Admite que no hay fórmulas, pero cree en la intuición. Marta González de Vega juega a confiar. ¿En qué? En su olfato. En su trayectoria. En su propio instinto. Y no puede quejarse: quizás sea incapaz de dar una receta, pero su currículo la avala. Nacida en Santa Cruz de Tenerife en 1976, lleva la mitad de su vida escribiendo exitazos. Llegó a Madrid hace más de dos décadas para ser actriz después de haber estudiado Derecho, pero se unió en la retaguardia al equipo de El Club de la Comedia y ha terminado firmando los guiones de las últimas sagas dirigidas por Santiago Segura, que han reventado la taquilla. Este miércoles, 5 de abril, estrena De Caperucita a loba, película basada en su propio texto y en su monólogo teatral De Caperucia a loba en solo seis tíos que, adivinen, lleva siete temporadas en cartel.

“Ha sido un proyecto muy importante porque publiqué el libro en 2015 y ya tenía en mente que podía ser una obra de teatro o incluso una peli, pero no había entrado en el mundo del cine. Y ahora es dar un salto. La producción es genial y han apostado mucho por mí”, resume González de Vega a El Cultural. Lo hace con ilusión y grandes dosis de agobio en una cafetería frente a la Filmoteca de Madrid. Al día siguiente viaja a su tierra para presentar este trabajo con uno de los protagonistas, José Mota, y aún quedan flecos que zurcir. En el reparto la acompañan otros nombres igual de ‘desconocidos’ para el gran público: Antonio Resines, Berto Romero o Martita de Graná…

González de Vega asume el papel principal, igual que en el escenario. Es ella quien narra esta historia de relaciones afectivas con sus tropiezos, sus aciertos y, sobre todo, con la posibilidad de tomarse con humor cualquier situación personal. Algo que siempre ha sido su intención: captar la chispa de cada momento, por muy bochornoso que resulte, y esculpirlo con el cincel de la risa. Ya experimentó esta habilidad en El Club de la Comedia, programa de stand-up que aterrizó en España a finales de los años noventa. Gracias a este formato se curtió en sacar brillo a lo doméstico para ponerlo en boca de actores. En total, estuvo seis años, escribió más de 400 monólogos y llevó a las tablas 5mujeres.com5hombres.com o Francamente… La vida según San Francisco.

José Mota en 'De Caperucita a loba en solo seis tíos'

De ahí que ahora se sepa guiar por presentimientos. Que tenga el oído y la cabeza hecha para retorcer lo que ocurre a su alrededor y sacar situaciones disparatadas. A González de Vega le gusta moverse en este mundillo con una mezcla de experiencia e inocencia. “Mi incultura me ha hecho libre”, valora, extendiendo la afirmación: “No sé si queda mal decirlo, pero nunca he tenido grandes referentes. Me encanta crear comedia de la realidad, no consumirla ya hecha. Es como el panadero que no quiere comer el pan de otros, sino producirlo él. Y, en este sentido, creo que no me he mediatizado mucho porque cuando eres virgen tu pensamiento es más libre. Está muy bien ver cosas que te inspiren, pero no que te acoten”.

La guionista matiza, no obstante, que hay que saber lo que se cuece. Y valora el despegue del género. España, que apenas contaba con unas pocas figuras hasta finales del siglo pasado, acogió como punta de lanza aquel programa de monólogos. Venía sobre todo de la tradición estadounidense y pretendía servir de catapulta para esa hornada incipiente de artistas. Ahora hay ya varias generaciones que abarrotan la parrilla televisiva y salas de todos los tamaños. “La comedia está cambiando mucho. A veces puede parecer que ni siquiera lo es, como si fueran más bien discursos teóricos sobre algo. Me encanta que los cómicos se hayan convertido en los filósofos del siglo XXI. ¡Y se llenan estadios solo para escuchar chistes o ver qué piensa una persona!”, exclama.

Para Marta González de Vega lo más importante es que el discurso se acople a quien lo ve. Repite en varias ocasiones la palabra “empatía” cuando define su oficio. En De Caperucita a loba en sólo seis tíos, por ejemplo, narra las aventuras de una mujer de mediana edad con los hombres. Relato que enhebra con su propia cosecha, con la de amigas o con lo que encuentra al paso y pueda generalizarse. “Me he dado cuenta de que podría estar indicada para un sexo concreto y una franja de edad, pero no: es para todos”, esgrime, convencida de que “si tocas temas profundos, no cambian”. “Y hablo de emociones primarias, de cómo somos todos igual de patéticos cuando nos enamoramos. Así aguanta, porque eso no ha cambiado desde los griegos”, sentencia.

