Juliette Binoche, Julie Delpy  e  Irène Jacob, en 'Azul', 'Blanco' y 'Rojo'

Juliette Binoche, Julie Delpy e Irène Jacob, en 'Azul', 'Blanco' y 'Rojo'

Cine

'Azul', 'Blanco' y 'Rojo': vuelve la sublime trilogía de Kieslowski para sacarle los colores a Europa

30 años después, el virtuoso cineasta polaco reestrena su agudo retablo histórico de un continente que hoy no pasa por su mejor momento.

5 julio, 2024 01:49

Entre los meses de septiembre de 1993 y mayo de 1994, vio la luz la trilogía Tres colores, del polaco Krzysztof Kieslowski (Varsovia, 1941), quien unos años antes ya había demostrado su don para la ficción serial con su Decálogo (1988-1999), que abordaba los Diez Mandamientos desde una perspectiva moderna.

Y si el acercamiento del cineasta al imaginario cristiano se vio marcado por un profundo sentido de la ambigüedad, no lo fue menos su aproximación a los símbolos de la nación francesa.

Los estrenos de Tres colores: Azul, Blanco y Rojo, en los festivales de Venecia, Berlín y Cannes, dio lugar a un peculiar circo intelectual, protagonizado por críticos que construían enrevesadas teorías para vincular las tres películas a los ideales de la liberté, égalité y fraternité.

Por su parte, en una entrevista concedida a una revista estudiantil de la Universidad de Oxford en 1995, Kieslowski señalaba que, si la financiación no hubiese sido principalmente francesa, “hubiésemos titulado las películas de un modo diferente, o quizá el proyecto habría tenido una connotación cultural diferente. Pero las películas probablemente habrían sido las mismas”.

Las consecuencias del olvido

Más allá del oportunismo que llevó al director de La doble vida de Verónica (1991) a titular su trilogía con los colores de la bandera francesa, las películas ofrecen motivos suficientes para atisbar en ellas una incisiva radiografía de una Europa que celebraba a bombo y platillo su unificaciónTres colores ponía el foco en las zonas de penumbra de un momento histórico cuya alargada sombra se extiende hasta nuestros días.

En Azul, una de las subtramas se centraba en la composición de un concierto para la unificación de Europa. Sin embargo, el brío musical de la pieza sinfónica palidecía ante un símbolo mucho más lúgubre: la figura de la actriz Emmanuelle Riva, que tras devenir un emblema de la memoria de la Segunda Guerra Mundial en Hiroshima mon amor (1959) y Kapó (1960), aparecía en Azul como una mujer enferma de Alzheimer, anunciando las funestas consecuencias que podía tener el olvido.

Luego, en Blanco, Kieslowski transmutó la ambigüedad en pura ironía al situar como antihéroe de la función a un peluquero polaco llamado Karol Karol (Zbigniew Zamachowski), que decidía recuperar el amor de su esposa (Julie Delpy) embarcándose en una odisea de empoderamiento financiero en una Europa del Este entregada al capitalismo salvaje.

Tras la caída del muro, y desprotegida de la fiebre liberal, Polonia se había transformado, según Kieslowski, en un avispero de chanchullos mafiosos y especulación inmobiliaria.

Para cerrar la trilogía, Rojo ofrecía una última y ejemplar meditación sobre un malestar de alcance social y hondura existencial. Centrada en la relación entre una joven modelo que protagonizaba una campaña publicitaria de chicles marca Hollywood (Irène Jacob) y un antiguo juez que ejercía de misántropo espiando las conversaciones telefónicas de sus vecinos (Jean-Louis Trintignant), la película proponía una grave reflexión sobre la aparente imposibilidad de recobrar la fe en el prójimo en un mundo dominado por la hipocresía y la corrupción.

Jean-Louis Trintignant, en 'Tres colores'

Jean-Louis Trintignant, en 'Tres colores'

Perfilando una disyuntiva entre el nihilismo y el humanismo, Rojo se constituía como una candente fábula moral zarandeada por el advenimiento de la belleza, por la fuerza de los actos altruistas y por unas tempestuosas incursiones del azar.

Pero si Tres colores se eleva como una de las obras mayores del cine europeo de las últimas décadas no es solo por su condición de agudo retablo histórico, sino sobre todo por la flagrante evidencia de su virtuosismo fílmico.

Firmada por un cineasta en la cumbre de su praxis artística, la trilogía hace gala de una depuración estética sublime, afianzada en la poderosa expresividad de su puesta en escena –cada encuadre esconde una razón de ser– y en un despojamiento extremo del gesto actoral.

Pasan los años, las décadas; la lista de actores y actrices que prueban su valía no deja de ampliarse; pero el rostro acongojado de Juliette Binoche, batallando contra el dolor por la pérdida de su hija y su marido en Azul, permanece como el epítome fílmico del sino trágico.

Juliette Binoche, en 'Azul'

Juliette Binoche, en 'Azul'

Armonizada por las inolvidables bandas sonoras de Zbigniew Preisner, y tensada por las misteriosas y elípticas tramas que escribieron a cuatro manos Kieslowski y Krzysztof Piesiewicz, Tres colores supo actualizar el compromiso cívico y la audacia creativa de aquella modernidad fílmica que germinó durante la posguerra europea.

Además, hoy, la trilogía exhibe un aura casi profética. Sus imágenes nos sitúan frente a un continente que, tras el oropel de su fachada, escondía un estado de excepción anímico y un pozo de confusión moral.

Tanto la viuda consternada de Azul como el peluquero despechado de Blanco y la extraña pareja de Rojo aparecían atenazados por un desamparo acuciante que todavía perdura.