Creatura es una película hecha con sedimentos, con trozos biográficos y capas de significado destinados a resonar con incomodidad en la percepción de la sexualidad femenina. Es una película insólita porque no se ha hecho nada parecido con anterioridad (no desde luego en el cine español), y por lo tanto no caben referentes con la que medirla. Ese es su triunfo, pero pero también puede ser su pesar de cara a su distribución en salas.
Se construye con las huellas en forma de tabúes, de incomprensión, frigidez y represión que han ido formando la sexualidad de una mujer, desde su infancia a la edad adulta, pasando por la pubertad de los quince años.
Esto que parece tan complicado (y lo es) nos lo cuenta Elena Martín, que ya nos sorprendió gratamente con Julia Ist, en la película más impredecible y valiente del último cine español, presentada en la Quincena de Realizadores. Sin duda una de las más interesantes y destinadas a despertar irresolubles controversias.
No nos lo narra de forma cronológica y racionalista (no es un relato de causa y efecto, sino una tentativa de entendimiento a partir de la regresión, suponemos que fundamentada en testimonios reales o autobiográficos, tanto da), sino viajando al pasado en largos flashbacks que nos devuelven a un presente en el que Mia, interpretada por la propia directora, no logra establecer una relación sexual “sana” o satisfactoria con su pareja, a quien da vida Oriol Pla, y cuya frustración descarga en autolesiones a su vulva.
Semejante desafío está articulado con un rigor en ocasiones malsano, perturbador, impudoroso y nada complaciente, que relega cualquier signo erótico a un callejón sin salida, a un lugar indescifrable en los recovecos de la psique femenina. Es una película femenina sobre el universo femenino.
En la dimensión física, la que nos golpea desde la pantalla, se traduce en brotes masivos de urticaria que, ya desde la primera edad, han ido señalando el cuerpo de Mia como expresión de un deseo frustrado, de una forma problemática y no resuelta de armonizar su piel con su deseo.
Resulta difícil bajar a tierra una exploración que transita por los mundos interiores de su protagonista, y sin embargo la lucidez del relato logra acercarnos a ellos a partir de sus relaciones familiares, con los amigos, las primeras experiencias sexuales (virtuales y físicas) y, sobre todo, con su pareja en el presente del relato.
No está libre el largometraje de escenas sin nervio y expeditivas o de ciertos desvíos oníricos discutibles, pero sin duda el periplo psicosexual que propone no había encontrado hasta ahora en la pantalla una traducción tan intrigante y satisfactoria. Todo un logro.
Un menor Todd Haynes entregado al duelo Portman-Moore
Parece que ha dejado atrás el director Todd Haynes las obras conceptuales que han granjeado su celebridad rupturista, como Velvet Goldmine y especialmente I’m Not There, donde Bob Dylan se diluía con Jean-Luc Godard en una milagrosa aleación de genios. Estilista del melodrama (Lejos del cielo) y guardián de las esencias de la emoción romántica (Carol), el cineasta de Portland se entrega en sus últimos trabajos (Wonderstruck, Aguas oscuras) a una suerte de complacencia mainstream que, sin embargo, rehúye la simplicidad y los caminos trillados.
En May December, con la que vuelve a competir en La Croisette, el atractivo de partida es el duelo interpretativo de Julianne Moore y Natalie Portman luciéndose en un psicodrama metaficcional sobre la investigación de una actriz (Portman) para su papel en un filme sobre un célebre escándalo que sacudió hace 25 años a la nación.
La protagonista de ese escándalo fue Grace (Moore), arrestada por su relación con un niño de trece años, Joe Yoo (Charles Melton), de origen coreano. Un cuarto de siglo después, la improbable pareja sigue junta, en aparentemente feliz matrimonio y con dos niños mellizos que van a entrar en la Universidad.
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Elisabeth Barry, que así se llama la estrella cinematográfica a quien da vida Portman, pasará unos cuantos días en la vida de la familia, interrogando y observando a la pareja mientras toma notas para el papel. Su punto de vista, siempre educado pero a veces intrusivo y manipulador, será en gran parte el del espectador, pues vamos poco a poco descubriendo junto a ella los motivos de la pareja, los de entonces y los de ahora.
También se suman a la investigación amigos y familiares, incluyendo el exmarido de Grace y uno de los hijos que tuvo con él antes de abandonarlos por el jovencito Joe, que trabajaba en una tienda de mascotas. Este personaje es, en verdad, el gran misterio y la gran revelación del filme.
Comprendemos que se saltó toda una parte esencial de la natural biografía de los hombres para saltar del final de la infancia a la madurez adulta, la de ser padre cuando apenas nacía el acné de su rostro. La relación permisiva con sus hijos es en este sentido especialmente reveladora, como también su general servidumbre hacia Grace, que en cierto modo le sigue tratando como si fuera un niño.
No hay mucho más que rescatar del filme, aparte del literal y abusivo juego de espejos Moore-Portman, en una película realmente menor en la filmografía de Haynes.