El suplente, la nueva película del director Diego Lerman (Buenos Aires, 1976), se inserta en la tradición de un buen número de filmes que a lo largo de los años han encarado la peripecia de un profesor que intenta transmitir algo más que conocimientos a unos alumnos que, por condiciones sociales y económicas, apuntan a ser carne de cañón.
Sin perder de vista filmes efectistas de la factoría hollywoodense como Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995) o El sustituto (Robert Mandell, 1996), pero más cerca de dramas europeos reflexivos y naturalistas como La clase (Laurent Cantet, 2008), Lerman se entrega a una narración con el nervio y la tensión propia del thriller cuyo gran reto consiste en no distanciarse demasiado del molde sin caer en el cliché, algo que consigue en casi todo momento (quizá no en esa secuencia en la que un chico se pone a rapear en mitad de la clase).
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En el filme seguimos muy de cerca, sin traicionar nunca el punto de vista, a Lucio (un esforzado y solvente Luis Minujín), escritor fracasado, autor de una novela a la que nadie hizo caso, y cuya vida familiar es si cabe más desastrosa: recién divorciado, se da cuenta de que su ex pareja Mariela (Bárbara Lennie) ha iniciado una relación con otra mujer, mientras que le cuesta lidiar con la inseguridad de su hija (Renata Lerman, premiada en San Sebastián por su interpretación sin demasiada justificación). Además, su querido padre (Alfredo Castro), una especie de héroe de la comunidad que trata de poner en marcha un comedor social, apura su vida por culpa del cáncer.
En esta descomposición personal, Lucio acepta una suplencia como profesor de literatura en un depauperado instituto de un suburbio bonaerense, y tratará por todos los medios de conectar con un alumnado al que la poesía y la escritura le importan entre poco y nada.
Como establece el género, El suplente trata de que el docente se gane la confianza de los estudiantes, incluso saltándose todo código ético y toda prudencia. Lucio se preocupa genuinamente de sus alumnos, y, tras la intervención de la policía en el centro por un asunto de drogas, empezará a involucrarse personalmente en el destino de algunos de ellos, principalmente de Dylan, un joven que acabará en medio de una guerra política en la que también pleitean cárteles de la droga.
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Sin embargo (y a pesar de un clímax de acción algo forzado), la película se mantiene entre los márgenes del drama social, siendo algunos de sus grandes valores el retrato veraz de los ambientes, las creíbles y naturalistas interpretaciones de todo el elenco y el contundente estudio del personaje principal.
Aunque tengamos alguna duda sobre el interés real del filme a lo largo del metraje, es en el silencio final de la clase y en la relajación imprevista del rostro siempre tenso del protagonista, cuando descubrimos que El suplente nos ha ofrecido un viaje que merece la pena hacer.