Se podría decir que Pietro Marcello (Caserta, Italia, 1976), en vez de cine, hace espiritismo. El director incluye found footage [metraje encontrado] en sus filmes que marca la textura de todas las imágenes, provocando la sensación en el espectador de estar ante una invocación del pasado, y no ante una reconstrucción del mismo.
A ello también contribuye una poética del cuerpo que en Scarlett se centra en el rostro ajado, en el físico rotundo y, sobre todo, en esas robustas manos de Raphaël (interpretado por el actor natural Raphaël Thierry), un rudo artesano capaz de realizar los trabajos más delicados que regresa a casa tras combatir en la Primera Guerra Mundial para descubrir que su mujer ha muerto y que debe cuidar de una hija, Juliette, a la que no conocía.
Convertido en un paria por sus propios vecinos, por una rencilla con otra familia, se refugiará en casa de una mujer extravagante y sobrevivirá vendiendo juguetes en la ciudad, mientras en su propio pueblo le niegan el trabajo.
Adaptación libre del relato El velero rojo, del ruso Aleksandr Grin, el filme se va abriendo de un naturalismo casi documental que indaga en el desconcierto de los supervivientes de la Gran Guerra hacia un cuento de hadas a medida que Juliette se convierte en una joven bella y soñadora (interpretada por la debutante Juliette Jouan), tan talentosa como su padre.
En esta segunda parte, Marcello potencia cierto onirismo, apunta a la existencia de brujas e introduce a un anti-príncipe azul, interpretado por Louis Garrel, en lo que se puede entender como una subversión del papel de la mujer en la tradicción literaria.
El resultado es una película que no pretende innovar en materia narrativa, pero que consigue emocionar sin caer en la cursilería. Además, reivindica la artesanía –también cinematográfica– con la historia de un hombre que sale adelante esculpiendo en madera el fantasma del amor perdido.