En 1846, el ensayista y filósofo libertario estadounidense Henry David Thoreau no pagó sus impuestos porque se negaba a "financiar" la intervención militar de Estados Unidos en México. Pasó unos días en la cárcel (sus amigos pagaron la deuda fiscal para sacarlo) y como resultado de ello escribió un libro que, después de su muerte, fue rebautizado como "desobediencia civil" que aún hoy sigue teniendo una enorme influencia en las nuevas generaciones de wokes y protestones en los campus estadounidenses y europeos.
"Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es la prisión", decía Thoreau para justificar que no solo era lícito si no ético incumplir la ley cuando esta era injusta.
Manolo Vital (Eduard Fernández) no era un intelectual y lo más probable es que no tuviera ni idea de quién era Thoreau pero es, sin duda, una de los grandes héroes de la historia de la desobediencia civil en España. Formaba parte de esos cientos de miles de inmigrantes catalanes de origen sobre todo extremeño y andaluz (los "charnegos" en Cataluña) que construyeron sus casas y con ellas barrios enteros con sus propias manos.
Un fenómeno chabolista que se dio con gran intensidad en la capital catalana, pero también en Madrid o Bilbao al terminar la guerra civil, cuando millones de personas se trasladaron del campo a la ciudad con lo puesto.
Un día de furia
Fue un 7 de mayo de 1978, recién llegada la democracia, cuando Vital, conductor de autobús y líder sindicalista, secuestró el autobús que conducía normalmente, de la línea 47 como dice el título de la película que narra su gesta, y lo llevó de Plaza Catalunya a Torre Baró, una barriada de chabolas con calles sin asfaltar en la que se instaló a los 24 años recién llegado del Valle de El Jerte.
Su intención era demostrar que el Ayuntamiento no tenía razón al decir que los buses no estaban preparados para subir las empinadas cuestas del barrio, la excusa que llevaba años dando para negar un servicio tan elemental como el transporte público. Marcel Barrena (Barcelona, 1981), tras explicar la odisea de la fundación de Open Arms en Mediterráneo (2021), recupera esta historia en El 47, la heroicidad de un hombre, Vital, que representa a multitudes.
Explica el director: "Es una historia que sucede cuando era niño. Una cosa que nos estamos dando cuenta con esta película, en posproducción, es que no es una historia local de Torre Baró. Pasaba en la periferia de Barcelona, pero también en Madrid o en Bilbao. En Polonia nos han dicho que sienten que están viendo la historia de su familia. Esa migración masiva del campo a la ciudad se dio en ese momento en todas partes de Europa. No solo pasó hace no mucho tiempo, si no que pasó en todos lados. Y seguimos viendo a miles de personas que emigran buscando una vida mejor".
Las luchas vecinales que se producen en los 70 en esas periferias de Barcelona y Madrid, con barrios enteros aún sin asfaltar ni agua corriente ni luz eléctrica, son el contexto de El 47. Conocemos a un Vital/Fernández cascarrabias, noble y luchador, casado con una monja que daba clases de catalán en la dictadura (Clara Segura). Según Barrena, "no hay héroes si no personas que hacen heroicidades".
En el filme vemos su evolución hacia la toma de conciencia social: "En el primer acto Manolo le dice a su hija que deje de quejarse y si no le gusta el barrio, que lo arregle. Cuando muere su amigo en el incendio es el momento en el que dice 'ya basta' y explota. Todos vamos cargando cosas, vas tirando, y más la gente que ha luchado tanto como él, que construyó su casa y sus calles; no son perfectas, pero las ha construido él. Al final se empodera y ve que no hay que aceptarlo todo. Yo mismo vivo bien, tengo una buena tele, un buen móvil, un buen ordenador, tengo cacharros y creemos que es suficiente pero no lo es, porque mucha gente no lo tiene. Debemos luchar también por ellos".
