Una escena para situarnos rápido. La pandilla de los Blue Caps, formada por una decena de rockers adolescentes pero muy aguerridos, entra al completo en los cines de la Plaza del Carmen de Madrid. Corre el año 1982, el de los Mundiales de Naranjito y el del asalto a los cielos del PSOE de Felipe González. Tienen curiosidad por ver Quadrophenia, la película que recrea la batalla de Brighton de 1964 entre rockers y mods, una leyenda cimentada en su momento por la prensa sensacionalista británica. La sala está llena de integrante de esta segundo tribu, con sus parkas, sus corbatas finas y sus mocasines, todos abducidos por un filme en el que se reflejan y les inspira, y que, por tanto, ven casi compulsivamente. Esa coincidencia no puede acabar bien.
Las hostilidades, no obstante, no se desencadenan hasta el final de la proyección. Relata Fernando Adam ‘Piguy’ en Calles salvajes. Madrid 1980-1990, libro autoeditado ya de culto, que un grupo de ‘modernos’ se desplaza inquietantemente para situarse tras ellos, cortándoles la salida. “Alguno intenta golpearnos con su puño americano”, continua. Automáticamente, los pandilleros de tupé engominado sacan las navajas. Se suceden carreras por las calles peatonales de la zona de Preciados y la sangre empieza a gotear sobre el suelo, dejando regueros preocupantes. Es una batalla más en aquella guerra absurda en la que ambas partes, como en casi todos los conflictos, se acusan mutuamente de haberla empezado.
El próximo jueves 5 la cinta de Frank Roddam volverá a cobrar protagonismo en Madrid: se proyectará en el Museo Antropológico, en el marco de la exposición Chupas & Parkas, que agota sus días abierta después un éxito masivo de convocatoria en los últimos meses. Un mod, Alberto Valle, y un rocker, Juan Carlos Villoslada, alias ‘Bielas’, miembro en su día de la pandilla de Los Franceses , entablarán coloquio tras los títulos de crédito.
Estrenada mundialmente en 1979, la película cumple así 45 años de su aparición en la cartelera, aunque es cierto que se repuso constantemente en los años siguientes, dada la atracción que generaba en aquellas hornadas juveniles que devoraron la libertad recién desprecintada por la Transición. Quadrophenia es hoy mucho más que cine, es un icono cultural. Sobre todo para la tribu mod, que nutrió poniendo en imágenes las desventuras del pobre Jimmy (Phil Daniels), joven británico de clase obrera que abraza el credo modernista a principios de los 60 y que vive su cénit vital (sexo, anfetas y RnB) en mitad de los disturbios de Brighton. Un retrato que interpelaba de lleno a a la mayoría de la juventud inglesa en aquel periodo, cuando su país empezó a liberarse del fardo traumático de la II Guerra Mundial y a gozar de nuevo de niveles de renta compatibles con el hedonismo individualista.
“Era la primera generación que tenía la oportunidad de vestir diferente a sus padres, con dinero, vehículo propio, que podían movilizarse y desplazarse en masa buscando un enemigo común, algo inherente en las personas con necesidad grupal, un sentimiento muy adolescente, e incluso infantil”, explica a El Cultural Pablo Martínez Vaquero, autor de ¡Ahora! No mañana (Milenio), libro capital para entender la eclosión mod de la primera mitad de los 80 en España, una eclosión que, en puridad, era un revival de lo acontecido en aquellos turbulentos 60 en Gran Bretaña: aquellos chicos miraron por el retrovisor, se zambulleron en los ritmos musicales de los 60 y les estamparon un nuevo cuño renovado.
La onda expansiva de la resurrección moderna, desatada por grupos como The Jam, Secret Affair, The Chords o Purple Hearts, alcanzó de pleno nuestro país, donde proliferaron pandillas mods por doquier. Madrid, Málaga y Barcelona acogieron las más numerosas pero también hubo mods a punta pala en Oviedo, Bilbao, Gijón (aquí ya hacia los 90, con el Euroyeyé), Vitoria... Quadrophenia alumbró o, según el caso, reafirmó vocaciones mod a tutiplén.
Martínez Vaquero recuerda que su epifanía personal tuvo lugar en un concierto de Los Elegantes en Madrid: “Me reconocí en la estética de su público y en la energía y melodía de sus canciones”. Pero añade que el repertorio que la banda madrileña acaudillada por Juan Ignacio de Miguel, apodado ‘Chicarrón’, esgrimió esa velada estaba claramente enraizado en la música de Quadrophenia, que él visionó en primera instancia en su Oviedo natal, en una doble sesión junto a The Great Rock 'n' Roll Swindle, y luego en los Alphaville de Madrid. “El público -remata- era fruto de la película, directa o indirectamente”.
Otro viejo militante de los tiempos de la Movida, César Andión, agitador infatigable del circuito mod con iniciativas como el fanzine (mejor dicho: modzine) La Scena y uno de los fundadores de la pandilla Scooter Boys junto a compañeros del Colegio Claret del barrio de Prosperidad, afirma que la vio por vez primera en El Covacha, cine musical situado en López de Hoyos con Corazón de María, donde -apostilla- ya había visto con su colegas de The Kids Are Alright (documental sobre The Who, banda colocada en todos los altares mod) y Tommy (adaptación de la ópera rock de Pete Towshend y los suyos, precedente formal obvio de Quadrophenia, otra ópera rock del prolífico y carismático front man trasvasada a la gran pantalla).
