Construida a partir del perfecto engarce entre estética y política, Disturbios recrea con gran pulcritud el día a día, allá por 1877, de una fábrica de relojes situada en las montañas del Jura suizo.
Hasta la región llega el geólogo ruso Piotr Kropotkin, que pretende elaborar un "mapa anarquista" que pudiera reflejar "la perspectiva de la población local frente a la administración y otras autoridades". Un proyecto cartográfico que hallará suspicacias e interés por parte de una comunidad dividida entre una burguesía determinada a sostener sus ganancias y unos trabajadores comprometidos con la mejora de sus condiciones laborales.
En este sentido, Disturbios –Premio a la Mejor Dirección en la sección ‘Encounters’ del pasado Festival de Berlín– adquiere una resonancia histórica singular, en cuanto que retrata un episodio esencial en el itinerario vital e ideológico de uno de los padres del anarcocomunismo. Sin embargo, esquivando los lugares comunes del biopic, el suizo Cyril Schäublin construye una suerte de mosaico fragmentario, una cápsula del tiempo cargada de imágenes alegóricas.
En una de las primeras secuencias de Disturbios, un encargado del taller de relojería se pasea cronometrando la labor de montaje de las trabajadoras. También abundan las escenas de personajes que ponen en hora los omnipresentes relojes de pared, que deben ajustarse a uno de los cuatro husos horarios que operan en la región: el municipal, el local, el de la iglesia y el de la fábrica.
En conjunto, Schäublin despliega sobre el relato una cacofonía de tiempos que refleja tanto la lucha entre poderes fácticos como, en términos más abstractos, el arrogante empeño del ser humano por imponerse sobre el orden natural.
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El cineasta suizo hace confluir sus diferentes intereses en unos intrigantes planos generales, todos fijos, que tienden a arrinconar a los personajes en la franja inferior y en los márgenes del encuadre, cediendo el centro de las composiciones a elementos arquitectónicos o a una naturaleza frondosa. No sería descabellado pensar que Schäublin invoca en clave naturalista los espíritus de Jacques Tati y Brecht.
En su propuesta de un cine histórico que abraza el rigor escénico y la sensualidad de la palabra, Disturbios busca el diálogo con una noble estirpe de autores de la modernidad, del matrimonio formado por Jean-Marie Straub y Danièle Huillet a Raúl Ruiz, pasando por Manoel de Oliveira.
Una herencia que Schäublin proyecta hacia algunos de los grandes debates de nuestro tiempo, de la mercantilización de las imágenes y la fama –en Disturbios, los personajes mercadean con retratos de Sarah Bernhardt o el rey Víctor Manuel II– a las derivas que han tomado los movimientos obreros y nacionalistas.
Para ilustrar la disputa ideológica, Schäublin muestra a los anarquistas organizando una rifa en solidaridad con los "huelguistas de Baltimore, Bélgica y Barcelona", mientras que los poderosos montan una lotería paralela con el lema "un donativo para la patria". Una sociedad de consumo no tan lejana.