En 2008, el trabajo que había rodado un chaval de apenas veinte años fue nominado al Goya a mejor cortometraje de ficción. Martín Cuervo (Madrid, 1987) había presentado el guión en la prueba de acceso a la RESAD de lo que más tarde acabaría siendo Final (2007), su primera obra, protagonizada por Imanol Arias. No lograría el galardón, pero sí que sería el ganador del premio del público en la SEMINCI.
Fue una sorpresa a medias. Después de todo, hijo de un técnico de sonido y sobrino de operador de cámara y figurista, es fácil imaginar al director en ciernes escuchando desde niño discusiones en torno al cine durante las sobremesas familiares.
Tras aquel estreno difícil de mejorar, rodó Último minuto, La vida que me queda y Someone like you, tres cortometrajes que, al igual que Final, exploraban las relaciones paternofiliales. Sin embargo, a partir de 2011 y durante diez años se mantuvo alejado de la ficción y se dedicó a campos tan diversos como la publicidad, el rodaje de videoclips o su proyecto musical bajo el pseudónimo Sethler.
En 2021 un Martín Cuervo diferente volvió a la ficción, esta vez con su primer largometraje, Con quién viajas, y la obra de teatro La última pregunta. El drama que había caracterizado sus cortometrajes de juventud fue reemplazado por un sentido cómico que empapa tanto estos dos trabajos como los que le han seguido.
La bandera, su tercer largometraje, que se estrena el próximo 14 de junio, es una adaptación de la obra de teatro Al damunt dels nostres cants, de Guillem Clua. En él, dos hermanos (Aitor Luna y Miquel Fernández) acuden a una cena en la casa de su padre (Imanol Arias) junto a la biógrafa de éste (Ana Fernández). A los pocos minutos, descubren el motivo de la reunión. Su padre ha decidido hacer unos cambios en su testamento.
Pregunta. El símbolo de la bandera, tan central en la obra de teatro original, parece perder importancia en la película. ¿Qué significa un símbolo como este?
Respuesta. La obra de teatro era más política en cuanto a que era una obra catalana escrita en el contexto del conflicto catalán de los últimos años y, por tanto, la bandera podía ser o una u otra. Al traducirla todo eso se pierde. Ya en el guión que adaptó Clua se notó el cambio.
»Aún así, en la obra original, el conflicto entre padres, hijos y hermanos estaba siempre de fondo, porque al final la bandera es una excusa para pelearse, para reprocharse. Ahí es donde más he incidido yo. Las discusiones políticas en las comidas familiares no son más que eso, algo que justifica la pelea que desean que ocurra. Porque en realidad no nos importa tanto lo material, nos importa muchísimo más lo emocional, que nos quieran, que nos vean. Las banderas y todas estas historias no son otra cosa que una excusa para sacar al exterior todos los traumas que llevamos arrastrando desde la infancia.
P. O sea, que el objeto de deseo es pelearse.
R. El objeto es sentirse querido. Para mí estos tres personajes, Tomás, Jesús y Antonio, no se sienten queridos por los demás. Lo que están intentando es patalear a ver si alguien les hace caso, que es algo que hacemos todos. Cuando no nos sentimos queridos nuestra forma de solucionarlo es pelearnos, que al final es contraproducente, pero así estamos diseñados.
P. Con diecinueve años rueda su primer cortometraje, que un año después es nominado a los Goya, ¿cómo se vive ese éxito tan precoz?
R. En aquel momento no lo entendía. Ni lo pensé. Yo hice un corto, precisamente con Imanol Arias, que también aparece en La bandera. Surgió de una idea que había tenido en las pruebas de la RESAD. Escribí el corto y todo fue muy rodado, nos dieron las ayudas, lo levantamos y lo estrenamos en la SEMINCI. No me di ni cuenta, no me enteré mucho, reconozco que no lo valoré. Lo que estaba pasando fue increíble y luego con el tiempo pensé: “madre mía, me pasó todo aquello y no era más que un chaval”.
P. Hizo varios cortometrajes y, de repente, en 2011 dice “basta” y sale del mundo del cine hasta diez años después.
R. Sí. Ahora con perspectiva se puede entender mejor. La crisis para el cine en esos años fue tremenda. Se dejó de rodar prácticamente. Únicamente continuaron cuatro privilegiados. El número de películas que se produjeron esos años bajó drásticamente. Entonces yo salía de hacer varios cortometrajes, que fueron bien pero no tan bien como el primero, y escribí una película que intenté sacar adelante, pero no pudo ser y acabó descartada en un cajón.
»Hubo un momento en el que me propusieron hacer una película pero entonces no me vi preparado, y luego, cuando quise, fue imposible. Después, en torno al año 2016, escribí una película y me puse a intentar moverla, pero aún así no conseguí rodarla hasta 2020. Hacer cine es muy difícil.
P. Curiosamente, aquella brecha de diez años coincide con la publicación de los tres álbumes que forman tu producción musical: Batalla (2012), Negociación (2016) y Tregua (2021). Los tres utilizan un vocabulario bélico. ¿Estuvo en alguna especie de guerra durante aquellos diez años?
R. Se puede decir que sí [Risas]. En 2011 yo tenía veinticuatro años y cuando retomé la dirección tenía unos treinta y dos. En aquella trilogía de discos de lo que hablaba era de la batalla con uno mismo y con encontrar la persona que eres, la que quieres llegar a ser. Comprender todo lo que te ha pasado y lo que no. Esa batalla es siempre con uno mismo, y esa fue mi guerra durante aquellos años.
