Quim Gutiérrez (Barcelona, 1981) se ha convertido en referente indisociable del panorama audiovisual de nuestro país, ya sea en cines o en teleficción. Hace más de una década y media que trabaja para que así sea, primero como cabeza de cartel de algunas de las comedias patrias más taquilleras (Bodas de más, Primos, La gran comedia española), luego despuntando en el género (Los últimos días, La cara oculta). Siempre, a medio camino entre el cine más comercial (Anacleto, agente secreto) y apuestas de autor (Azuloscurocasinegro) que, asegura, le han llevado más de un quebradero de cabeza. Ya casi nadie recuerda a aquel Joaquim Gutiérrez que aparecía diariamente en los seriales catalanes de Poble Nou o El cor de la ciutat. Hoy Quim Gutiérrez brilla con luz propia.
Pregunta. ¿Qué te llevó a decir que sí a este proyecto?
Sin duda, el encanto de Robin Campillo. Su encanto y su brillantez. A él lo pude conocer en París, durante el rodaje de Madeleine Collins, en 2019. Tuvimos una conversación sobre el personaje, que aunaba aspectos culturalmente muy diversos y a veces contradictorios. Pensé que sería un privilegio interpretarlo. Lo que no esperaba fue sentirme tan bien tratado por Robin… Verás, a él le gustan mucho las cosas que yo hago y con él estaba en sintonía, cosa que me ocurre poco.
Respuesta. ¿Te ocurre poco?
Aunque sea actor, no puedo dejar de colocarme en el lugar de un espectador de mí mismo, y soy muy crítico, porque siempre espero hacer algo que me guste como espectador. Y este mismo rigor que me aplico a mí mismo, se lo pido a los directores: me gusta hacerles muchas preguntas, para tratar de llegar a fondo y conseguir la máxima veracidad posible. Claro, que de repente a alguien como Robin le parezca bien todo esto y, además, veamos las cosas de forma parecida… Fue muy excepcional. Sentí que no estaba solo en esta especie de cruzada por tratar de honrar mi oficio y hacer algo más que entretener.
P. Algunos de tus últimos proyectos son internacionales… Además de Madeleine Collins, con Virginie Efira, has aparecido en Jungle Cruise junto a Dwayne Johnson y Emily Blunt, y en Un año,una noche, con Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant. ¿Buscas expandirte fuera de España?
R. Pasa de forma natural, porque te das a conocer con las giras de promoción en otros países. Por suerte, a mí me está ocurriendo de forma muy gradual, muy espaciada. Casi lo prefiero a cualquiera de estos fenómenos de la noche a la mañana. Yo me siento bien con mi trayectoria, y la atribuyo en gran parte a hacer bien mi trabajo y al haber tenido facilidad con los idiomas. Porque si te vas, pero no se te entiende…
P. Porque hablas inglés, francés…
R. Catalán y castellano.
P. El cuerpo en llamas ha sido un fenómeno muy popular. ¿Cómo lo has vivido este boom?
R. La verdad es que soy una persona bastante reservada, vivo en el campo y me mantengo bastante al margen de entornos donde el éxito se nota más. Sí me han aumentado los seguidores en redes, pero… En todo caso, con lo que quiero quedarme es con que ahora he estrenado dos ficciones protagonizadas por personajes complejos y que no pertenecen a la comedia [La isla roja, que llega a cines el 20 de octubre, y El cuerpo en llamas, disponible en Netflix]. Para alguien como yo, a quien la industria parecía estar encaminando a la comedia (por el simple hecho de que mis comedias han funcionado mejor), esto se vive como un tremendo éxito. Me hace muy feliz.
P. Supongo que es el gran miedo de todo actor: que te encasillen…
R. Bueno, yo admiro mucho a la gente que es capaz de hacerlo con eficacia y que lo disfruta. Mi vida sería mucho más fácil si pudiera hacerlo y probablemente viviría mucho más tranquilo. Yo he perdido mucho dinero por culpa de mi cabeza, y de las cosas que quiero hacer. No tanto dinero, que también, sino tranquilidad, sobre todo. Lo dicen muchos actores: una carrera se construye a base de muchas renuncias. Y también de soledad y de angustia, porque vas haciendo pero nunca sabes cuándo llega el siguiente proyecto.
P. ¿Algún consejo para paliar la ansiedad?
R. Estar todo lo bien de la cabeza que puedas, ir a terapia y relativizar. Suena muy fácil pero no lo es. Yo hago muchas cosas a parte de la interpretación, algunas de manera pseudoprofesional y otras de las que no hablo, porque me dan un anonimato que me compensa la sobrexposición que conlleva mi carrera profesional. Además, creo que para mi trabajo es muy importante nutrirse de otros ámbitos que no sean el cine.
P. Tus tres proyectos más recientes son El cuerpo en llamas, Mentiras pasajeras y Al otro barrio. Los tres están dirigidos por mujeres, pero ¿crees que deberíamos dejar de hacer del género de las cineastas un tema o, por lo contrario, sigue siendo importante?
R. Buf. Yo si algo he aprendido en estos últimos años de feminismo es que tenemos que ser muy cuidadosos con el lenguaje. Hasta hace unos años yo pensaba que en el lenguaje debía primar la economía, y me decía: “¿Ahora vamos a estar con el “todos y todas”? Hoy pienso que quizás sí lo necesitamos. En fin, por lo menos hay que estar abierto a planteárselo.
«Sobre lo que me preguntabas: sí he notado que en sets con muchas mujeres hay una determinada energía que está bien. Me limitaré a decir esto porque no quiero ofender ni hacer bandera de nada, pero se están produciendo cambios que benefician. Al final se trata de trabajos en equipo, con una parte muy mecánico-artística y otra del todo intangible. Yo no puedo darle acción a mi motor de emoción de la misma forma que puedo mover un foco, siendo ambas tareas muy complejas. Sí que la interpretación requiere de un entorno sensible que no siempre se da, de parte de hombres y mujeres. Pero yo creo que está habiendo un cambio positivo».
P. ¿Te planteas probar a dirigir en algún momento?
R. Para nada. Yo toco otras disciplinas artísticas pero soy tan consciente de lo difícil que es levantar un proyecto… Tardas años en levantar una película, y yo no sé si dentro de tres años, por ejemplo, las cosas que hoy me resuenan van a tener sentido. Incluso si sólo pasa un año, hay vínculos emocionales que ya nunca vuelven a ser vigentes.
«Por otro lado, hay algo en la gestión de dinámicas de equipo que creo que ya vienen con mi profesión. Como actor protagonista se te ofrecen determinados privilegios que pueden marcar toda la energía del set, por ejemplo, llegar muy tarde y que nadie se queje. Por ello, si por lo contrario llegas el primero y te marchas el último, o si tratas bien a todo el mundo, puedes cambiar unas dinámicas que por desgracia aún están muy jerarquizadas. Si haces buen uso de tu poder, puedes hacer de director de otra manera, ¿no?»
«Y eso empieza por no querer dirigir, porque no hay nada peor que un actor que, sin que se lo pidan, va dirigiendo a sus compañeros. Si no te piden consejo, no lo des. No está mal, este consejo anticonsejo, ¿verdad? (ríe)».