A Pietro Marcello (Caserta, Italia, 1976) le gustan las películas imperfectas. Con las minuciosamente planificadas, se aburre. Documentalista autodidacta, siente pasión por las situaciones inesperadas, aprecia el riesgo y las posibilidades del montaje.

“Me gustaría tener una zona de confort, pero estoy habituado a las dificultades”, bromeaba, entre risas, en el pasado Festival de Cannes. De ahí que en su tercer largometraje de ficción haya rodado una fábula rural en las antípodas de Martin Eden (2019), la adaptación de la novela homónima de Jack London que le procuró un sinnúmero de galardones.

Scarlet es, de nuevo, una libérrima adaptación literaria, pero esta vez, de corte feminista y rodada en francés. En las manos artesanas del italiano, El velero rojo, del escritor neorromántico ruso Aleksandr Grin, se convierte en un retrato poético de época que transita del naturalismo al cuento de hadas, pero donde da muerte al príncipe azul.

Pregunta. El arranque de Scarlet resulta muy sorprendente, porque es como si la protagonista emergiera de una imagen documental para relatar su propia historia.

Respuesta. Esta película ha sido una oportunidad de trabajar de una manera diferente. En esta ocasión, no he podido disponer de tanto material de archivo como hubiera deseado, porque en Francia no conocía a nadie. Cuando trabajo en Italia, en cambio, tengo una red de apoyo.

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P. La película reivindica el trabajo artesanal, personificado en el padre de la protagonista. ¿Es una de las razones por las que ha decidido emplear luz natural y rodar en 16 mm?

R. Siempre he rodado con película. Al principio, cuando no tenía dinero, con película fotográfica caducada, pero ahora ha mejorado el presupuesto, así que me puedo permitir película fresca (risas).

P. Esta es la segunda ocasión en que toma una novela como inspiración, la convierte en algo propio y la traslada a una localización distinta.

R. Esta historia podía haber tenido lugar en el sur de Italia, en España o en Australia, porque ese es el valor universal de la literatura. La novela breve de Grin es sencilla, aunque habla de aspectos muy existenciales.

P. La segunda parte de Scarlet nos adentra en un mundo mágico. ¿Ha encontrado inspiración en otras propuestas, La princesa prometida (Rob Reiner, 2019), por ejemplo?

R. No estoy familiarizado con el cine de Hollywood, así que no tengo referencias visuales de esta cinematografía. A mí me ha influido Rossellini, que inventaba mucho en la mesa de edición. Al final es una cuestión de ir sumando experiencias. La realización de cine tiene que ver con aspectos prácticos.

Aspiración popular

P. No ha citado a Jacques Demy, referencia que viene inmediatamente a la cabeza al tratarse de una película musical y en francés.

R. A pesar de la aparente ligereza de sus películas musicales, Demy hacía un cine muy complejo, porque consiguió trasladar la opereta italiana a la forma cinematográfica. Lo fascinante de sus películas es que las hacía con una aspiración popular. Sus canciones están enraizadas en la tradición. No obstante, si la trama estuviera ambientada en Nápoles, ahora estaríamos hablando de Nino D’Angelo.

Juliette Jouan y Louis Garrel en el filme

P. Louis Garrel interpreta a la figura romántica de esta película, con su aparición parece que nos adentremos en el cine clásico del Hollywood de los años cuarenta, pero en contraste, no ejerce de personaje salvador de la protagonista. ¿Ha sido algo meditado?

R. Garrel interpreta el epítome del hombre moderno. Como decía Marco Ferreri, los hombres no saben dónde ubicarse ni cómo comportarse en este momento de la historia, están perdidos.

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P. ¿Cómo surgió el pequeño papel interpretado por Yolande Moreau?

R. En este proyecto he tenido la oportunidad de trabajar con un elenco extraordinario. Desde Raphaël Thierry hasta Noémie Lvovsky y, por supuesto, Yolande Moreau, de la que conocía su valía como actriz, pero he descubierto que es una persona de una humanidad extraordinaria. No sería capaz de trabajar con un equipo difícil o quisquilloso.