Filósofo y comisario de arte de prestigio internacional, Paul B. Preciado (Burgos, 1970) ha construido en los últimos años una obra torrencial y expansiva que reflexiona sobre el ocaso del mundo binario, de la clasificación hombre-mujer –que considera una ficción política y social–, en obras como Un apartamento en Urano (2019), Matrimonio contrasexual (2020) o Dysphoria Mundi (2022), publicados en Anagrama.
Ahora, desembarca en el cine con el ensayo fílmico Orlando, mi biografía política, que recibió cuatro premios en la última Berlinale –entre ellos, el premio Teddy al Mejor Documental–. En él, afronta su propio viaje trans recurriendo a la rompedora novela de Virginia Woolf y reclutando a otros Orlandos, varias personas trans que narran sus experiencias vitales delante de la cámara. Un filme poético y mutante que nos invita a descubrir la realidad desde otra mirada.
Pregunta. ¿Qué significó para usted la lectura de Orlando, de Virginia Woolf?
Respuesta. Lo leí en el instituto y me impactó esa forma de contar una vida a lo largo de 400 años, con cambio de sexo, multitud de viajes, aprendizaje de otras lenguas… Para mí fue una lectura capital porque no podía explicarme en ese momento con los relatos con los que el resto del mundo se explicaba, como la Constitución Española o la Biblia. Por eso Orlando se convierte en mi cuaderno de bitácora: si Orlando existe, mi vida es posible. Ahí se produjo algo mágico, empecé a creer más en la ficción que en la realidad.
P. ¿Por qué era revolucionario el protagonista?
R. Porque el relato dominante nos imagina como sujetos políticos fijos, sobre todo como varones heterosexuales que no envejecen, pero ese es un imaginario totalmente falso, no existe. A mí me interesan los procesos de transición. En ellos, es muy importante la ficción, porque la realidad no tiene relatos que te salven sino que te destruyen. La ficción, la imaginación política, es la única herramienta para cambiar la realidad.
[Paul B. Preciado lleva su revolución “no binaria” a San Sebastián]
P. ¿Cómo surge la idea de ese tapiz de Orlandos que narran sus experiencias?
R. Todo arranca cuando el canal Arte me llama para informarme de que están desarrollando un biopic sobre mi vida. La idea me espanta porque sé perfectamente cómo se narra una vida no binaria desde una perspectiva binaria, que era la del director: el relato médico-psiquiátrico-legal al que yo me opongo con mi trabajo. Me reuní con ellos y entablamos la clásica relación heterosexual: cuanto más me negaba, más se excitaban. Entonces, les dije que si querían hacer la película sería una adaptación del libro de Virginia Woolf. Para mi sorpresa les pareció una idea maravillosa y más si la dirigía yo.
P. A partir de ahí…
R. Me lancé. Es algo que tiene que ver con entender la filosofía como la capacidad de cruzar fronteras, de ir a otro lugar y pensar desde ahí. Pero al principio sentí una angustia tremenda, porque leí de nuevo la novela y me pareció una locura haberme metido en eso. De alguna manera, me descargó que Sally Potter hubiera hecho su propia versión, exuberante y bellísima, pero en la que no me veía representado desde el punto de vista trans.
P. ¿Cómo entendió entonces que debía hacerla?
R. Tuve dos intuiciones contradictorias, pero que funcionan juntas en la película. Por un lado, el sentimiento de que yo era Orlando, de que había salido de esa ficción. Por otro, darme cuenta de que existen un montón de Orlandos y de que mi biografía estaba hecha de miles de relatos y narraciones. Las personas trans tenemos una familia expandida, somos una comunidad política conformada también por los muertos y los que vendrán.
P. ¿Quiénes son sus referencias en el cine?
R. Casi siempre salgo del cine echando chispas. Si eres trans, la pantalla te agrede. Cuando tuve que hacer la película, empecé a pensar en cuál era el lenguaje fílmico que me interesaba. Me gustan los filósofos que hacen cine, como podría ser Godard. Me da la impresión de que él había encontrado las respuestas a muchas de las preguntas que me planteaba la película. O Chris Marker, o Jonas Mekas, o Pasolini, los más conceptuales. Pero, claro, los filmes de Godard son maravillosos formalmente, muy inteligentes, pero son también de machirulo con puro. Así que esa tradición la he puesto a trabajar con la del cine underground, queer y trans, desde Una canción de amor de Jean Genet a Jack Smith pasando por Warhol, que tiene que ver con dignificar, con ensalzar el cuerpo queer a través de la mirada.
Un relato hipnótico
P. ¿Cómo se relaciona el filme con el resto de su obra ensayística?
R. El cine es la industria cultural hegemónica por la capacidad de construir un relato hipnótico al que casi cualquiera puede acceder. Sin embargo, en ningún momento he querido vulgarizar mis teorías. Yo explicaba que esta era una película para niños, en el sentido de que ellos tienen esa capacidad de imaginar, viven en lo poético.
[Virginia Woolf, una vida plasmada en tinta]
P. De hecho, la poesía es muy importante en la película y en su obra en general, ¿no?
R. Sí, pero hay que darse cuenta de la potencia política de la poesía. Cuando me cambié de nombre, que es un procedimiento tremendamente complicado, me di cuenta de que se trataba de una revolución poética. Las personas trans, de alguna manera, llevamos gafas distintas que nos permiten ver la dimensión teatral de la realidad, el conjunto de convenciones sociales que existen. Esa mirada es tremendamente poética.
P. ¿Sus Orlandos están cambiando la historia?
R. Estamos en una transición planetaria de régimen político en la que está cambiando la taxonomía racial y sexual. ¿Qué significa eso? No lo sabemos muy bien, pero es un momento alucinante, también de enorme riesgo. El problema es que el neoliberalismo funciona por la extracción de la capacidad de imaginar, de desear. Por eso, la mayoría no puede ni siquiera imaginar el cambio.
P. ¿Cómo se entiende a una sociedad en la que se aprueba la ley trans y se prohíben representaciones de Orlando?
R. Es algo típico de la sociedad, que se caracteriza por la escisión, tensión o polarización constante. Al mismo tiempo, es muy innovadora, con formas muy transgresoras de vivir, aunque los políticos son bastante cutres. Los sectores más conservadores luchan por mantener la soberanía de los cuerpos binarios. Pero yo soy optimista, de alguna manera es mi metodología política, y creo que el cambio es imparable. Que censuren a Virginia Woolf solo habla de la desconexión de las políticas de extrema derecha con la producción artística contemporánea.