Como en Un asunto real, Arcel ambienta la historia de La tierra prometida (The Bastard) en el siglo XVIII, durante el reinado de Cristián VII, y vuelve a reclutar a Mikkelsen para el papel protagonista. Por lo demás, el nuevo filme del director es una apuesta marcadamente diferente, que imbrica el espíritu del wéstern de frontera con reminiscencias de John Ford con las intrigas palaciegas de folletín a lo Alejandro Dumas, para elaborar una épica aventura.

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La película nos narra la historia real de Ludvig Kahlen (a partir de la novela de la danesa Ida Jessen), un capitán del ejército retirado y empobrecido que plantea a los ayudantes del caprichoso y dipsómano rey un proyecto en el que muchos otros fracasaron: crear una colonia en la inhóspita península de Jutlandia, financiando el proyecto con su mísera pensión a cambio de recibir un título nobiliario, algo que anhela con desesperación como hijo bastardo de un noble.

Kahlen es un hombre inteligente, valiente, austero, trabajador y testarudo, que tras un semblante severo esconde una emocionante empatía. Todo parece aliarse en su contra: desde la dura climatología a los robos de los salvajes que pueblan los alrededores. Frente a él, el sádico y despiadado cacique de la zona, Frederik Schinkel (o De Schinkel, como le gusta que le llamen), que considera que las tierras en las que Kahlen se instala son de su propiedad y tratará por todos los medios de sabotear sus planes.

Aunque el filme es una gozoso relato de buenos y malos, que se sostiene en la dignidad y el dolor que le aporta un tremendo y sutil Mikkelsen al protagonista y el desatado histrionismo de Simon Bennebjerg como Schinkel (perdón, De Schinkel), Arcel acierta al entregarle la brújula moral a los personajes femeninos.

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Tanto el ama de llaves Ann Barbara (Amanda Collin) como la pequeña huérfana Anmai Mus (Hagberg Melina) o la aristocrata de Kristine Kujath Thorp son mujeres sometidas en un mundo dominado por el orgullo de los hombres, pero que se rebelarán contra su trágico sino. Esto le proporciona vitalidad al drama histórico.

La película de Arcel está además muy cuidada en todos sus apartados, desde las impresionantes panorámicas de la árida Jutlandia del director de fotografía Rasmus Videbæk hasta la tensa partitura del compositor Dan Romer.