La fechoría feminista de 'Las margaritas', una de las grandes obras de vanguardia de la Nueva Ola checa
- Llega por primera vez a las salas españolas el filme de Vera Chytilová de 1966, en el que dos jóvenes pizpiretas y sensuales se dedican a hacer lo que les da la gana.
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Dos jóvenes en biquini, sentadas en la calle, espalda contra pared, mostrando las plantas de sus pies a cámara. Sus movimientos producen un chirrido robótico. Hablan y juegan como niñas, pero dicen cosas muy serias en un mundo de adultos gobernado por hombres. Cosas como que ya todo da igual, que el mundo se va por el sumidero y lo único que queda es “hacer lo que nos da la gana”, es decir, “ser malas”.
Estamos en 1966, en el corazón de la Nueva Ola checa, en una sociedad que empieza a sacudirse la imposición soviética, en un mundo que no parece haberse recuperado de la barbarie y la perplejidad de 20 años atrás, cuando se lanzaban bombas atómicas y se exterminaba a los judíos en el corazón de Europa, y nadie lo filmó. ¿Qué se puede filmar entonces ahora? Es más: ¿Qué puede filmar una creadora de convicciones dadaístas y militancia política?
Los créditos del filme son en sí mismo un bombardeo de imágenes y sonidos. Nos dan el contexto de Las margaritas (1966), que hoy es tanto un hito del feminismo y las vanguardias cinematográficas como la respuesta colectiva a un mundo que sigue careciendo de sentido.
Está protagonizada por dos Marías (las pizpiretas, sensuales, electrizantes Ivana Karbanová y Jitka Cerhová), que no son tanto dos caras de una misma persona como dos encarnaciones de una misma personalidad. Su cometido, de viñeta en viñeta, sin necesidad de otorgar una lógica causa-efecto o una dramaturgia lineal a sus acciones, solo es uno: generar caos y divertirse.
Esta película también es conocida como Las pervertidas, y esa traducción puede aportarnos algo. En verdad, el hedonismo al que se entregan huye de la consumación sexual, su perversión es de naturaleza más bien gastronómica. En todo caso, fue censurada por las autoridades checoslovacas por su “contenido lascivo e inmoral”.
No hay que conocer el manual de Freud para leer las entrelíneas de unas escenas en las que dos mujeres devoran salchichas, pepinillos y plátanos después de cortarlos en pedacitos con tijeras. Por un lado, nos da la medida de la “sutileza” del filme; por otro, su espíritu arrebatado, festivo, insurgente, incluso violento.
La Primavera de Praga estaba a la vuelta de la esquina. Los espectadores ven cómo las dos Marías comen, beben, fuman, bailan y, para ser más precisos, consumen todo lo que se cruzan en su camino. Durante buena parte del metraje se entregan a la artimaña de convencer a hombres maduros de que les compren comida y las inviten a restaurantes, para acabar dejándolos insatisfechos. La fechoría feminista disfrazada de una inocencia festiva que esconde un poderoso mensaje socio-político. Vera Chytilová (Ostrava, 1929) siempre defendió que no hacía cine feminista, pero su película se acabó convirtiendo en muestra paradigmática de teorías feministas.
La revuelta del filme está en muchas partes y eso es lo que nos imanta de su elogio a la anarquía. La esencia cómica de Keaton y Chaplin es la misma que recorre las aventuras y trastadas de María y María, que parecen no en vano recreaciones de iconografías del cine mudo. Y esa esencia no era otra que modificar el status quo, introducir inestabilidad y peligro allá por donde pasan.
Hoy el cruce entre cinema verité y cultura pop del que hacen elogio las imágenes de Las margaritas, proponiendo acaso sin quererlo una plausible identidad para las nuevas olas europeas, bien puede ser material apto para memes y gifs que encapsulan emociones ditirámbicas. Pero lo que construye sobre todo Chytilová es el destilado de una obra cinematográfica de apariencia muy ligera y estrafalaria que, en verdad, se sostiene sobre estructuras geométricas de naturaleza matemática. La sátira grotesca es el envoltorio de una visión, digamos, programática de cómo la iconografía cultural puede influir en las conciencias colectivas y subjetivas de una nación.
Quizá es mucho aventurar que el cine checo se defina a través de este filme: de su humor, de su sensualidad, de su idiosincrasia sociopolítica. Lo que sí define claramente es un periodo histórico especialmente pregnante, incluso decisivo, en la historia reciente europea. Uno de esos momentos que, en las crónicas historiográficas, actúan como puntos de giro.
Esa gravedad vestida de lo contrario, tan etérea como carnal, es la que transmite la despreocupada felicidad de Las margaritas, que en verdad se sostiene sobre un cinismo extraordinario en el que lo camp (y su ironía distanciada) ha sustituido a lo kitsch, en el que palabras como amor y odio no tienen cabida (ni falta que hace), sino más bien conceptos como “cambio” y “transgresión”. Otro mundo era posible y esa posibilidad es la que el cine, una vez más, embalsamó para los espectadores futuros. Nosotros, hoy.