Me imagino que Hollywood sabe lo que hace cuando lanza películas “espídicas” en las que la trama avanza a marchas forzadas, con constantes giros de guion y una sucesión de escenas cada vez más espectaculares que no dan tregua.
A mí, personalmente, muchos de esos blockbusters acaban fatigándome con tal desmadre de momentos dramáticos y set pieces a cual más grandiosa e impresionante. Además, casi todas esas películas se alargan innecesariamente hasta el infinito, redundado en su propio agotamiento.
Quizá no soy el único. Ni a Hollywood ni a los propios cines les ha ido bien desde la pandemia. Es cierto que ha habido algunos éxitos incontestables, pero también varios fracasos de películas de superhéroes y franquicias que hasta hace poco eran imbatibles.
Habría que reflexionar sobre el auge del streaming, el hecho de que una generación de niños no pudiera ir al cine en unos años en los que se suele despertar la pasión por el mismo o los cambios de hábitos. Pero también es posible que la todopoderosa industria de Hollywood deba plantearse si “más siempre es más” y si basta con un impresionante despliegue de efectos especiales para atraer al espectador, con películas cada vez más infantilizadas.
Por momentos, parecen partir de la premisa de que los jóvenes, un público ancestralmente aficionado a ir al cine, tienen pocas luces. Pero una cosa es ser joven y otra, ser tonto. La vida es seria y trascendente a todas las edades, de maneras distintas, claro, pero no menos intensas.
Prohibido hacer ruido
Dicho todo esto, Un lugar tranquilo. Día 1 supone una refrescante novedad, aunque gran parte de su gancho se base, al estilo Hollywood, en su espectacularidad. En este caso, se trata de ver cómo los extraterrestres (una especie de ranas-arañas gigantes con mucha mala leche) destruyen Nueva York y, de paso, el mundo entero.
Cada época ha interpretado el fin del mundo a su manera (en el año mil se volvieron locos pensando que se avecinaba el Apocalipsis) y en estos tiempos de polarización política, cambio climático y guerras podría ser, incluso, ¿un alivio? Ya decía Buñuel en sus memorias que la solución a todos los males pasaba por cargarse, como mínimo, a la mitad de la humanidad (lo dice tal cual).
Las casi infinitas posibilidades técnicas y presupuestarias de la industria americana (sus películas señeras no bajan de los 100 millones de presupuesto, lo mismo que le cuesta al Estado español todo el cine patrio) se han convertido en coartada de películas tediosas, pero eso no quita que también abren un abanico de posibilidades creativas y visuales que bien utilizadas pueden ser una rica fuente de creatividad.
El problema no es el qué. A todos nos gusta ver batallas espaciales, el hundimiento de un puente, una ciudad destrozada por un tsunami o una central nuclear destruida por marcianos. El problema es el cómo, si esas imágenes cobran valor por sí mismas, por la mera razón superficial de su propia audacia técnica, o si sirven como instrumentos para realizar buenas películas, que es algo que también puede hacerse con dos duros, como se ha podido comprobar en muchos títulos.
La notable saga de Un lugar tranquilo, de la que ya existen dos películas dirigidas por el talentoso actor John Krasinski, creador del concepto, combinan de manera audaz la película de “invasión extraterrestre” (todo un clásico que va de la epopeya de Independence Day de Emmerich, a la sátira de Tim Burton en Mars Attacks! o el simbolismo de Señales de Shyamalan) con el género de terror.
La clave del asunto es que los alienígenas (que son máquinas de matar sin contemplaciones) solo detectan a los humanos, a los que tienen muchas ganas, con el sonido. Con lo cual, ni se puede hablar ni hacer ningún ruido, algo manifiestamente inhumano, ya que somos una especie bullanguera. Está claro que la tensión está servida.
Un blockbuster atípico
Producida por el propio Krasinski, Un lugar tranquilo. Día 1 está dirigida por Michael Sarnoski, director también de Pig, el thriller culinario protagonizado por Nicolas Cage. Este regreso al origen cuenta con la sensacional Lupita Nyong’o, en la piel de una mujer que padece cáncer terminal y va siempre acompañada por un gato.
A los pocos minutos de metraje, durante una visita de la paciente a Manhattan junto a otros enfermos de cáncer para acudir al teatro, aparecen los bichos gigantes y montan una escabechina. Nyong’o se dedicará a salvar su vida junto a un joven inglés (Joseph Quinn) con el que desarrolla una amistad inquebrantable, pero forzosamente silenciosa en una situación desesperada.
La poética del Apocalipsis no es una novedad. La explota la novela de Cormac McCarthy y su versión cinematográfica, La carretera (John Hillcoat, 2009), con Viggo Mortensen, o un título totalmente mainstream como Soy leyenda (2007), con Will Smith, de la que por cierto se rumorea que habrá una secuela proximamente.
Y lo mejor de Un lugar tranquilo. Día 1 es que la ya habitual perfección técnica a la hora de mostrar cómo Manhattan se cae a pedazos y los invasores montan una escabechina de seres humanos, en un filme muy bien interpretado por Nyong’o, en el que su figura trágica, espectral y conmovedora, acompañada de un gato, adquiere por momentos verdadera intensidad poética.
Existe, latiendo, no solo una cierta ansiedad por el fin del mundo, quizá también una cierta esperanza de que eso suceda, como un alivio, una sanación colectiva, y el fin definitivo de tanto ruido y tanta furia.