El cine argentino vivió un boom en nuestro país cuando despuntaba el milenio con películas protagonizadas por Ricardo Darín como Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000), tres películas de Juan José Campanella como El hijo de la novia (2001), Luna de Avellaneda (2004), la oscarizada El secreto de sus ojos (2009) o Carancho (Pablo Trapero, 2010). El momentum de esa cinematografía ya pasó hace tiempo, pero de vez en cuando siguen llegando películas de Argentina, un país tan similar al nuestro en muchos aspectos, que destilan talento y pasión.
Actriz muy famosa en casa y conocida en nuestro país gracias a películas de Santiago Mitre como La cordillera o Paulina, y la española Truman (Cesc Gay, 2015), Dolores Fonzi debuta como directora con Blondi, una película sencilla pero emotiva, bien interpretada, dialogada y redondeada que acaba dejando la sensación de haber asistido a un "trozo de vida".
La propia Fonzi da vida a la Blondi del título, una mujer de treinta y pocos que es un "desastre". Tiene un trabajo precario haciendo encuestas de casa en casa, fuma porros como una posesa y se pega juergas monumentales. Además, tiene un hijo de unos 18 años, Mirko (Santiago Rovito), con alma de artista, un talentoso dibujante con el que mantiene una relación más de "colegueo" de lo que sería propio de una madre como Dios manda. Y los dos se pasan la vida escuchando a la Velvet Undeground (gozosa banda sonora) y haciendo el ganso.
Blondi lo tuvo muy joven, claro, a los 15 años, después de un aborto fallido, y la distancia de edad hace que puedan ser más bien hermanos que madre e hijo. Al principio de la película, nuestro yo convencional e intolerante nos puede hacer sospechar que todo acabará mal, que esta no es manera de relacionarse con un hijo y que al final, el desorden se paga.
Blondi es un "desastre", pero cuida bien de un hijo, al que quiere con devoción y, aunque lo más probable es que no sea posible que una madre y un hijo sean amigos en el sentido convencional, al final una madre es una madre, no un compi de instituto, como también queda claro en el filme. Pero también es cierto que fumar porros no hace a una mujer mala y que "atípico" no es sinónimo de dañino.
Alrededor de esa extraña pareja pululan una abuela irónica e inteligente, una tía pija, hermana de la madre, con la que mantiene una relación de tirantez y afecto, y un cuñado "cuñao" al que da vida Leonardo Sbaraglia. Todo ello en un Buenos Aires bohemio y "underground" un tanto destartalado. En una película en general muy bien fotografiada (las escenas del motel Oasis son muy bellas), la capital argentina, en su propia decadencia, adquiere un aire romántico y encantador.
Avanzando a trompicones con diálogos ingeniosos, interpretaciones que rezuman naturalidad y rodada con evidente afecto por su peculiar protagonista, Blondi es un canto a la familia disfuncional, o sea, la familia misma, en una película sobre gente que cae simpática porque todos se machacan pero se quieren sinceramente. Al final, hasta te sale hasta la lagrimita.