El director Trần Anh Hùng (Đà Nẵng, Vietnam, 1962) creció expuesto a los "maravilloso" olores y sabores de la cocina "pequeña, sucia y siempre húmeda" de su madre. A su llegada a Francia, entabló amistad con el sobrino de un ministro, lo que le abrió las puertas a las exquisiteces de la restauración en las estancias gubernamentales de su país de adopción. "Había tanta belleza y riqueza, tal surtido de cubiertos, tres o cuatro vasos distintos, que fue un aprendizaje saber cuáles y cómo usarlos", rememoraba el realizador en el pasado Festival de San Sebastián.
Hace 20 años que le rondaba la idea de filmar una película sobre gastronomía, pero no como un tributo al buen comer, sino como un reto artístico, el de filmar con precisión el arte culinario. En este largo lapso, leyó muchos libros, surgió un proyecto en Malasia, al que sucedió otro en Japón, pero ninguno cuajó. Hasta que cayó en sus manos El epicúreo apasionado, una novela publicada por Marcel Rouff en 1924 que se inspira en la vida del famoso gourmet Jean Anthelme Brillat-Savarin.
“Mi objetivo era crear un contexto de desafío como cineasta. La atmósfera en una cocina transmite sensación de serenidad, pero la armonía puede resultar muy aburrida en la pantalla. Lo que funciona es el enfrentamiento entre antagonistas. La apuesta fue, por tanto, evitar hacer una película tediosa”.
Dicho y hecho. El largometraje arranca con una de las escenas más arriesgadas de este año, un plano secuencia de 40 minutos sobre el trajín en una cocina francesa de 1885. La planificación fue minuciosa. Trần Anh Hùng terminó dibujando los movimientos de los personajes en el suelo, con indicaciones para que el elenco se desplazara cargado carnes, verduras, hierbas aromáticas y agua hirviendo, platos, sartenes y cacerolas, cucharas de madera y cuchillos afilados.
“Hablar de que íbamos a ejecutar una coreografía no resultaba lo suficientemente revelador para el equipo, así que para que lo entendieran mejor, les dije que era mi persecución en coche en una película de acción, pero más suave y cadenciosa”, revela el autor, que no contento con superar trabas técnicas decidió ofrecer los roles de la pareja protagonista a dos actores enemistados.
Juliette Binoche y Benoît Magimel fueron pareja y padres de una hija a principios de los 2000. La ruptura fue descarnada. Este proyecto ha supuesto su reconciliación.
“Al principio tenía miedo de que no se llevaran bien. Conocía el problema, así que les propuse comer juntos los tres una vez a la semana. Benoît llegó tarde al primer almuerzo que organicé, comió en 10 minutos, dio una excusa y se fue. Pero durante el rodaje, como son grandes profesionales e inmensos actores, sus interpretaciones fueron, inmediatamente, maravillosas. Nos hacen creer su ternura a pies juntillas”, elogia el vietnamita, que a la Cámara de Oro en Cannes a su ópera prima, El olor de la papaya verde (1993), y el León de Oro a su segunda, Cyclo (1995), ha sumado con A fuego lento, el premio a la mejor dirección en Cannes y la precandidatura a los Óscar por Francia.
Jonathan Ricquebourg, director de la fotografía de, entre otras, La muerte de Luis XIV (Albert Serra, 2016) y Earwig (Lucile Hadzihalilovic, 2021), es el responsable de la sensorial sensualidad de este fresco romántico y gastronómico. Trần Anh Hùng solo le dio una instrucción: la piel debía estar muy presente.
“Le subrayé que la belleza de la película recae en la luz, así que eso le pertenecía. En cambio, el encuadre es parte de la dramaturgia y me pertenecía a mí”, distingue.
De lo que ha prescindido ha sido de la música. El vietnamita siempre ha dado un gran peso a las bandas sonoras en su cine. “En mis películas, la música no debe crear emoción, sino exaltarla. Es una manera de confirmar las sensaciones que están embargando a los espectadores, pero la presencia de la materia, el ruido de la cocina y la exuberancia de la naturaleza exterior rechazaban la música en este filme. No cabía”, argumenta.
La película está dedicada a la mujer del cineasta, Nu Yen Khe, que ha participado como actriz en varios de sus proyectos. “La conocí cuando tenía 16 años y todavía estamos juntos, así que A fuego lento también ha sido una reflexión sobre el amor conyugal, sobre el hecho de amarse durante tanto tiempo y cómo mantener ese sentimiento”, traslada el realizador, quien comparte que la trama guarda paralelismos con su propia vida.
A fuego lento cuenta la historia de amor por la comida y entre ellos de una cocinera excepcional y un famoso sibarita. Ella nunca ha querido contraer matrimonio por su celo de independencia, pero él intenta convencerla haciendo algo que nunca ha hecho antes: cocinar para ella.
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El director estuvo asistiendo a su esposa en Vietnam durante los preparativos para su primera exposición de pintura y escultura en bronce. “Encontré tal placer en trabajar para ella como asistente, que le dije que después de esta película, si vendía bien sus obras, quería dejar el cine y trabajar para ella, para apoyarla en su desarrollo como artista. Pero ella me dijo que mejor no”.
Para su próximo proyecto vuelve a ir contracorriente. Planea rodar un año en la vida de Buda, en concreto, el de su iluminación, el 528 antes de Cristo. “Es una idea muy difícil, porque la vida de un ermitaño asceta, meditador y maestro espiritual no es emocionante, así que mi nueva apuesta cinematográfica es, de nuevo, conseguir que resulte conmovedora y apasionante”.
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