Tras renovar la franquicia de Halloween con tres irregulares películas en algo más de un lustro, el director estadounidense David Gordon Green extiende ahora sus inquietantes tentáculos a El exorcista (1973), diabólico clásico del terror que merece ser homenajeado por los 50 años que cumple en 2023 y por ser una de las películas más recordadas del recientemente fallecido William Friedkin.
Gordon Green hace además borrón y cuenta nueva y desecha lo que aportaron a la ‘marca’ diversos filmes de directores como John Boorman o Paul Schrader, presentando El exorcista: el creyente, que llega hoy a las salas, como la secuela oficial del filme original. El problema es que tampoco es esta la continuación que merecía la terrorífica cinta de Friedkin.
A Gordon Green, que escribe el guion junto a Peter Sattler, se le ocurre montar el tinglado en torno a una idea que debió parecerle genial al que ponía la pasta: ¿por qué no, en vez de una poseída, metemos dos? Dicho y hecho: así, son Angela (Lidya Jewett) y su amiga Katherine (Olivia O'Neill) las que se internan en el bosque cercano al colegio para tratar de hablar con el espíritu de la madre de la primera, péndulo mediante. La cosa funciona, y las niñas desaparecen. Tres días después, las encuentra un paleto en un establo a 50 kilómetros de distancia. La alegría les durará poco a las familias.
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Lo cierto es que, si visualmente la película no está del todo mal, en materia de sustos o a la hora de inquietar al espectador se queda bastante corta, por lo que difícilmente podrá alcanzar el impacto del filme original. De hecho, la película empieza a desfallecer una vez que el espíritu maligno hace acto de presencia y empieza el carrusel de convulsiones, torsiones, arañazos e insultos con la voz aguardentosa.
Antes, en el primer acto del filme, mientras vamos conociendo a los personajes, Gordon Green acierta al jugar a través del sonido y el montaje con las expectativas del público, deseoso que en cada cambio de plano se manifiesta de una vez por todas el demonio.
En el filme aparece la sufridora madre de la primera entrega, interpretada de nuevo por Ellen Burstyn, ahora convertida en novelista de éxito, pero es incomprensible que el director no haya echado el resto en la figura del exorcista, aquí un desdibujado y blandote sacerdote que apenas es un secundario sin interés. Por el contrario, el director prefiere abrir el tema de la fe a otras creencias, como el vudú, y potenciar la idea de la comunidad como parapeto del mal.
Resultado: una película que no tiene ni un ápice del desbordante carisma de su predecesora. En definitiva, no era necesario mancillar el legado del padre Karras con este filme insulso y formulario de exorcismos.