Pocos monstruos más icónicos en la historia del cine que los xenomorfos, esos extraterrestres malvados creados por Ridley Scott en su clásico Alien, de 1979. Con una Sigourney Weaver en pie de guerra, la película fue un descomunal éxito de público gracias a su sabia mezcla entre ciencia ficción y terror. El octavo pasajero añadía el título español al original, con ese bicho más malo que un demonio que se “esconde” en los propios cuerpos humanos hasta que los revienta para salir al mundo a hacer de las suyas.
Además de aquella primera película, ha habido cinco más desde entonces hasta llegar a la sexta, subtitulada Romulus, que llega seis años después de la última, Covenant, que dirigió el propio Scott. Existe ahora una clara intención de reimpulsar la saga desde cero, ya que las otras estaban relacionadas entre sí, a veces muy tenuemente pero nunca se perdía el hilo.
A la sombra del slasher
Borrón y cuenta nueva con producción de Scott y el uruguayo Fede Álvarez detrás de la cámara, director que ha hecho toda su carrera en el largometraje en Los Ángeles. Especialista en revitalizar franquicias de terror de éxito, arrancó con un reboot en 2013 de Posesión infernal, de Sam Raimi, que ejercía de productor, con trasfondo social al abordar la crisis de opiáceos en Estados Unidos con el que convenció a los fans y buena parte de la critica.
Su gran éxito fue No respires, en 2016, en la que unos ladrones se metían en casa de un viejo rico y ciego pensando que sería presa fácil y se convierte en un monstruo. En Alien: Romulus, su película más “grande” y ambiciosa hasta la fecha, mucho hay de ese origen en el slasher con Posesión infernal y también de un clásico como La matanza de Texas, del que se cumplen 50 años, cuyo reboot produjo él mismo en 2022 con discretos resultados.
El slasher es un género con títulos gloriosos como los mencionados sin ir más lejos, que consiste en darse el placer de ver cómo un psicópata se carga uno a uno a un grupo de jóvenes frívolos de acampada, en una casa perdida de la montaña o similar. Desde sus orígenes en la propia Matanza de Texas, tuvo un ligero tono subversivo y una cierta ambigüedad como crítica soterrada a la banalidad de la cultura juvenil de Estados Unidos y para muchos frikis del terror era una especie de venganza por persona interpuesta de la marginación a la que someten los “winners” a los “losers”.
Metáfora política
Todos los elementos del original de 1979 están en Alien: Romulus, que no deja de ser un remake, aunque muy libre, de esa primera película. Aquí, el arranque es distinto aunque también subyace la idea del poder siniestro de las corporaciones en un mundo futuro dominado por ellas. Los protagonistas, un grupo de jóvenes liderados por Rain (Cailee Spaeny), que es la nueva Sigourney Weaver, decide escaparse de un planeta lúgubre en el que nunca sale el sol y donde trabajan como esclavos para una de esas megacorporaciones.
Fugitivos, se embarcan en una nave robada junto a un androide, Andy (David Johnson), que causa recelos en la tripulación por su condición “no humana”. Los expertos llaman “uncanny valley” (el valle inquietante) al efecto perturbador que causan estos sofisticados robots en nosotros cuando revelan por un instante su condición artificial después de haber engañado a nuestros sentidos.
Rumbo a un planeta nuevo y soleado, los tripulantes se encuentran con una nave perdida en medio del espacio que asaltan para robar combustible. Los restos de una masacre son evidentes. Allí, por supuesto, aparecerán los dichosos aliens para cargarse a todo quisqui. Mientras, Rain, la heroína, demuestra ser más lista, todos nos preguntamos si Andy es bueno o malo y la dichosa corporación también juega sus cartas. Aunque es un slasher, aquí los personajes nos caen bien, son unos antisistema que luchan por una vida mejor.
Alien: Romulus empieza mejor de lo que acaba. Los primeros veinte minutos, con ese planeta de colores sepia inhóspito al estilo Blade Runner, resultan seductores, así como el subtexto político crítico con el capitalismo de grandes corporaciones en el que vivimos.
Todo lo demás está bien dirigido en una película con efectos especiales espectaculares e imágenes muy bellas del espacio, que busca un horror más vintage, más sucio, tipo años 70, con imágenes con filtro rojo y primeros planos.
En sus mejores momentos, el espectáculo psicotrónico de Álvarez tiene fuerza y causa pavor con un uso constante de la señal de alarma para crear tensión. En los menos inspirados, la iluminación de la nave espacial parece una discoteca de Ibiza y uno espera que vayan a salir gogós a bailar en las plataformas. Alien: Romulus es un digno remake de un clásico del cine de terror y tiene suficientes golpes y sustos como para mantenernos aterrorizados un buen rato, pero hay tanto ruido que la epopeya personal de la protagonista acaba quedando un tanto desdibujada.