Con sus dos primeros trabajos, Ari Aster apuntaló su estatus de nuevo maestro del horror en una época, finales de la década pasada, muy estimulante para el género. Hereditary (2018), drama familiar disfrazado de thriller satánico, y Midsommar (2019), una vuelta de tuerca al terror folk con mensaje feminista, destacaban entre un ramillete de buenas películas de terror, gracias a sus cuidadas atmósferas, a su inteligencia narrativa y a la capacidad del director para facturar imágenes perturbadoras que conectan con nuestros miedos más profundos.
En Beau tiene miedo, Aster abandona el género, aunque no del todo. Porque, como el título avanza, el deprimido protagonista sufre todo tipo de fobias que desembocan en ataques de pánico y alucinaciones que le hacen estar en continua tensión, aunque el tono de la película y el retrato del personaje interpretado por Joaquin Phoenix remita a la comedia negra. Un viaje para visitar a su madre, origen de todos sus traumas, llevará a Beau a vivir una odisea en la que tendrá que hacer frente a un gran complejo de Edipo.
Aster, con tan solo 36 años, parece que ha querido rodar la película más ambiciosa y excesiva que pudiera imaginar, incluyendo cualquier tipo de ocurrencia y escribiendo a la contra de la narrativa clásica. A lo largo de tres horas, el protagonista pasa de vivir una pesadilla urbana que parece salida de la propaganda de la extrema derecha, a ser adoptado a la fuerza por una pareja que ha perdido a su hijo en Irak, para después refugiarse en una comuna que monta espectáculos teatrales en el bosque, lo que lleva a Beau a vivir una experiencia onírica –una larga y estimulante secuencia animada– que hunde sus raíces en el Antiguo Testamento.
No es esta la única referencia de un filme en el que Kafka, Freud, el surrealismo y la picaresca sobrevuelan en algún pasaje, demostrando las altas miras de un director que va a provocar una respuesta muy polarizada ante un filme que, tarde o temprano, ganará la preciada etiqueta “de culto”.