'Hombre lobo' y otros licántropos del siglo XXI: el regreso de los parientes pobres de los vampiros
El estreno de la película de Leigh Whannell promete un año repleto de estas criaturas, aullando desesperadas por renovar el viejo mito cinematográfico.
Más información: Robert Eggers exhuma a 'Nosferatu', el vampiro original, en un filme tan repulsivo como bello
El pasado 2024 se despidió con Drácula volviendo de la tumba bajo el disfraz del polémico Nosferatu de Eggers pero, curiosamente, no son los vampiros quienes se levantan ahora de entre el polvoriento pasado del cine de terror gótico, sino sus parientes pobres: los hombres lobo.
Si el vampiro ha estado siempre o casi siempre asociado desde sus inicios mismos a la nobleza y la aristocracia —pensemos en el Lord Ruthven de Polidori o la Carmilla de Le Fanu, luciendo con orgullo títulos nobiliarios y floridos árboles genealógicos—, el licántropo es un monstruo mucho más humilde y proletario.
Ni siquiera tiene un origen literario tan distinguido como el chupasangre, que cuenta con un clásico seminal como el Drácula (1897) de Stoker, mientras la mejor novela sobre el personaje, El hombre lobo de París, de Guy Endore, fue publicada en 1933, tan solo dos años antes del estreno de El lobo humano (1935) de Universal, con la que no guarda relación alguna.
Fenómeno de circo, enfermo incurable, sufre su transformación como una injusticia, producto accidental de la casualidad y la mala suerte de un mordisco mal dado. Su arquetipo está más cerca del tema del “doble”, a la manera del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886) de Stevenson, que del vampiro demoníaco, luciferino y seductor impenitente. Mientras el licántropo sufre su condición, el vampiro la disfruta. Mientras el primero es una víctima, el segundo es un feliz victimario.
Aunque a veces vampiro y licántropo intercambien papeles y no dejen de ser parientes próximos en la leyenda y el folclore, el cine normalmente se ha decantado por mostrar su carácter distintivo, haciendo del hombre lobo un personaje trágico lleno de empatía, que desea recuperar a toda costa su naturaleza humana, a diferencia de la mayoría de vampiros, quienes experimentan una íntima exaltación de su oscuridad interior, una liberación de sus instintos que, con las excepciones de rigor (insatisfechos hay en todas partes), les lleva a celebrar su identidad sobrenatural y sobrehumana, sin importarles que se fundamente en depredar, desangrar y dominar a la sufriente humanidad.
El licántropo del siglo XXI
No hay duda de que Leigh Whannel, director de la nueva Hombre lobo que nos ofrece el diabólico pacto concertado entre Blumhouse y Universal, celosa heredera y guardiana de sus monstruos clásicos, vuelve a explorar y explotar esa veta dramática que basa su efecto en el conflicto interno que vive el lobo humano. Aquí, es un padre de familia quien sufre la maldición hereditaria, convirtiéndose en amenaza involuntaria pero no por ello menos mortífera para su esposa e hija, en un contexto rural pero absolutamente contemporáneo.
Está claro que tras el éxito de su Hombre invisible (2020), que convertía el original de Wells y James Whale en un thriller psicológico feminista y vagamente anticapitalista al gusto actual (en realidad, un remake invisible de Durmiendo con su enemigo), sigue apostando por las emociones, el dramatismo y los conflictos familiares, que encuentran un vehículo ideal en la condición de monstruo a su pesar del licántropo para reflejar metafórica y literalmente temas como la violencia intrafamiliar y de género, las relaciones tóxicas, la responsabilidad paterna, la alienación de la mujer, el machismo y la herencia del patriarcado, al tiempo que para explotar los sentimientos familiares y familieros que caracterizan el ethos del Hollywood de hoy.
Por ello, Whannell ha escogido inspirarse en El hombre lobo (1941) de George Wagger, con guion de Curt Siodmak, donde el Larry Talbot de Lon Chaney Jr. ejemplifica de forma perfecta el aspecto más trágico y patético del personaje: no tanto un hombre dividido entre el bien y el mal, tal que el Dr. Jekyll de Stevenson, como la víctima inocente de un destino implacable, que le obliga a volverse contra las personas que ama.
