El cine español, más allá de los géneros, abunda en los últimos años en retratos de adolescentes que dejan atrás la niñez y de veinteañeros atribulados, pero salvo alguna que otra excepción ha dejado de lado las cuitas de la vida adulta. Por eso resulta tan refrescante Una vida no tan simple, la nueva película de Félix Viscarret tras la sensorial y claustrofóbica No mires a los ojos.

El cineasta retoma la comedia dramática que tan buenos resultados le dio en su ópera prima Bajo las estrellas para ahondar en los problemas profesionales, sentimentales y familiares de cuatro personajes que se adentran en la crisis de los 40 y que ven cómo sus sueños de juventud se han frustrado.

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A pesar de la amargura que recorre el filme, Viscarret nos seduce con una atractiva ligereza que no rechaza ni el grave peso del drama ni la explosividad de la comedia. Para ello tienen una importancia vital el trabajo de los cuatro actores principales: Miki Esparbé sabe dotar a su arquitecto en crisis de los grados justos de ternura, soberbia, ridiculez y pasmo; Álex García, en un encomiable cambio de registro respecto a lo que nos tiene acostumbrado, sorprende con el peterpanesco y sensible colega (podríamos decir que la amistad masculina es otro de los aspectos en los que quiere indagar el director); Ana Polvorosa borda a esa atractiva madre obsesionada con los peligros que acechan a su hijo, y la sorprendente Olaya Caldera dota de gravedad a esa madre incapaz de conciliar el trabajo y los hijos.

Pero más allá de su narrativa, Viscarret consigue uno de sus trabajos más atractivos en lo visual, con una estilizada puesta en escena que apunta a la abstracción en algunos momentos (esas patinadoras recorriendo la ciudad). En definitiva, un filme no tan simple que coloca a Viscarret en el mejor momento de su carrera.