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'The Eddy', el jazz de Chazelle llega a París

Tras narrar la llegada a la Luna de Neil Armstrong en 'First Man', Damien Chazelle vuelve a fijar la mirada en el mundo de la música, como ya hiciera en 'La La Land' o 'Whiplash', con una serie ambientada en un deprimido local de jazz del extrarradio de París

8 mayo, 2020 08:02

No hace tanto tiempo, allá por los años 80 y 90, pasar del cine a la televisión era considerado un claro síntoma de decadencia en la carrera de cualquier profesional del audiovisual. Ahora, en cambio, cada vez son más los cineastas de prestigio que deciden probar en el mundo de las series, atraídos por las posibilidades que ofrece narrar una historia a lo largo de varios episodios y por la libertad creativa que proporcionan las boyantes plataformas de streaming, liberadas de la dictadura de la taquilla.

En los últimos años hemos visto a Woody Allen (Crisis en seis escenas), Steven Soderbergh (The Knick), Jane Campion (Top of the Lake), Michel Gondry (Kidding) o David Fincher (Mindhunter) dejar su impronta en la ficción catódica para regocijo (y a veces también horror, para qué engañarnos) del público. David Lynch incluso consiguió convencer a los críticos de publicaciones como Cahiers du Cinema o Sight & Sound de que su tercera temporada de Twin Peaks, 18 horas de salvaje y glorioso desconcierto, era una de las mejores películas del año. Las fronteras entre ambos medios son cada día más borrosas.

Ahora es Damien Chazelle (Providence, 1985), el último ‘niño mimado’ de Hollywood, quien se lanza a la televisión con The Eddy, una miniserie de ocho capítulos que ha creado junto al prestigioso guionista británico Jack Thorne, autor del libreto de las producciones de Channel 4 This is England o The Virtues, ambas dirigidas por Shane Meadows, y responsable de la exitosa obra de teatro Harry Potter y el legado maldito.

El título de The Eddy, que se estrena este viernes en Netflix, hace referencia a un local de jazz situado en un vibrante y algo problemático barrio multicultural de París, poblado por una amalgama de personajes crepusculares que buscan el golpe de buena suerte que enderece sus frustradas existencias. El personaje con mayor peso en este relato de vocación coral es el dueño de The Eddy, Elliot Udo –André Holland, visto en Moonlight (Barry Jenkins, 2016)–, pianista de jazz afroamericano con cierto éxito en un pasado ya lejano.

Tragedias y chanchullos

Elliot, que se marchó de Nueva York tras una tragedia familiar, es además el director musical de la banda residente en el local, capitaneada por la vocalista Maja –Joanna Kulig, la magnética protagonista de Cold War (Pawel Pawlikowski, 2018)–, con la que mantiene una intermitente y complicada relación sentimental. Los problemas se desatan cuando Elliot descubre tras un violento encuentro con unos matones los trapicheos de su socio Farid –Tahar Rahim, descubierto por Jacques Audiard en Un profeta (2009)– para mantener el local a flote, al tiempo que su problemática hija adolescente Julie –la prometedora Amandla Stenberg– aterriza en la ciudad para hacerle una inoportuna visita.

Tras narrar la redención personal del astronauta Neil Armstrong en First Man (2018) con gran sentido del espectáculo y sin abandonar la vocación autoral, el joven Chazelle vuelve a fijar la mirada en el mundo de la música, como ya hiciera en Whiplash (2014) y La La Land (2016), con la que ganó el Óscar al mejor director. Incluso en el lejano guion de Grand Piano (2013), hitchcockiano thriller sobre un pianista acosado por un francotirador durante un concierto –que dirigió el español Eugenio Mira con Elijah Wood como actor principal–, ya componía un primer acercamiento a la que fue su primera vocación. Como el protagonista de Whiplash, Chazelle intentó labrarse un futuro como batería pero pronto decidió que no tenía el talento suficiente y encaminó su carrera hacia el cine.

Los que se adentren en The Eddy buscando el buen rollo y la magia de La La Land quizá salgan pitando hacia otro lado. La serie creada por Chazelle, que dirige los dos primeros episodios, se encuentra en el espectro opuesto tanto en el tono como en el apartado visual. Si en la película protagonizada por Ryan
Gosling y Emma Stone asistíamos a una idealización del presente a través de una nostálgica mirada al pasado, la producción de Netflix tiene la vocación de presentar la realidad sin filtro, con un París de extrarradio que se siente vivo y magnético pero también peligroso y hostil, marcado por las tensiones raciales. No hay que olvidar que Chazelle, cuyo padre es francés, vivió buena parte de su infancia en el Distrito 13 de la ciudad, por lo que conoce los ambientes que retrata.

La serie pretende, y casi siempre logra, conectar con el jazz a través de una cámara inquieta, con movimientos fluidos e improvisados, gracias al impecable trabajo en 16mm del director de fotografía Eric Gautier –colaborador habitual de Olivier Assayas–, que tiende a asfixiar a los personajes en primeros planos muy expresivos. La serie de Chazelle es capaz de conectar tanto con la Nouvelle Vague como con el cine de John Cassavetes y, de alguna manera, su esbozo de filme noir también trae a la mente la opresiva atmósfera de Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1958), para la que Miles Davis improvisó la banda sonora en directo. En cualquier caso, el director da rienda suelta a su adn europeo y no solo en el paisaje.

Donde sí conecta The Eddy con la anterior obra de Chazelle es en los temas que aborda: de nuevo la idea del sufrimiento y el sacrificio como único camino hacia el éxito. Es lo que le exige Elliot a la banda que dirige, compuesta por músicos de verdad, que brillan en pantalla en las múltiples escenas en las que el director se recrea en la interpretación, ya sea en el club o en escenarios más íntimos.

Suma de talentos

Tanto la banda sonora como las geniales canciones originales llevan la firma del compositor Glen Ballard. De la misma manera que Elliot va dando forma a sus canciones gracias a las indispensables aportaciones de Farid o Maya, que se producen de manera orgánica y fluida, así se siente The Eddy: como la suma natural del contrastado talento de todos los implicados. Puro cine. O como se le quiera llamar.