En Un cuento de Navidad (2008), la película más célebre de Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960), el director trata la relación entre una madre y un hijo (Catherine Deneuve y Mathieu Amalric) que no tienen más remedio que comenzar a entenderse.
Quince años después, Asuntos familiares, con dos estrellas como Marion Cotillard y Melvil Poupaud, nos cuenta un viaje semejante, el de dos hermanos que estuvieron muy unidos hasta la juventud y que de golpe se separan. El motivo, Alice, actriz de éxito, no soporta la notoriedad como escritor que alcanza Louis. Para empeorar las cosas, escribe un libro sobre su relación.
La película arranca con una doble tragedia: la muerte del hijo de seis años del poeta y novelista, y acto seguido un brutal accidente en el que fallece su madre y su padre se queda en estado muy grave. Los dos hermanos no tienen más remedio que librar su último combate.
Cuenta Desplechin, autor también de Mi vida sexual (1996), Reyes y reina (2004) o Tres recuerdos de mi juventud (2015), que en cada película se deja una “libra de carne”.
Pregunta. Alice y Louis se odian con furor pero se aman con locura. ¿Cómo ha registrado sus sentimientos negativos?
Respuesta. Mi anterior película, Fantasías de un escritor (2021), es como un sueño del que despiertan sus protagonistas cuando termina su aventura extraconyugal. Entonces, regresa la vida rutinaria, un poco triste y melancólica. En Asuntos familiares sucede lo contrario. Cuando termina la pesadilla los hermanos se dan cuenta de que se aman. Alice se pregunta por qué ha perdido tanto tiempo odiando a su hermano.
P. Los hermanos tienen dificultades para comunicarse como adultos sin repetir los roles que tenían de niños. ¿Es difícil salirnos del papel que se nos adjudicó en la infancia?
R. En las familias, cada uno interpreta a un personaje, es algo muy fuerte. Creen que te conocen pero no es verdad, conocen una máscara. Louis y Alice, a través de esta tragedia, quieren ser vistos tal cual son. En esa escena en la que chocan en el supermercado vemos eso: están tirados en el suelo y se oye: ‘Creo que eres mi hermana’. Ella contesta: ‘Sí, soy yo’. Ya no hay más máscaras.
P. La muerte sirve como catarsis a los protagonistas y está muy presente en el filme. ¿Cuál es su relación con ella?
R. La presencia de la muerte es algo con lo que convivo todo el tiempo, quizá porque vengo de una familia católica con toda su carga trágica. En la primera escena me confronto a lo que me da más miedo, como la muerte de un hijo. Luego surge esa cólera porque es algo que no tiene sentido ni solución. Acto seguido, vemos el accidente de los padres con ese camión que no para de acercarse. Creo que en el cine, como estamos protegidos, sabemos que no van a bajar de la pantalla como en la película de Woody Allen (La rosa púrpura del Cairo), podemos confrontarnos a lo que nos hace daño y exorcizar este miedo.
P. ¿Cómo planteó las escenas entre Cotillard y Poupaud?
R. Melvil tenía miedo de arrancar porque Marion no le hablaba. No lo quería ni ver. Fueron dos procesos muy distintos. Melvil respetaba escrupulosamente todos los diálogos y Marion escribía durante el rodaje un cuaderno con todos los pensamientos de Alice y cambiaba sus frases sobre la marcha. Cotillard es como una niña y el espectador le perdona todos sus defectos. En la escena final, Melvil me cogió con sus brazos y me dijo: “Yo creo que la hemos salvado”. Eso fue muy emocionante.
P. ¿Es el orgullo su mayor enemigo?
R. Cuando comencé la película me pregunté cómo reparar en la ficción y en la pantalla lo que es muy difícil de reparar en la vida. Es algo que solo sucede en las películas porque en la vida no actuamos así ¡y sería tan fácil hacerlo! Creo que si vamos al cine también es para aprender técnicas para reparar nuestra propia vida y aquí hay esperanza.
P. ¿Resulta normal la competencia entre dos artistas?
R. Es imposible. Hay una frase genial que dice que la peor noticia para una familia es que el hijo se llame Franz Kafka porque vas a recibir la “carta al padre”. Es terrible. Tarde o temprano te tocará “la carta”.
P. Para el artista su vida siempre será la materia prima...
R. Tengo una relación de canibalismo con mi propia vida. Cuando trabajo con los actores no les pido que me den su técnica sino su alma. Quiero algo profundo. Si pido esto a mis actores yo soy el primero en tener esa obligación. Llamo a esto una “libra de carne”, como la de Shylock en El mercader de Venecia.