Judith Jáuregui, por Gusi Bejer.

Es la nueva cara del piano español. Judith Jáuregui (San Sebastián, 1985) acaba de grabar El arte de lo pequeño, su primer disco en solitario, y ha querido dedicárselo a Schumann. El jueves acudirá a la Sociedad Filarmónica de Málaga con un surtido variado de compositores (Falla, Albéniz, Mompou, Brahms, Mozart...) que paseará a lo largo del año por varias salas españolas.

  • Canal Spotify de El Cultural: escuche la música de este artículo


  • PREGUNTA: Ha titulado su primer disco en solitario con una frase lapidaria. ¿En qué consiste "el arte de lo pequeño"?

    RESPUESTA: En disfrutar de esos momentos breves pero intensos que nos ofrece la vida.



    P: Tenía claro que su primer disco tenía que ocuparse de Schumann...

    R: Porque me identifico con sus ideas y en sus contrastes. Digamos que me encuentro a gusto, incluso comprendida, en su locura.



    P: ¿Y cómo hace para gestionar tanta tormenta emocional?

    R: Acabo agotada pero, aunque parezca masoquista, esa tormenta me hace sentir viva.



    P: ¿Suena Schumann igual en la soledad de un salón que frente a 1.000 butacas ocupadas?

    R: A menudo las mil butacas precipitan la máxima intimidad entre un músico y su instrumento. Lo primordial es la música y nada la debe enturbiar.



    P: Un estudio clínico de sus sinfonías reveló que Schumann fue esquizofrénico o, al menos, maniaco-depresivo. ¿Qué piensa usted?

    R: Que fue un genio. Loco, pero genio.



    P: ¿Perdió la cabeza por Clara, como se dice?

    R: Perdió el corazón por Clara, y la cabeza por la música.



    P: ¿Qué cree que vio Clara en Brahms que no le daba Schumann?

    R: Un apoyo en el que sostenerse sin ese miedo a que se derrumbara constantemente.



    P: Los directos son un hervidero de manías y de fobias. ¿Se le ha pegado alguna?

    R: No soy persona de extravagancias. La sencillez y la naturalidad constituyen la elegancia y la esencia del arte.



    P: ¿No se guarda nada en el anecdotario?

    R: En cierta ocasión una orquesta tuvo que parar porque me quedé en blanco. Tenía 12 años, y me pasé el resto del concierto llorando.



    P: ¿Y qué le asusta ahora de su profesión?

    R: El peligro a frivolizar el arte por la demanda materialista de la sociedad.



    P: Algunos ya han comparado su naturalidad con la de una Martha Argerich. ¿Se parecen también en el temperamento?

    R: No me atrevería a compararme con una de las figuras que más me han impactado, pero reconozco que como buena Jáuregui tengo mi carácter.



    P: ¿Y a quién no le gustaría parecerse?

    R: A nadie en particular, como tampoco me gustaría parecerme a alguien. Soy Judith, con todo lo que eso conlleva.



    P: ¿Y qué opina del "otro polo" del piano, más tecnológico y virtual, que vende Lang Lang?

    R: No creo en la técnica por la técnica. No tiene valor en sí sola si no es para transmitir un mensaje. Lo de grabar politonos tampoco va conmigo. Me quedo con los discos de siempre.



    P: ¿Y por qué no ha seguido la "senda del concurso"?

    R: Porque no garantiza nada. Hay demasiados intereses en ellos. Es mejor construir un camino paso a paso, sólido y firme.



    P: Ahora que ha terminado el año Schumann y Chopin, ¿qué se guarda para las propinas?

    R: ¡Las propinas son siempre sorpresa!



    P: Lleva varias semanas de conciertos y entrevistas. ¿Le ha pasado factura la fama?

    R: La única factura que pagaré por la fama es la del teléfono.



    P: Representa a una generación de nuevos talentos: la que nació con el IVA y empieza a despuntar en plena crisis. ¿Son las cosas tan negras como las pintan?

    R: En las crisis hay que ver las oportunidades. Y, ahora que se ajustan los presupuestos, es un buen momento para la renovación generacional. Soy demasiado positiva para no encontrar un punto de luz en la oscuridad.



    P: ¿Se sigue exigiendo precocidad al piano?

    R: No. El mito del niño prodigio ha muerto.



    P: ¿Y es cierto eso de que hay un repertorio para cada edad?

    R: Hay una madurez para cada obra, pero no significa que no se pueda tocar Brahms, Beethoven o Bach siendo joven. El enfoque de ahora es más fresco o intuitivo; en 20 años habrá más poso debajo. Siempre hay algo que aprender.



    P: ¿Y qué diría que ha aprendido en este año lleno de éxitos?

    R: A disfrutar al máximo de cada escenario y a sentir esa conexión en silencio con el público, que es aún más enriquecedora que el aplauso final.