Sonaba como favorita pero también estaba la duda de si un festival de cine en tiempos woke (en San Sebastián, sin ir más lejos, ya no hay distinción entre mejor actriz y mejor actor en los premios por aquello de que ya no hay géneros) se atrevería a premiar una película como Tardes de soledad, como ha sucedido.

La crítica, en masa, ha ensalzado una obra realmente artística, de una belleza sobrecogedora, pero también una película sobre la tauromaquia, que buena parte de la izquierda quiere prohibir y despierta muchos recelos en una parte importante de la opinión pública.

Si la película ha cosechado críticas unánimemente positivas, lo más curioso del asunto es cómo algunos han visto una película y otros, otra. O sea, hay quien la valora como un sentido homenaje a la tauromaquia y hay quien considera que es todo lo contrario, un ejercicio de quintacolumnismo, o sea, los de los toros, sin saberlo, se han metido el enemigo dentro. Esto les pasa por fiarse de los progres, dirán los otros.

En este caso, Albert Serra sería como ese Carles Tamayo de Cómo cazar a un monstruo, la serie de Prime Video sobre un reportero que simula amistad con un pederasta para acabar entregándolo a la policía. En este caso, Serra “haría ver” que es amigo del torero Andrés Roca Rey para luego clavarle el puñal en la sala de montaje destapando todas sus miserias.

A favor de los que ven traición, efectivamente, en Tardes de soledad vemos un mundo anacrónico, formado solo por hombres, en el que se habla mucho de “cojones” y los aficionados a utilizar una detrás de la otra todas las palabrejas de moda ya ven en ello “masculinidad tóxica”. La propia idea de matar a un animal en público ya resulta violenta aunque luego comamos carne cada día. Y, desde luego, más discutible es que un espectáculo merezca que cualquiera se juegue la vida.

Una imagen de 'Tardes de soledad', de Albert Serra

Aunque la mirada de Serra siempre es respetuosa, algunas secuencias resultan cómicas y eso podría dar a pensar que, una vez más, Tardes de soledad es un caballo de Troya, un artefacto woke quintacolumnista. Lo más risible son los elogios, desmedidos, casi absurdos (“eres una belleza enorme de ser humano”, “solo el más grande es capaz de hacer eso”, etc.), pero la realidad es que, como saben todos los poderosos, suelen vivir rodeados de pelotas. Pero incluso esa lectura es demasiado fácil. Porque no solo hay eso, también hay una verdadera emoción, una adrenalina, una tensión que se libera después de haber soportado una enorme tensión. No son tan tontos, vamos.

'Tardes de soledad' no es un caballo de Troya; si acaso, todo lo contrario, es un tributo emocionadísimo al mundo del toreo

Porque Tardes de soledad no es un caballo de Troya; si acaso, todo lo contrario, es un tributo emocionadísimo al mundo del toreo y a lo que tiene de más bello, que son los “cojones”, dicho sea sin voluntad de masculinidad tóxica. Porque lo que aporta la película tiene que ver con la grandeza de espíritu y aunque esa palabra haya quedado caduca, parte de su significado profundo, no.

Lo que Serra cuenta es que el toreo es una metáfora de la vida, él mismo ha dicho que es “trascendente” porque sin entrar en si es ético o no, trascendente es. Es una metáfora de la valentía que nos requiere la vida, de la forma en que somos desafiados todos los días y cómo nuestra grandeza de espíritu se manifiesta en la manera en que somos capaces de mantenernos erguidos o nos derrumbamos.

La siempre brutal imagen del torero enfrente de ese monstruo que puede matarlo nos habla de no dudar cuando la bestia nos acecha y tener los nervios templados. Hay verdadera grandeza, sin duda, en un buen torero. Y ahí, los aduladores, tienen razón.

Por mucho que los defensores acérrimos del cine español entendido como el departamento audiovisual del Ministerio de Igualdad se empeñen, Tardes de soledad es un tributo vibrante, emocionadísimo y descomunal a la tauromaquia. Una obra de arte, sí, que nos muestra toda su grandeza sacando todo el partido a las nuevas tecnologías para que lo veamos desde una perspectiva única, insólita, en el cogote mismo de Roca Rey.

A pesar de lo evidente, unos seguirán viendo lo que no hay porque para ellos el cine solo es ideología y los otros, por desgracia, también acabarán retorciendo las palabras porque les picará que los wokes serán de izquierdas (que por cierto, en el cine español la mayoría de productores son de familias pijas y no son precisamente de la revolución bolivariana) pero no tan tontos ni tan simples. La vida no lo es y el cine español, tampoco. Albert Serra, una vez más, molestando a todo el mundo. Con dos cojones, o como se diga.