Un momento de transformación
Si algo ha mostrado Pedro Almodóvar con indiscutible maestría es ese paso abrupto de una vida rural ancestral española a las glorias, pero también las muchas miserias, de la vida urbana y moderna, en un choque frontal. Un momento de brutal transformación social que también refleja con insuperable belleza el cine neorrealista italiano de De Sica (Milagro en Milán) o Visconti (Rocco y sus hermanos), donde vemos como gente "de pueblo" se convierten de golpe en urbanitas.
En el caso de España, asegura Barrena que existe poco material audiovisual sobre la época y menos aún sobre esas barriadas chabolistas que crecían en su periferia. Curiosamente, del poco material rodado que hay sobre la Barcelona de esa época está en El reportero (1975), cuando Jack Nicholson pasa por la ciudad y salen esas imágenes rodadas desde el funicular. En el caso de Madrid, aún puede visitarse la exposición de Javier Campano Barrios 1976-1978. Descampados, ruinas y resistencia vecinal.
Y, sin duda, donde mejor los vemos es en el "cine quinqui" de Eloy de la Iglesia o Carlos Saura. "Cuando hacía la documentación de la película, hablé con muchos vecinos y me decían que les molestaba que siempre se les hubiera mostrado con historias de delincuencia o drogas. Estaban muy orgullosos de nuestra película porque ponía el foco en otro lugar".
"Un homenaje a la clase obrera"
Porque El 47 no oculta la dureza de la vida en Torre Baró, pero tampoco carga las tintas en su miseria. "Es un homenaje a la clase obrera, a una gente luchadora, pero va de un señor que secuestra un bus, no es La lista de Schindler. Es una historia feliz, luminosa, incluso un poco Pixar. Me podría tirar el rollo y quedar bien pero el cine que me ha hecho es Spielberg o Zemeckis, para mí esto es el gran cine. Luego he visto todo lo que me tocaba ver, pero el cine que amé de niño era Indiana Jones, Regreso al futuro… es eso. Yo voy allí", asegura.
En España, opina Barrena, "no tenemos las herramientas económicas pero podemos hacer un cine emocionante, con buenos actores, con una gran música… No me sale un cine feísta, me salen cosas más luminosas. Crecí en un ambiente muy complicado y a mí el cine me salvó, pero no fue Bergman, fue Spielberg. Estoy un poco cansado del cine oscuro. Es una película sobre una época compleja pero quiero que sea bonita, no frívola o cursi. Uno de mis referentes, aparte de Ken Loach, era Argentina 1985, por lo bien hecha que está. Y porque narra un pasado que está vivo en la memoria de mucha gente".
Tras haber reflejado la brutalidad de la inmigración y la muerte en ese Mediterráneo azuzado por los cientos de miles que buscan en Europa una vida mejor, Barrena siente que está contando historias que nos interpelan a todos. Reflexiona el director: "Inmigrantes somos todos en España. Mis abuelos son andaluces, yo nací en Barcelona pero mi familia es una mezcla de todo. Hay muy poca gente con los ocho apellidos. Lo hemos normalizado, pero no hay diferencia entre ese emigrante extremeño como Vital que llega a Barcelona en los 40 con el joven que hoy se va a vivir a Madrid", cuenta el director.
"Yo cuando voy a Madrid todos mis amigos son de fuera de España. Y sin embargo, vemos cómo siguen esos prejuicios negativos sobre quienes emigran por motivos puramente económicos. En los 70 se publicaban muchos artículos en la prensa catalana diciendo que los andaluces eran unos ignorantes. Hoy a nadie se le ocurriría decir una barbaridad así. Y lo mismo pasa con los que vienen de Siria o Africa, vienen a trabajar y estarían mejor en su casa como todo el mundo", continúa.
Por ejemplo, "mi abuelo se fue a Alemania a trabajar como tantos otros españoles", cuenta. "Todos queremos ser bienvenidos cuando vamos a otro lugar, así que nosotros también deberíamos ser buenos anfitriones de quienes lo necesitan. Siempre respetando las normas de donde vas. Es eso de 'allí donde fueres, haz lo que vieres'. Es una relación de respeto mutuo, no es un cheque en blanco".