“Las veíamos mientras bebíamos litronas dentro”, apunta Andión. Un detalle ambiental revelador. Aquellos muchachos se enardecían escuchando una banda sonora omnipresente en la narración: The Who, sobre todo, claro, pero también James Brown, The Chiftons, The Ronettes, The High Numbers… Quadrophenia sirvió para abrir sus horizontes de escucha, que se multiplicaron en diversas direcciones: ska, soul, blues… La veta de la negritud, como vemos, fue primordial.
“Es la música que sonaría en cualquier fiesta mod de entonces, aunque falta alguna de Prince Buster o Ethiopians”, aclara Andión, en la actualidad volcado en proyectar al exterior grupos españoles de la mano de Live Nation. Para entonces, él ya se consideraba un “nuevaolero superfan de Police y sobre todo de The Knack: “Con quince años, ver el vídeo de My Sharona cambió mi imagen: al día siguiente fui con una corbata estrecha al colegio Claret, enfrente de Rock-Ola, por cierto”.
The Jam, y en esto no era precisamente una excepción, le flipaba. “Blondie, Elvis Costello, The Records, The Beat… mamaban de los 60 pero fue realmente The Jam quien me atrapó por el mensaje de las letras de Paul Weller, la imagen y su actitud social”. Pasadas las décadas, en cualquier caso, sigue adorando Quadrophenia, un flechazo indeleble: “La he visto mil veces, más que ninguna otra. Es una película enorme en todos los sentidos, que describe lo que era ser teenager en el Londres del 64 y la escena mod. La secuencia primera de Jimmy llegando al Goldhawk, entrando en el club con las pastis y escuchando High Heel Sneakers es eterna”.
Por eso casi 'muere' el fin de semana pasado cuando tuvo la suerte de conocer en persona a Phil Daniels y a Trevor Laird (Ferdy, el amigo negro tan elegante siempre con su sombrero). El encuentro se produjo en Brighton, precisamente. “Hablamos mucho de fútbol y del Chelsea”, confiesa.
Es curioso que la vesania violenta que azuzó Quadrophenia en Madrid no tuvo un correlato equiparable en Barcelona, donde, por ejemplo, grupos rockers como Loquillo y los Trogloditas tenían muy una buena onda con emblemas mod como Los Negativos. Ricky Gil, el fundador junto a su hermano Albert de Brighton 64 (nombre que aclaraba instantáneamente de qué palo iban), confirma esa sintonía: “Nosotros, por nuestra parte, hicimos muchos conciertos con Los Rebeldes”.
Referente del movimiento mod, Gil reconstruye en sus memorias musicales Bola y cadena. 20 años de explosión mod (Milenio) cómo se topó con su destino en un club de Hammersmith en el 81. Allí, durante su estancia en la capital inglesa para estudiar la lengua de Shakespeare, vio un concierto de Purple Hearts que supondría un parteaguas en su vida. “De regreso a casa, en un vagón de metro vacío, tuve la sensación de entrar del que nunca iba a desear ver la salida. Al día siguiente fui a Carnaby Street y me compré una americana de rayas azules y negras. Ya era mod”. Así de fácil.
Como el cine quinqui
El primer contacto de Gil con Quadrophenia se dio en los cines Maldà, cerca de la Rambla. “Sería un par años después de su estreno mundial. La vimos con un poco de escepticismo o distancia. No nos entregamos, la verdad. Nos parecía todo un poco prefabricado. Es un poco tonto porque, ya ves, teníamos 16 o 17 años, pero sí nos sentíamos un poco por encima ya, más auténticos. Era, por otro lado, una percepción general en Barcelona: que la peli era un poco floja. Ahora no me lo parece. La considero un documento muy valioso de aquella época, como otras películas británicas de entonces, de temas sociales duros, que asocio con las que se hicieron aquí sobre el mundo quinqui. Las interpretaciones son buenísimas y el ritmo, trepidante, amén de las escenas de las peleas, que se me hacen un poco largas”.
En su opinión, aun viendo los toros desde la barrera de Barcelona (aunque venía con Brighton 64 habitualmente a tocar a Madrid), Quadrophenia sí fue una cerilla lanzada en un entorno inflamable, el de aquella Movida salvaje y hedonista. Señala, de todas formas, algo curioso: que lo de aquí fue un juego de niños comparado con lo que ocurrió en Inglaterra, donde el revival mod ochentero fue ultraviolento, como acredita Tony Fletcher en Boy About Town, testimonio de primera mano de un fenómeno de alcance continental.
Es muy interesante también la lectura que propone Martínez Vaquero con la perspectiva del tiempo. La película, basada en la experiencia del propio Towsend y de amigos muy cercanos, fue en realidad una advertencia a esa generación que se desmelenó al calor de la Nueva Ola.
No en vano, Jimmy, un verdadero perdedor, bordea el suicidio tras acumular fracasos familiares, profesionales y sentimentales. "Es una tragedia, un drama, un mensaje de aviso. Hubo gente que destrozó o perdió su vida por la idealización mal entendida de lo que creían que significaba ser mod. Es algo que he visto muy cerca de mí”. El wild side siempre se cobra un precio muy alto si no se abandona a tiempo. Se confirmó sobradamente aquellos años. Muchos jugueteos con drogas devinieron en adicciones irreversibles. Y la violencia física que prendió en los cines dejó un rastro sangriento que se extendió hasta la noche del 12 de marzo en Rock-Ola.
El rocker Demetrio Lefler, que, temerariamente, se había desplazado con varios correligionarios al templo nuevaolero en plena celebración multitudinaria mod, acabaría muerto tras recibir varias cuchilladas de las huestes enemigas en los aledaños de la sala capitalina. La ‘quadrophenia’ ya entonces era pura esquizofrenia.