La actriz Marisa Paredes interviene durante una concentración del mundo de la cultura para exigir el alto al fuego en Gaza, en la Plaza del Museo Reina Sofía, a 27 de abril de 2024, en Madrid (España). Foto: Fernando Sánchez / Europa Press

La actriz Marisa Paredes interviene durante una concentración del mundo de la cultura para exigir el alto al fuego en Gaza, en la Plaza del Museo Reina Sofía, a 27 de abril de 2024, en Madrid (España). Foto: Fernando Sánchez / Europa Press

Cine

Marisa Paredes, la gran dama de izquierdas del cine español

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Tacones lejanos (1991) y La flor de mi secreto (1995) marcan las mejores interpretaciones de Marisa Paredes, fallecida a los 78 años en Madrid, la ciudad en la que nació. Las dos de Pedro Almodóvar, el director que más y mejor la quiso, muestran dos facetas muy distintas de la actriz.

En la primera, da vida a Becky del Páramo, una estrella de la música que regresa a España después de muchos años triunfando en México. El reencuentro con su rencorosa hija (Victoria Abril) marcará el drama. Y en La flor de mi secreto (1995) interpreta a una escritora de novelas rosas con final feliz en pleno "ataque de nervios" porque la ha abandonado su marido (Imanol Arias).

Por una parte, la mujer fría, "aristocrática" y diva, con un punto altanero y poco empática; por la otra, la mujer desesperada, "almodovoriana", que se arrastra por los suelos porque va como "vaca sin cencerro", una expresión que utiliza la madre de la protagonista (Chus Lampreave) y que se hizo tan famosa como la propia película.

Dos facetas que marcan a la propia Paredes, una actriz "intensa", de voz melodramática, con una dicción perfecta, con algo de esas antiguas estrellas de Hollywood como Lana Turner o Lauren Bacall, que podían parecer princesas en una secuencia y arrastrarse por el lodo en la siguiente sin perder la dignidad. No es extraño que Almodóvar la hiciera interpretar sobre las tablas a Blanche DuBois en la totémica Todo sobre mi madre (1999), porque DuBois es la reina del melodrama de Tennessee Williams en Un tranvía llamado deseo, esa mujer volcánica y apasionada pero al mismo tiempo peligrosa y desequilibrada.

Marisa Paredes representaba un modelo de intérprete en extinción en España y en todo el mundo. Los actores y actrices jóvenes de los últimos años basan sus interpretaciones en lo físico, el cuerpo adquiere una gran importancia en un cine y audiovisual actual en el que los diálogos buscan ser lo menos discursivos posible. Paredes, formada en los años 60 en el Conservatorio de Arte Dramático de Madrid, forma parte de una generación aún muy marcada por la tradición teatral en la que la voz, y el rostro, cobran mayor importancia.

Esas "dos facetas" de Paredes, entre la distancia aristocrática y la pasión arrebatada, también se sienten en otros de sus mejores trabajos. En la perturbadora Tras el cristal (1986), de Agustí Villaronga, interpreta a la glacial mujer de un ex comandante nazi; en Tierno verano de lujurias y azoteas (Jaime Chávarri, 1992) pasa de "esfinge" a locamente enamorada de un chaval joven; mezcla de contención y emocionalidad, su guardiana republicana de un orfanato durante la guerra civil en El espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro; y en Petra (2018), de Jaime Rosales, da vida a una mujer sofisticada de emociones profundas.

El compromiso político

Por la otra, ¿alguien se imagina a Mario Casas o a Úrsula Corberó firmando manifiestos, poniéndose pins con letras teñidas en sangre o dando discursos en la sede de Comisiones Obreras? En este sentido, Paredes es fiel representante de una España muy marcada por la lucha antifranquista en una época en la que el compromiso político era muy habitual en el mundo del cine. Pasó en Francia con Mayo del 68 y Godard soltando soflamas maoístas o en Estados Unidos con Jane Fonda o Robert Redford protestando contra la guerra de Vietnam.

En este sentido, queda claro, el compromiso de izquierdas de Paredes tuvo su momento álgido cuando presidió la polémica gala del 'No a la guerra' contra la intervención española en la invasión americana de Irak en un ya lejano 2003.

Las consecuencias de aquello fueron duras para el cine español. Aunque de puertas hacia afuera el cine patrio cerró filas, la gala dejó heridas no solo en la sociedad, sino también dentro del propio sector, donde hubo mucha tensión y muchas más críticas de puertas para adentro.

En una entrevista con El Cultural, Enrique González Macho recordaba: "Todo cambió en la gala de los Goya del 'No a la guerra'. A Aznar le gustaba el cine, o más bien el mundo del cine. Es el único presidente que ha montado comidas en la Moncloa con gente del cine [...]. Pero después de aquella gala, Aznar decidió que había que liquidarnos a todos. Aquello fue muy fuerte".

Marisa Paredes siempre defendió aquella gala. Doy fe. Tuve con ella una larga comida en un Festival de cine en Río de Janeiro. Yo siempre discutía mucho, seguramente demasiado, y chocamos bastante. Defendió la gala a muerte ante todos mis reproches, convencida de que el cine español, a pesar de las consecuencias en todos los sentidos, había hecho lo correcto y eso era más importante que todo lo demás. Esos actores “comprometidos” del pasado a veces se ponían pesados, pero en estos tiempos en los que a todo el mundo le da miedo posicionarse, los echaremos de menos.