Christian Petzold estrena 'El cielo rojo': “Los alemanes occidentales aún se ríen de los orientales”
Vuelve el director alemán sobre sus inquietudes con un homenaje a Rohmer, el verano y la ecología, pero con personales giros dramáticos.
14 junio, 2024 02:37En la última propuesta de Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960) conviven dos acercamientos cinematográficos al verano. El cielo rojo arranca como una película de terror, con un coche al que se le agota la gasolina en mitad de un bosque. La trama se metamorfosea en un tributo a Éric Rohmer, con unas vacaciones de esparcimiento y coqueteo.
Hay paseos en bicicleta, música suspendida, helados... Sobre la mesa común, vasos de vino tinto; a través de las paredes, gemidos. Es en el tercer acto donde el veterano representante de la nueva ola del cine alemán hace honor a su habitual compromiso con la realidad en un giro dramático: sus personajes quedan atrapados en un infierno de incendios forestales.
“Ambos tipos de película de verano, la estadounidense y la francesa, me encantan, pero se hallan amenazadas por un mundo en llamas. Estamos dejando un planeta a los jóvenes en el que probablemente ya no quede espacio para historias estivales, ni de amor ni de terror”, advertía el realizador en el pasado Festival de San Sebastián, donde el largometraje fue proyectado tras ser reconocido con el Gran Premio del Jurado en la Berlinale. Su admonición sobre el cambio climático llega a los cines el próximo 14 de junio.
Pregunta. ¿Podríamos extrapolar la amenaza en su película a la que se yergue actualmente sobre el cine en pantalla grande?
Respuesta. No diría tanto, porque con cada película buena que vemos se subraya más la necesidad de la experiencia en salas.
P. En el guion se intuyen rasgos biográficos, como la sensación de fracaso que el protagonista siente con su segunda novela, al igual que a usted le pasó con Cuba Libre (1996). ¿Ha reflejado la frustración que vivió en ese momento a través del personaje?
R. Sí, pero de una forma totalmente inconsciente. No me di cuenta hasta que el elenco, un día, después del rodaje, empezó a hacerme un tercer grado sobre mi segunda película. Les conté que en aquella época yo jugaba a ser director. Estaba muy preocupado por mostrar el genio que estaba escondido dentro de mí y aunque a Cuba Libre le dieron muchos premios y tuvo éxito, todavía no puedo ni verla.
P. Hay momentos donde parece que esté llevando a cabo una autocrítica de la figura del escritor.
R. Sí, muchas de las frases que dice el personaje de Leon las he pronunciado yo en mi vida.
P. En la película también asistimos a la fascinación de Leon por el personaje interpretado por Paula Beer. ¿Está plasmando su propio deslumbramiento respecto a esta actriz que ya ha aparecido en tres de sus largometrajes?
R. Paula no solo es una persona maravillosa, porque no es nada arrogante ni diva, sino que además, no necesita prácticamente dirección en las películas. Ella entra y sale. No se desgasta ni agota con el personaje. Es una mujer completamente independiente. No la considero mi musa, no tenemos una relación de esas en las que termina el rodaje y la invito a cenar.
P. El rodaje de una de sus películas favoritas, Nosferatu (Murnau, 1922), tuvo lugar en los parajes elegidos para El cielo rojo. ¿De qué manera estuvo condicionada las localizaciones por acercarse a su mito?
R. Lo fantástico de Nosferatu es que es el primer vampiro cinematográfico de la historia y tiene más de 100 años. Es una película de terror, pero aparece una ciudad gigantesca magnífica, el mar, un cementerio entre dunas...
El sueño americano
P. Llama la atención la condescendencia con la que los alemanes de la parte occidental tratan a los de la oriental. ¿Todavía es así, después de 34 años desde la reunificación?
R. Sí. Los alemanes de la RDA tenían un deseo enorme de poder salir de su país, porque estaba prohibido. Ese anhelo se proyectó en el sueño americano. Por eso hay personas de aquella generación que les pusieron nombres ingleses a sus hijos, como Mike o David, pero escritos Maik y Devid. En Alemania Oriental todavía hay ciudades que se llaman Boston y Filadelfia, son ciudades nacidas del deseo de partir. Los alemanes reconocen si alguien es del Este en pequeños gestos. Los occidentales se ríen hoy de ellos como antes se reían de sus coches y de sus vaqueros.