial expresivo de los gestos rituales y de lo performático, Gurrea puntúa su filme con pasajes llenos de fisicidad. Unos hipnóticos planos muestran la labor de los jornaleros que “pelan” los árboles de corcho de la propiedad que Helena ha heredado de su tía, mientras que el viaje existencial de la protagonista se perfila, en un guiño al cine de la francesa Claire Denis, con dos escenas de baile, una primera más armónica y compartida con Iván, y una segunda mucho más convulsa.
De este modo, Gurrea alimenta la vertiente sensorial de una película que, ahondando en las contradicciones de los personajes, busca desmontar una visión idealizada de la ruralidad. Sin miedo a que sus criaturas puedan resultar antipáticas, el cineasta presenta a Iván como un hombre contrario a los valores capitalistas, pero que a lo largo de la película va haciendo evidente su temor a perder una posición de privilegio económico y social.
Por su parte, Helena manifiesta inicialmente un interés velado por ejercer de patrona, amoldándose a un cierto arcaísmo rural, pero su fortaleza se irá resquebrajando a medida que se enfrente a la cruda realidad campesina, explorada también ahora por Rodrigo Sorogoyen en As bestas.
[Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, diálogo de guionistas en la cumbre de 'As bestas']
Cabe admirar el modo en que Gurrea se resiste a simplificar el retrato de una realidad en la que confluyen cuestiones afectivas, socioeconómicas, medioambientales, e incluso de geopolítica. Lástima que Suro adolezca de una cierta tosquedad en el despliegue de sus recursos dramáticos.
Más afinado en la captura de gestos pasajeros y en la creación de atmósferas que en la escritura de los diálogos, Gurrea decide forzar la maquinaria narrativa (las desavenencias entre la pareja, entre Iván y los jornaleros, o con un joven marroquí) para hacer explícito el carácter espinoso de la relación entre diferentes modos de vida. Dos mundos distanciados por algo más que una cifra en el cuentakilómetros.