Últimamente, el cine fantaterrorífico parece obsesionado por el tema del luto. Por la manera en que intentamos manejar nuestra experiencia indirecta de la muerte, que antecede a esa otra que a todos nos llegará: la muerte de nuestros seres queridos. Cómo sobrevivir, cómo sobrellevar, cómo superar lo insuperable.

Y no obstante, John Ajvide Lindqvist, escritor de horror por excelencia de la literatura escandinava actual, autor de Déjame entrar, propone aquí, adaptando su propia novela junto a la directora, ir más allá. Pues si difícil resulta manejar a los amados muertos, ¿cuánto más no lo será si retornan como no-muertos, por mucho que sigan siendo amados?

Descansa en paz transita por territorios conocidos dentro del subgénero zombi, aunque la palabra zombi no se pronuncie nunca. Desde el clásico relato La pata de mono, de W. W. Jacobs, hasta el Cementerio de animales de King, pasando por joyas de Serie B como Crimen en la noche (Bob Clark, 1974), la cuestión de las plegarias ha sido planteada en muchas ocasiones.

Más cerca de propuestas como la película –y serie– francesa La resurrección de los muertos (Robin Campillo, 2004), el filme de Vistendahl opta por una gramática cinematográfica contenida, austera e intimista.

Siguiendo tres casos particulares, obvia abordar la catástrofe planetaria, retratando las tragedias personales de sus personajes, abundando en el silencio, en sus magníficos actores y una banda sonora bien utilizada.

Pero es en sus logros donde residen también sus debilidades. Insistiendo en el drama humano, evita las convenciones del género, prefiriendo no solo el horror al terror, sino también la tristeza, la melancolía y un ritmo contemplativo, que pueden ahuyentar a los espectadores que acudan engañados hasta ella.

Manejar a los no-muertos resulta tarea aún más imposible que manejar el duelo, pero manejar el terror para conseguir trascenderlo también puede serlo, pues implica abandonar al tiempo sus virtudes.

Esta nada desdeñable variante nordic noir del cine zombi, pese a sus guiños finales a Romero, se antoja en realidad una suerte de anti-Ordet (1943), donde la herencia ascética de Dreyer se pone al servicio no del milagro divino de la resurrección, sino de un nihilismo abrumador, no exento de ternura.

Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate, que diría de ella Dante si hubiera sido crítico de cine.