El cine colombiano, atrapado en las cicatrices de la violencia de los años 80 y 90, ha entregado en los últimos meses descarnados y poéticos retratos de una juventud sin futuro, aplastada por la brutalidad de las calles, el colapso de las familias y la autodestructiva senda de las drogas, alertando de las endebles costuras de un sistema social aparentemente fallido.

Después de Los reyes del mundo (Laura Mora, 2022), Anhell69 (Theo Montoya, 2022) y Un varón (Fabián Hernández Alvarado, 2022), ahora La jauría, debut en el largometraje de Andrés Ramírez Pulido, completa una panorámica desoladora sobre la Colombia actual que inevitablemente remite al cine de Víctor Gaviria, autor de la seminal Rodrigo D: No futuro (1990). Todos estos filmes han contado con el respaldo de importantes festivales internacionales, logrando Los reyes del mundo la Concha de Oro en San Sebastián y La jauría, el premio a la mejor película y mejor guion en La Semana de la Crítica de Cannes y la nominación a mejor película iberoamericana en los Goya.

Eliú, culpable de asesinato, ingresa en un centro de menores en el corazón de la selva tropical

El filme de Ramírez Pulido arranca con un asesinato, el que realizan los adolescentes Eliú (Jhojan Estiven Jimenez) y el Mono (Maicol Andrés Jimenez) en total estado de embriaguez etílica y narcótica, rodado con enorme economía narrativa, secas elipsis (una constante en todo el filme) y sin que la violencia tome la pantalla. De ahí, pasamos a ver a Eliú ingresado en un centro experimental de menores en el corazón de la selva tropical, donde es obligado a realizar un trabajo físico extenuante bajo la órdenes del severo Godoy (Diego Rincón) y una extraña terapia de grupo con Álvaro (Miguel Miera), el único que parece creer de verdad en la reinserción social de estos jóvenes (aunque su fe en este plan se pondrá a prueba con salvajes consecuencias). La llegada del Mono a la institución trastornará la convivencia de los chicos y provocará que Eliú, que se muestra dócil y arrepentido del crímen cometido, tenga que enfrentarse a sus demonios.

Con una vertiente criminal del relato que es puramente funcional, La jauría destaca por un casting perfecto de actores naturales que supuran verdad en cada mirada o diálogo, por la manera en la que Ramírez Pulido crea una atmósfera sobrecogedora en donde el realismo y el lirismo colisionan para inquietar al espectador y por cómo el filme encuentra al final un punto de luz entre tanta tiniebla, algo poco habitual en este tipo de propuestas.

Algunas secuencias, como el misterioso regreso al escenario del crimen o la explosión del triste y superado Álvaro, ese hombre cargado de buenas intenciones al que a corrupción imperante acaba venciendo, se quedan grabadas en la retina y redondean esta original mirada a la masculinidad tóxica y autodestructiva del país latinoamericano.