El nepotismo está más de moda que nunca antes en Hollywood, como demuestran las pujantes carreras de Lily-Rose Depp, Dakota Johnson, Sawyer Spielberg, John David Washington, Maya Hawke o Zoe Kravitz, todos ellos con progenitores que no requieren presentación.
Pero no es algo exclusivo del mundo de la interpretación, ya que también hay muchos directores que les han puesto en suerte la silla, la claqueta y la cámara a sus vástagos.
Quizá el caso más sonado de las últimas décadas, por lo exitosa de su carrera, sea el de Sofía Coppola, que ha conseguido liberarse del enorme peso de su apellido creando su propio universo autoral.
Pero tenemos también a Jake Kasdan, hijo de Lawrence; a Nick Cassavetes, hijo de John; a Jason Reitman, hijo de Ivan; a Brandon Cronenberg, hijo de David; en España, a Jonás Trueba, hijo de Fernando... Y, ahora, se suma al grupo Ishana Shyamalan, hija de M. Night Shyamalan, que debuta este fin de semana en las salas con de Los vigilantes.
Es curioso que esta lista se divida entre los que se desmarcan de manera decidida de la obra de sus padres (Kasdan, Cassavetes, Trueba), y entre aquellos que siguen a pies juntillas el estilo de su antecesor (Reitman, Cronenberg). En este último grupo se sitúa Ishana, nacida en Filadelfia -según Wikipedia- en una fecha indeterminada entre 1999 y 2000 (así de raritos son los Shyamalan).
La cineasta novel, aunque parte de una novela de A. M. Shine, presenta aquí una especie de refrito de la atmósfera de El bosque (2004), de la mitología de La joven del agua (2006) y del mal rollo de Múltiple (2016), pero tomándose a sí misma demasiado en serio, algo que su padre no hace con su propia obra desde hace una década.
Tampoco se percibe en Los vigilantes el talento para la narración visual de los primeros trabajos de M. Night, como El sexto sentido (1999), El protegido (2000) o Señales (2002), que nos hicieron soñar con el advenimiento de un nuevo Spielberg. Menudo chasco.
Con lo que sí ha contado Ishana es con un buen presupuesto, como demuestra el solvente acabado visual (aunque la fotografía resulte demasiado oscura) y el impetuoso diseño de sonido, que sirve algún que otro susto facilón pero efectivo.
Sin embargo, parece que el dinero no alcanzaba para contratar a actores de primer nivel, recayendo el protagonismo en Dakota Fanning, la hermana de la más talentosa Elle.
De la historia poco se puede (y hay) que decir, más allá de que un grupo de personas se queda atrapada en un bosque del que no pueden salir y son acechados por criaturas con malas intenciones, una premisada manoseada en exceso.
Obviamente, siendo hija del director de El sexto sentido, Ishana se lo juego todo al plot twist, al giro de guión inesperado. Pero su desquiciada táctica de introducir en el último tercio uno detrás de otro sin solución de continuidad acaba resultando la capitulación definitiva ante su progenitor.
Le auguramos más futuro en esa comedia en la que (de manera involuntaria) cae Los vigilantes en alguna que otra ocasión.