'El Cuervo': una nueva versión del antihéroe tan desprovista de accidentes como de contenido
Bill Skarsgård encarna en esta adaptación del cómic a Eric Draven, el mismo papel que le costó la vida a Brandon Lee por un error durante el rodaje.
30 agosto, 2024 02:09La de El Cuervo es una historia de tragedias concatenadas. Una es ampliamente conocida: el hijo de Bruce Lee, Brandon, que iba a casarse al año siguiente, muere en 1993 durante el rodaje de la película -que protagonizaba- en una escena en la que hasta veinte personas le disparaban con balas de fogueo. Un error de utillaje hizo que uno de los proyectiles matara al actor y envolvió a toda la obra de un halo siniestro que se sumaba a la atmósfera ya de por si macabra del filme.
La segunda historia no es tan famosa. Esta ocurrió antes del ingrato accidente de Lee e incluso de la génesis no ya de la película, sino del cómic en la que ésta se basaba. La mujer de James O'Barr, creador de El Cuervo, fue atropellada por un conductor ebrio y falleció. El culpable del accidente salió de prisión seis meses después y a James le quedó una rabia enquistada en su interior con la que no sabía lidiar. El ensañamiento con la que el protagonista de la obra original venga a su amada es el canal que O'Barr escogió para dejar salir toda aquella cólera.
La película diriga por Rupert Sanders (Ghost in the shell: el alma de la máquina, Blancanieves y la leyenda del cazador) que nos trae de vuelta al personaje de el Cuervo está, por suerte, desprovista de dramas de este calibre. Ningún accidente se ha cobrado la vida de nadie durante el rodaje. No ha sido necesario llorar ninguna muerte. La única tragedia que se tiene que lamentar es el desastroso resultado final del filme que llega a los cines españoles esta misma semana.
Argumentalmente, la nueva versión de El Cuervo recoge varios elementos de su predecesora. De nuevo, una pareja viviendo las mieles del amor joven es brutalmente asesinada debido a los intereses de las altas esferas. De nuevo también, el hombre resucita movido por el deseo de venganza y se convierte en un justiciero que, si bien siente el dolor de las heridas que le infligen sus enemigos, estas no le provocan la muerte y se acaba recuperando.
En esta ocasión, sin embargo, la trama de la película original se retoca para dar una imagen moderna y actualizada del antihéroe. Si el protagonista interpretado en su día por Brandon Lee era un vengador que resurge de las entrañas de la tierra un año después de su asesinato, esta vez el Cuervo pasa a ser una suerte de Orfeo que tiene como objetivo rescatar a su Eurídice del Inframundo. De tal forma, se trata de cargar al filme de una épica de la que carecía su antecesora. Lamentablemente, no lo logra.
Buena parte de la responsabilidad de este descalabro es un guion inoperante con unos diálogos que producen bochorno. Se toma la decisión de invertir alrededor de una hora para relatar la historia de la pareja, un "chico conoce a chica" que tiene como fin proporcionar enjundia al sacrificio que hará posteriormente este particular Orfeo.
Sin embargo, las conversaciones a partir de las cuales se construye la relación son poco trabajadas y bobaliconas, por lo que aquello que pretendía aportar consistencia al conjunto acaba siendo ineficaz y el sacrificio posterior, forzado.
Tampoco ayuda el trabajo de Bill Skarsgård (It), encargado de darle vida al protagonista. En todo momento el actor sueco se muestra manso en su interpretación, lo que, junto al guion, da lugar a un personaje absolutamente plano. Eric Draven, quien más tarde se convertirá en el Cuervo, es un alfeñique, y lo seguirá siendo tras su transformación, pese al esfuerzo -o más bien por falta de él- por demostrar en pantalla el profundo cambio que, se supone, ha experimentado en su interior.
La construcción de la ambientación del filme también es infructuosa. Sanders elige desprenderse de la atractiva atmósfera gótica que tan bien funcionaba en el filme de los 90 y que maridaba excelentemente con la banda sonora, trufada con temas de bandas icónicas como The Cure o Nine Inch Nails. El post-punk se mantiene en esta nueva versión, pero es lo único que se recupera del espíritu de su antecesora, por lo que queda una banda sonora huérfana e incapaz de lograr ninguna sinergia con lo que se muestra en pantalla.
Se produce entonces una atmósfera absolutamente desnatada. Por ello, después de deshacerse de todo lo que tenía de atractivo el filme original y no generar nada eficaz en su lugar, lo único que resta como mínimamente disfrutable en el filme son sus violentísimas escenas de acción.
En cierto modo, los momentos de violencia de la película, que culminan con una extensísima y encarnizada secuencia que funciona como apoteosis moral, parecen buscar asemejarse al efecto que producen las también largas y exageradas escenas típicas del cine de Tarantino.
Sin embargo, si bien es inevitable recordar las carnicerías pertrechadas por los protagonistas de Kill Bill o Django desencadenado, la que sucede en El cuervo, pese a los litros de sangre artificial empleados, carece del sarcasmo que está soldado en la lógica interna de las obras tarantinianas, por lo que termina produciendo una cierta indiferencia.
El Cuervo es disfuncional en cada uno de sus aspectos, tanto si se miran por separado, como si se aborda el marco general. Cada una de las apuestas que realiza Sanders para diferenciarse de la obra original tiene consecuencias catastróficas. Por suerte, no ha habido que lamentar tragedias en esta nueva versión; es lo único que queda por celebrar en una película que, por lo demás, ha sido un fiasco.