Josep Carreras: "Llegar arriba cuesta muchísimo, pero mantenerse aún cuesta más"
Josep Carreras. Foto: Genís Muñoz
Algo tan prosaico como una visita al sastre hizo que Josep Carreras y Màrius Carol se conocieran. Después vino una opípara cena junto a amigos comunes en la que compartieron muchas risas, algunas confidencias y la mutua confesión de ser del Barça hasta la muerte. A partir de ahí la decisión de escribir juntos el libro A viva voz fue cobrando vida y, tras sesiones y sesiones de trabajo, ya está arrasando en las librerías.Ya va por la segunda edición en castellano y en catalán, y con la versión alemana recién expuesta en las librerías teutonas cuando todavía está calentita. Y poco falta para la traducción italiana y la japonesa, dados los numerosísimos seguidores que el tenor catalán tiene en esos países. El caso es que A viva voz (Plaza y Janés), el libro que han escrito a medias el tenor Josep Carreras (Barcelona, 1946) y el periodista Màrius Carol (Barcelona, 1953), se lee de un trago y deja un buen sabor de boca. No se trata tan solo de presenciar en vivo y en directo los triunfos y sinsabores de un chico de barrio transmutado en cantante de ópera de fama internacional, sino que además el lector conoce a través de estas páginas los escenarios de los más reputados templos de la lírica y lo que se cuece en sus camerinos, transitando por un sinfín de anécdotas hilvanadas con las puntadas de un sastre experto para mostrar la trastienda del complejo universo operístico. Interminables partidas de póquer con Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, los intensos y estimulantes ensayos dirigidos por Von Karajan o su debut en La Scala de Milán con el vestuario de su admirado Giuseppe di Stefano son sólo algunas de las memorables escenas que se narran en las páginas de este libro.
Carreras habla sin tapujos del sacrificio y la soledad que entraña una profesión como la suya, de la paternidad, de las relaciones familiares y de la batalla que libró contra la leucemia hace ya casi veinticinco años. "No me ha resultado fácil desnudarme -reconoce Carreras-, pero el hecho de hacerlo frente a Màrius me lo ha puesto más cómodo. Ambos somos casi de la misma generación y compartimos muchas cosas, entre otras el ser dos chicos de barrio a los que nadie ha regalado nada".
El tenor catalán recuerda con emoción contenida como, a los diez u once años, escuchaba una y otra vez en su recién estrenado Kolster Dualette en forma de maletín una selección de canciones napolitanas interpretadas por Giuseppe di Stefano. Y eso, junto al impacto que le produjo la película El gran Caruso, con Mario Lanza como protagonista, fue sin duda el germen de la carrera triunfal del hijo de un maestro de escuela y de una peluquera. "Este es un oficio muy duro -afirma Carreras-. Ahora, próximo a cumplir mis sesenta y cinco años de vida, cuando miro por el retrovisor y repaso mi trayectoria, sigo pensando que el mundo de la música es muy difícil. Hay que ponerle mucha dedicación, tener una gran fortaleza psíquica y cultivar una fe inquebrantable en uno mismo. Llegar arriba cuesta muchísimo, pero mantenerse aún cuesta más".
Probablemente esta fuerza mental es una de las bazas que el cantante tuvo a su favor cuando se le diagnosticó, en julio de 1987, una severísima leucemia. "La música fue además la mejor de las enfermeras -continúa el tenor-. Durante los meses que pasé en el Hospital Hutchinson de Seattle el Concierto número 2 de Rakhmaninov fue una especie de banda sonora que me ayudó a superar aquel complicado autotransplante de médula. Y, para las interminables sesiones de radioterapia, me tracé un plan: cantar mentalmente algunas arias, sobre todo las más largas, como Cielo e mar de La Gioconda o La celeste Aída, de Aída. Pasar por un trance tan duro hace madurar muy deprisa y a mí me gusta pensar que la enfermedad me ha ayudado a ser mejor persona. Entre otras razones porque quise devolver a la sociedad algo de lo que me había dado".
Carreras, que confiesa entregarse en cuerpo y alma a los personajes operísticos, afirma que "sobre todo hay tres con los que me siento enormemente identificado: el Rodolfo de La Bohème, el Don José en Carmen y el Riccardo en Un ballo in maschera. Con este último triunfé en La Scala de Milán a los 28 años, al lado de Montserrat Caballé. Desde entonces ese papel ha pasado a ocupar un lugar muy especial en mi vida". Y la música es, sin lugar a dudas, la mejor de las compañías. "Existe afortunadamente la música adecuada para cada situación anímica -añade el cantante-. En el cuarto de baño de mi casa tengo un reproductor en el que me gusta escuchar las grabaciones de Di Stefano mientras me afeito y me ducho. Cuando viajo suelo oír en mi iPod a Pavarotti, Domingo, Aragall, Corelli, Bjorling y Del Monaco. Y también alguna grabación mía, como el aria de la Flor de Carmen, dirigida por Von Karajan, mi predilecta. También escucho mucho a Sinatra, a quien tuve la suerte de conocer y de quien conservo una carta en la que alaba mi interpretación de My way".