En los siete años desde el libro y desde que comenzara la representación, de hecho, se han modificado algunos hábitos. Pero la autora no cree que, en esencia, se noten. Destaca las aplicaciones para ligar o los nuevos términos que se usan para describir lo que ocurre entre dos personas. “En estos momentos, por ejemplo, todos estamos en el mercado emocional a cualquier edad, porque hay más divorcios, hay gente soltera… Y por eso vale cualquiera de los planteamientos: el ‘ghosting’ del veinteañero lo puede sufrir una señora o un señor mayor”, explica quien tuvo que suprimir algunas secuencias del teatro y ha rescatado pasajes para su adaptación en el filme: “Es una combinación interesante. Pierdes o ganas cosas, pero el concepto, en cualquier caso, sobrevive”, puntualiza.

Escena con unicornios en la Gran Vía de Madrid, que se cortó para el rodaje

Marta González de Vega aún recuerda cómo le animaron a trasladar esa creación escénica a la gran pantalla y las alegrías del rodaje. “Sé que es una apuesta muy importante y que el esfuerzo ha sido impresionante”, comenta, mencionando a los actores y actrices, a las productoras que están detrás o a Chus Gutiérrez, al mando de la dirección. “Hasta cortamos la Gran Vía madrileña, que no se hacía desde Abre los ojos, de Amenábar, hace 20 años”, dice con asombro, en alusión a una de las secuencias que vertebra el texto y que jamás imaginaba llevar tan a lo grande.

Desde aquellas jornadas han transcurrido unos cuantos meses. Fueron en noviembre de 2021 y ya han tenido un primer pase en el Festival de Málaga, palpando por fin la acogida del público. “Desde que la hicimos he rodado otras tres”, suspira, “y dos ya se han estrenado”. González de Vega se refiere a Padre no hay más que uno 3, A todo tren 2 y a Vacaciones de verano, que se estrena en julio. En todas ha compartido el proceso con Santiago Segura, talismán del cine español. Y el resultado ha sido increíble: las ya proyectadas copan el primero y el cuarto puesto, con 2,7 millones de espectadores y cerca de 800.000, respectivamente.

Marta González de Vega y sus padres en la película, los actores Elena Irureta y Antonio Resines

Unas cifras que superaron a las anteriores y que han vuelto a resultar esenciales para la facturación de las salas de cine. Logros que no han tenido traducción en premios. “Como dice Santiago, y lo suscribo totalmente, no cambio un espectador por un premio”, asegura la guionista. “La comedia es lo que más lleva al público a los cines. Y es el género que particularmente te confiesan que cuesta más hacer. Sin embargo, luego no suele estar tan reconocida”, lamenta, matizando que los galardones vienen bien para atraer a gente o para mimar el ego. “Es legítimo y entiendo que te gusten. Y está genial que sirvan para que haya más recorrido después de un premio. Pero si ya tienes público, ¿qué importan? Dame una sala llena y quédate con ellos”, arguye.

Y sigue, consciente de un palmarés que no requiere de estanterías: “Una persona que disfruta con lo que haces”, insiste, “vale más que una buena o mala crítica”. “El que no tiene la capacidad de crear necesita el poder de destruir”, cavila a modo de aforismo, “pero siempre hay que ponerse del lado del que le hace feliz”. En su caso, entusiasma a un inmenso abanico de personas. “Creo en el ‘para todos los públicos’ de verdad. No en que tenga esa calificación para que también los niños puedan verla, sino en que está dirigido a todos, en que le gusta al niño, al padre y al abuelo”, apostilla González de Vega, revelando que ha congregado a una masa de fans que no supera el metro cincuenta de altura y que cada nuevo reto siente mucha presión por los seguidores y por la admiración que genera.

Volvemos, pues, a la cuestión de la fórmula. ¿Existe o es mera casualidad? “Quizás sí que haya una”, sopesa tras un buen rato de charla, “y es pensar que no vas a contentar a todo el mundo”. “Yo escribo para mí, considerándome como un ser humano medio, y creo que si algo me hace gracia se lo hará a la mayoría”, piensa. Hay otro ingrediente: el tesón. “También influye que llevo 23 años escribiendo 10 horas al día, y hay un porcentaje de acierto. Aunque cuando algo no funciona, pierdes la confianza”, analiza, calificando este método de incompatible con la vida: “El truco es vivir para trabajar y no tener otra aspiración. Pero como a mí me encanta, no tengo problema”. Y, por supuesto, falta lo más importante. La guinda. Aliñarlo con humor. “Es la clave para todo. Para el trabajo o para el día a día. Porque si te ríes de ti misma, nadie puede hacerte daño. No es asunto superficial, es un superpoder”.