»Luego también está la batalla en el mundo de la música, que es muy complicada, y mi sueño de hacer cine y el peligro de que se truncara. Al final lo conseguí. Cuando me doy cuenta de eso, me siento realizado. Todo aquel miedo creo que lo tapé de alguna manera a través de la música.
P. Y de repente en aquella batalla se declaró una tregua y empezó a hacer largometrajes.
R. Sí, bueno, realmente ya había decidido dejar la música antes de volver a rodar. Lo cierto es que la música es una ruina. Sigo tocando, pero lo tengo más abandonado. Siempre he pensado que música y cine son parte de lo mismo, de contar historias. Aún así la música siempre la he usado sobre todo para canalizar y para hacer terapia. El cine, sin embargo, ha sido para mí el afán de contar una historia más cerrada. Pero siempre los he visto dentro de la misma línea.
P. En su Spotify decía “el indie ha muerto y yo no he sido”, ¿se puede aplicar también a algo dentro del mundo del cine?
R. La taquilla. La taquilla desde luego está herida de muerte. Creo que me apunté al indie tarde y murió y me ha pasado lo mismo con el cine, al menos con el de toda la vida. El cine de una u otra forma no va a morir. La gente sigue comprando vinilos en 2024, y, de igual modo, las salas del cine también las salvarán los nostálgicos. No será lo que ha sido, eso ya no va a volver, y es una pena, porque el cine se disfruta de verdad cuando es un fenómeno compartido.
»La gente va al cine a ver las películas de superhéroes, pero parece que todavía no se entiende que las comedias se disfrutan mucho más en los cines, te ríes mucho más. Lo que estamos haciendo sí, se ve en plataformas, y mucho, pero no en las salas.
P. Uno de sus temas musicales se titula Himno millennial. ¿Hay alguna película que considere icónica para su generación?
R. Jonás Trueba ha hecho mucho cine del Madrid de mi generación, aunque es un poco más mayor. Lo tendría que pensar. En series lo veo más claro. Girls (2012), por ejemplo, es una serie que es un símbolo millennial, ha retratado muy bien esta generación a la que pertenezco. Es una generación que está perdidísima, que le prometieron que lo que iba a vivir sería increíble y al final ha resultado no ser así, se ha llevado una cantidad de golpes tremenda que le ha dejado en la lona.
P. Es llamativo que en su música hable de los problemas millennial y, justamente, en esta película quien parece llevar la razón es el padre, el “boomer”.
R. Sí. Creo que algo ha cambiado. Durante la etapa de mis cortometrajes tenía diecinueve, veinte, veintiún años. Los cuatro cortometrajes que hice van sobre las relaciones paternofiliales y están enfocados desde el punto de vista del hijo. Lo que he querido remarcar en esta película es el abandono que sufren nuestros abuelos y nuestros padres, que ya se acercan a la tercera edad.
»Me he dado cuenta, quizás en esta madurez, que me he pasado la vida reprochando a mis padres las cosas que hacían, pero lo hacían lo mejor que podían. Eran personas como yo, con sus propios traumas, sus propios trastornos y su propia necesidad de terapia. Educaron a un hijo como pudieron educarlo. Te pasas toda la vida echándoles cosas en cara sin darte cuenta de que era muy difícil hacerlo mejor. Ahí está el personaje de Imanol, que hace muchas locuras, está trastornado en muchos sentidos, pero al final lo ha hecho pensando que sus hijos son importantísimos para él. Eso es lo que he podido comprobar yo también con mis treinta y seis años.
P. ¿Podemos decir que esta película es la reconciliación de Martín Cuervo con la generación de sus padres?
R: No lo había pensado hasta ahora (sonríe), pero sí. Ya está bien con los reproches. Mi próxima película, que estreno en diciembre de este año, también va en esa dirección. En ella, el tema principal será la empatía entre los miembros de una familia. Todos pensamos “mi madre no me entiende”, “mi hermano no me entiende”, pero no nos preocupamos en cómo viven ellos esas situaciones y qué les está pasando en sus vidas en ese momento. De repente es un tema que me interesa mucho.
P. Superar las barreras en la comunicación...
R. Sí, sí. Es un tema universal. Creo que en mi primera película también había mucho de eso. Desde luego, en esta ocasión, está claro que si estos personajes se sentaran más a hablar no les pasaría lo que les pasa.
P. Sus cortometrajes eran dramas y, de repente, vuelve diez años después con comedias.
R. Sí, eso mismo pasa con mi discografía, creo que ahí se nota más. Mis primeros temas eran muy nostálgicos. Poco a poco me fui aligerando. Me di cuenta de que había que ser optimista. Todo va a ir bien, la vida va a ir mucho mejor si nos lo tomamos con alegría. Cuando me enfrenté a la tarea de hacer Con quién viajas, al principio era un thriller, pero le fuimos metiendo comedia, lo recubrimos todo de comedia, a lo que también ayudó el perfil de los actores que contratamos para el proyecto.
»En esta película es un poco igual. No es un drama enorme, pero sí que es emocional, toca la fibra, y la hemos bañado en comedia. Me he dado cuenta de que todo con comedia es mejor. Todo. Es un vehículo espectacular, aunque lo maltratamos muchísimo y lo consideramos menor.