Paolo Sorrentino y Gary Oldman en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Paolo Sorrentino y Gary Oldman en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Cine

Sean Baker y Paolo Sorrentino tocan el cielo en el Festival de Cannes

'Anora', del estadounidense, y 'Parthenope', del italiano, espolean la competición con dos de sus mejores películas hasta la fecha.

22 mayo, 2024 16:38

Era de noche y la prensa abandonaba la sala Bazin en un silencio incómodo. Habíamos visto Marcello Mio, el homenaje en clave de autoficción que Christophe Honoré y su actriz Chiara Mastroianni han erigido alrededor del mítico dandy, padre de ella y marido de Catherine Deneuve. La película juega al cine referencial, pero tan correcto y remachado que es indoloro, inodoro e insípido en general.

Cuando la sección oficial se compromete por favoritismos difíciles de explicar (si no es por la retahíla de estrellas francesas que invitar a la alfombra roja; aquí Fabrice Luchini, Benjamin Biolay o Melvil Poupaud), celebramos toda victoria aún con más ahínco. Y lo de ayer, señoras, fueron dos victorias capitales.

Paolo Sorrentino escribe la Biblia con Parténope

Así que era allí adonde se dirigían todos los frescos voluptuosos del cineasta de Nápoles, de vuelta a casa tras una odisea cinematográfica progresivamente vacua, absurda…

Más radical, madura y emocionante incluso que la felliniana La gran belleza, Parthenope supone desde ya la más importante de las películas de Paolo Sorrentino. El director escribe la novela de formación de la joven titular, apodada como la atractiva sirena de la mitología griega y como sobrenombre de la ciudad de Nápoles.

Celeste Dalla Porta en 'Pathenope'

Celeste Dalla Porta en 'Pathenope'

La película está hilvanada a lo largo de tres décadas, a través de los diálogos que Parténope mantendrá con personajes variopintos, pero siempre clarividentes: con una estrella de cine acabada (Luisa Ranieri) mirará los estragos de la vejez, con un escritor deprimido (Gary Oldman) descubrirá el deseo como fin. Con un cura ambicioso y sensual (Peppe Lanzetta) atravesará las fronteras del culto, con su profesor universitario (Silvio Orlando) aprenderá la maestría tras las preguntas adecuadas…

Aunque la vida de Parténope es profundamente melancólica y no está exenta de miseria, la película prefiere prendarse de la luminosidad de su rostro –aquí no hay disimulo, tampoco condena–, que de los fáciles caudales del drama.

“Escribir sobre el suicidio no sirve de nada”, le enseña su profesor en una de tantas réplicas brillantes y, a diferencia de sus guiones anteriores (más torpes), integradas en el núcleo de una película que existe porque filosofa.

Parténope, de hecho, puede leerse tal que escritura fundacional atea –de coherencia religiosa–, sobre la Belleza. Hablamos de la Belleza con mayúsculas, la metafísica, como la gran dictadora del Bien, la que tiene más que ver con la verdad que con la moral.

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Nada que ver, entendamos, con la crispación de Silvio (y los otros) (2018) o The Young Pope (2016), dos preguntas impertinentes deliberadamente contraculturales. La Biblia de Sorrentino es tranquila, mediterránea.

Si en Fue la mano de Dios avanzaba al compás del calmado golpeteo de un casco de madera contra las rocas, aquí nos guía el ligero soplido que un joven lanza a sus amantes; dictará el destino un gesto pequeño, casi la nada.

La película de Sorrentino se mueve a cámara lenta, cuadrando sus poses como la estatuaria elegante de una revista de moda, o de un friso clásico. Evoca los paisajes soleados e impertérritos de la Modernidad cinematográfica; las costas de El desprecio de Godard. Horizontes culturales míticos, a salvo porque no existieron nunca.

Con esta lente volveremos a poner en imágenes el cuerpo femenino que es deseado y que desea, un gesto de riesgo en tiempos de hipervigilancia, pero de un goce puramente intelectual.

Anora promete la Palma a Sean Baker

Anora es, de momento, la candidata a la Palma más vitoreada del festival. Sean Baker vuelve con el arrebato con que nos enamoró, casi una década atrás, de una película rodada con un Iphone y un puñado de “personajas” (increíbles, las amamos) naturales.

Sean Baker en Cannes. Foto: EFE/EPA/ANDRE PAIN

Sean Baker en Cannes. Foto: EFE/EPA/ANDRE PAIN

Han pasado nueve años –digo, con incredulidad– desde Tangerine, Baker es ya un pequeño fenómeno tras The Florida Project o Red Rocket, y sin embargo, nunca ha perdido el interés por el callejeo y las troupes de caracteres antipáticos, endurecidos como un callo aunque no por ello menos carismáticos. A menudo, lazarillos buenos como el pan.

La joven escort protagonista de esta nueva escudella humana es Ani (Mikey Madison), cariñoso diminutivo de Anora, aunque la película la nombre con todas las letras y la dignidad intacta.

Ani vive un breve idilio de ascensión social a lo Cenicienta deslenguada cuando se casa con Ivan (Mark Eydelshteyn), el hijo de un oligarca ruso tan vivaracho, despeluchado e inconsecuente como un post-adolescente cualquiera (sólo que con muchísimo más dinero). Ivan, claro, huye por patas cuando sus padres se enteran del matrimonio, de forma que Ani y una panda de matones torpes y simpáticos (puro cartoon) deberán ir en su búsqueda.

La película se incendia con dicho tropel de correcaminos esperpénticos, que componen un milhojas de locuacidad espitada y malsonante, trenzada con la buena mano de los hermanos Coen o del Quentin Tarantino disfrutón de Pulp Fiction. Por lo sinceramente gracioso que es el comportamiento de un adolescente descerebrado, recordará al gran referente en comedia de enredos: el Billy Wilder de Uno, dos, tres.

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Añadamos el toque Baker, es decir, que todo el dispositivo rinda tributo a la joie de vivre. Que la película se explique como un videoclip de la MTV, o como un largo anuncio de Monster, eso sí, sin olvidar en ningún momento la gravedad de las situaciones en pantalla…

El cine del californiano triunfa porque siempre está ligeramente preocupado. En la que hoy compite por la Palma, el conflicto de la protagonista (que quizás se había “pillado” un poco por su estúpido marido), también buscará una salida, una catarsis.

Eso no ocurre si no tenemos antes a un personaje tridimensional y Anora, decíamos, merece todas las letras de su nombre. Porque divierte, interesa y emociona, el último Sean Baker gustará a todo el mundo.