Afortunadamente, obedeciendo quizá inconscientemente a su doble condición de hombre y bestia, el cine de licántropos se niega a verse totalmente domesticado por las buenas intenciones, la moral convencional y el victimismo que caracterizan parte de su mitología. Si el hombre lobo es más hombre que lobo en esta vertiente emocional y trágica del personaje, que encontramos también en clásicos modernos como Un hombre lobo americano en Londres (1981) o en fallidas revisiones como El hombre lobo (2010) de Joe Johnston, anterior intento de Universal por recuperar el personaje, que quizá hubiera merecido mejor suerte, también es más lobo que hombre en un buen puñado de filmes donde el mito adquiere connotaciones gozosamente salvajes y violentas, más emocionantes que emotivas.
La naturaleza de la bestia
Aunque ha pasado injustamente desapercibido bajo la sombra del vampiro de Eggers, las pasadas Navidades tenía lugar también el estreno de El despertar de la bestia, título español de Werewolves (2024), del especialista en cine de terror y acción Steven C. Miller, violento thriller de horror y suspense que tiñe el tema con matices de ciencia ficción apocalíptica y supervivencia urbana, en la vena tradicional de la mejor (y la peor) pulp fiction y serie B.
Explosiva y eficaz combinación de Aullidos (1981), 1997… Rescate en Nueva York (1981) y Dog Soldiers (2002), pasada por el tamiz de Anarchy: La noche de las bestias (2014), esta pequeña película sin pretensiones, con estupendos licántropos animatrónicos y efectos especiales prácticos y no digitales, es una buena muestra de cómo existe y resiste también una tradición licantrópica que responde con bestial violencia y alegría en la matanza al sentimentalismo patético de los Talbot y su descendencia.
Con diferentes grados y estilos, pero siempre de forma brutal y sangrienta, con orgullo de clase y especie, películas como En compañía de lobos (1984), Miedo azul (1985), Luna maldita (1996), Ginger Snaps (2000), la saga iniciada por Underworld (2003), La maldición (2005) o la divertida Hombre lobo: la bestia entre nosotros (2012), además de las citadas Aullidos y Dog Soldiers, ofrecen una legión de licántropos asesinos, sociópatas, empoderados y poderosos, aventajados alumnos de Hobbes, Sade, Darwin y Nietzsche que no tienen tiempo para lamentaciones, complejo de culpa o dilemas morales. Lo que tienen es hambre. Y generalmente odio y desprecio hacia el ganado humano que constituye su presa natural. No es raro que por ello se vean a veces compitiendo y guerreando contra sus primos vampiros, disputándose la pitanza.
Al fin y al cabo, Goebbels bautizó como Werwolf (hombre lobo) la guerrilla y plan de resistencia creados por los nazis en 1944, próximo ya el final de la guerra, para llevar a cabo actividades de terrorismo, sabotaje y espionaje tras las filas enemigas, incluso después de la derrota. No faltan quienes hayan visto y trazado conexiones entre la mitología nórdica y su lobo del fin del mundo, Fenrir; los feroces guerreros berserkr cubiertos de pieles de oso y animales salvajes; la novela histórica nacionalista Der Wehrwolf de Hermann Lönns, sobre la resistencia campesina durante la Guerra de los Treinta Años, publicada en 1910 y extremadamente popular entre los jóvenes nazis y el mito del licántropo. La realidad quizá no supera la ficción, pero lo intenta, lo intenta.
Drama familiar o thriller apocalíptico. Metáfora de la violencia machista o del renacer del nacionalismo populista. Personaje atormentado por su maldición o maldito representante de una raza diferente, orgulloso enemigo declarado de la débil especie humana. Bajo sus distintas y cambiantes formas, que a la vez siguen siendo las mismas que nos acompañan desde los oscuros tiempos alrededor de la hoguera, temblando al escuchar el aullido de los lobos en lo profundo del bosque de la memoria colectiva, a la luz de una luna llena de malos presagios, el hombre lobo vuelve a las pantallas.
Tras Hombre lobo y El despertar de la bestia se anuncian títulos como Werewolf Hunt, Frenzy Moon o Werewolf Game, sin que falte tampoco la inevitable parodia: The Yorkie Werewolf. Pero tendrá que competir con viejos compañeros de viaje como el vampiro, resucitado mal que bien por Nosferatu, y hasta con la no menos trágica, patética y emotiva Criatura de Frankenstein, cuyos pedazos volverán a ser cosidos por Guillermo Del Toro, en lo que promete ser un festín gótico y romántico lleno de sentido y sensibilidad.
No importa. Como bien sabían Luis Alberto de Cuenca y Javier Gurruchaga, el Lobo siempre estará ahí, porque lo que queremos todos es su cuerpo tan brutal, su fuerza de animal y una noche sin final, en la que todos nos podamos devorar.